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Disfrutar de los placeres de una vida que se ofrece sin máscara

RELATOS CORTOS


ABRÍ EL CAJÓN DE MIS RECUERDOS


Abrí el cajón de mis recuerdos y te encontré sentada frente a mi memoria, quise saber donde estuvo el instante de esta despedida, como nos dijimos adiós casi sin pronunciar palabras. Te amaba y de repente deje de saber quién era el que te hablaba al oído palabras de amor. Olvidé que mi existencia era solo una parte de nuestro todo, te vi lejos, te vi partiendo; eras tan etérea casi volabas al partir de mi lado.

Abrí el cajón de mis recuerdos y todo tu olor empapó mi casa, estabas en cada gesto que mi cuerpo lanzaba, la risa, el abrazo, esos mordiscos que jugueteaban con mis labios, ese querer marchar sin mirarme a la cara, esa lágrima que no acababa de resbalar por tu mejilla; Siempre querías que fueran mis dedos los que recogieran tu salada alegría, abrí el cajón de mis recuerdos y te sentí caminar por la casa, corrí como un loco buscando en todos los rincones de cada habitación, aparte de las paredes los cuadros, removí las almohadas y los cojines, destapé cada tarro de esa cocina donde ayer nos amamos mientras el fuego calentaba nuestra cena. Olí con intensidad los libros que te gustaba leer, en todos estaban la huella de tus días sentada junto a mí.

Abrí el cajón de mis recuerdos y ya no pude volver a cerrarlo. Deje que de nuevo la melancolía adornara mi mirada; No puedo ni quiero olvidar como abandonaste tu tristeza para llenar mi vida de alegrías, me diste ese amor que define la vida, la única razón que me hace no dejar de ser quien soy.

De tantos momentos vividos, de tantos silencios compartidos, de mirarte mientras dormías. ¡Como deseaba saber si era yo el que te besaba en sueños! Te marchaste casi sin hablar, solo tus ojos me dijeron, --me voy, pero siempre viviré contigo- supe que tu adiós dejaba una brújula para que algún día volviera a encontrarte. Ahora sé que estás esperándome bailando, cantando, sonriendo a cada movimiento que la vida te regala, sé que habrás pintado un sol en la entrada de lo que será nuestro refugio, ese sol que siempre calentaba nuestros cuerpos desnudos. Mis recuerdos son un mundo colgado de todas las mañanas en las que te amé de nuevo; No dejes nunca de estar en mi memoria; ahora que ya no estás junto a mí, es cuando quiero volar hasta tu lado. Espérame, ya estoy llegando, siente como mi mano empieza a recoger tus lágrimas, caminaremos juntos por esa calle que solo se abre a los que han sentido un amor, y han dejado partir todo lo que les da la vida.

 

 



VIVIENDO EN LA CUERDA FLOJA

No encontraba un nudo que sostuviera su vida, desde hacía unos pocos años no era más que una constante caída sin red. En las cosas más sencillas se perdía, Se preguntaba cuándo comenzó su descenso, su mirar sin ver; Creyó que sería algo pasajero, que las cosas son a veces así, y donde hoy, hay oscuridad, mañana entrará la luz. Su memoria no alcanzaba a recordar el instante de su infortunio.
Ania, dejó pasar un tiempo sin amar, después de tantos fracasos y tantas mentiras escritas en las palabras “te quiero”. No siempre se culpó de esas historias que nunca llegaban a buen puerto. Encontró motivos para creer que ellos también la dejaron sin una razón que justificase ese paso del amor al olvido. Quizás no eran los adecuados para compartir sus ganas de amar; Puso en cada relación todo lo que sabía del querer, pero no sabía mucho. Era una principiante, su corazón iba por un camino distinto al de su deseo. En cada nombre con el que compartió el suyo, para convertirse en dos, escribió un “juntos para siempre “Al final no hubo ni juntos, ni siempre.
Eso no era suficiente para que Ania se diera cuenta que las cosas del corazón no tienen una definición escrita en las enciclopedias, daba igual que tras un fracaso le siguiera otro, sus ganas de tener a un compañero junto a ella, era lo único que la hacían ubicarse en un mundo “el suyo” donde quien no tuviese pareja era algo así como un “raro “A veces su pena le avisaba que no era bueno sufrir por los fracasos tan a menudo; que si no se encuentra ese rincón donde situar un objeto al que identificar con el amor, es mejor esparcirlo para que sea el aire quien te lo devuelva, envuelto en la pasión de las pequeñas cosas. Los días pasaban y sus manos seguían sin un cuerpo al que acariciar, ni su imaginación llenaba ese hueco que existía entre ella y la nada. Solía decirse-¡no seas tonta, ya llegará!-las puertas de su casa, como las de su vida siempre estaban abiertas. Esperar se convirtió en su estada natural, tanto se acostumbró a esperar que muchas veces cambiara el objeto de espera, para no olvidar como era al que esperaba. La cotidianidad de su vida se evaporaba con la noche, el anhelo pasaba a resignación con mucha facilidad; Solía mirar fotos donde se veía junto a sus amores, fotos que hacía tiempo habían adquirido el color sepia de la nostalgia, todo lo que le rodeaba era parte de su sentimiento, y este pesaba como una losa, cuando la tristeza quería ser protagonista en su vida. Las vecinas la saludaban con la sonrisa cómplice del saber, que sus ojos eran pasto de las noches sin dormir, anegados por la humedad de lágrimas despiadadas.
-¿Como puede ser tan difícil que la quieran a una?-se preguntaba.
No pocas veces se arrojaba a los brazos de su sillón, deforme de soportar los vaivenes de su inquietud, acompañada por una botella de vino negro. Los sorbos sabían a tierra sin arar, el reflejo de la luz en la copa, le grababan horas de miradas vacías.
Casi se había acostumbrado a vaciarse de emociones, para llenarse de nuevo de retazos fríos de espera infructuosa. Así se le pasaban los días, todo giraba alrededor de ese vacío. Amar, desear, romper el tiempo, para convertirlo en un instante de un beso sin fin. Qué locura anidaba en su mente. Solo verse a ella junto a alguien la confortaban. No supo ver que se encontraba en el filo de esa cuerda, que con mucha facilidad se quiebra, para lanzarte a un abismo del que ya no hay retorno.
Una mañana, después de haber tenido un sueño, en el que todos los que la rodeaban le decían:
-”que suerte poder amarte”-
Se levantó con fuerzas renovadas, queriendo gritar ¡aquí estoy para que sepáis quien tiene un corazón hecho para el amor! Ese día, hasta el sol quiso ser benévolo, y brillaba sin quemar, una suave brisa movía su pelo, su cara desprendía esa luz que da la paz de los enamorados, su andar eran pasos de un baile lento y aterciopelado; Sentía como los que se cruzaban con ella en la calle, la miraban con deseo de invitarla a un paseo junto al parque más frondoso de la ciudad. Ya no habían tristezas en su alma, la noche junto a sus sueños, la transformaron en quien siempre quiso ser, nada del pasado volvería para recordarle que el amor también tiene esa cara sin rasgos, que se van moldeando a fuerza de muecas de dolor, y llanto. Sintió que el amor la estaba esperando en cualquier gesto de una sonrisa, en la cara de ese hombre, no importaba si llegaba a primera hora de la mañana o se retrasaba hasta la tarde, Sabía que no tardaría mucho en llegar. A punto de traspasar la puerta del edificio donde trabajaba, se le cayeron de las manos una carpeta llena de papeles blancos, se agachó a recogerlos, con presteza; Mientras los recogía del suelo se acercó un hombre y le preguntó:
-¿quiere que la ayude?-
Anía lo miró a los ojos, y en ese momento una corriente de sensaciones atravesaron todo su cuerpo
- Si por favor ayúdeme-respondió.
Juntos se pusieron a recoger las hojas del suelo, parecía como si no existiese nada más que ellos dos en ese lugar. Sus manos se rozaron en varias ocasiones, la sonrisa de ambos dibujaron un espacio de luz entre sus cuerpos. Él se disculpo creyendo que por su culpa habían caído los papeles, ella le quito importancia, mientras en su corazón deseaba que la cogiese entre sus brazos y la besara allí mismo.
Lo siguiente fueron palabras sin mucho contenido, hasta que él le dijo:
-permíteme que te invite a un café para disculpar mi torpeza-
Ella asintió, y juntos se sentaron en una cafetería cercana al trabajo. La conversación transcurrió por caminos muy distintos, se estaban conociendo, cuanto más hablaba él, más cercana se sentía ella. Todo parecía como escrito por alguien que hubiese pensado-“Ania ya es hora de que junto a ti viva ese amor que tanto has deseado, y tantas veces has buscado” él hablaba, con una voz suave, construyendo cada frase para que solo ella supiese lo que significaba.
Era tanta la dicha que estaba sintiendo que en ese momento se hubiese dejado llevar a donde él quisiera; Poco a poco la mirada de Amia se nublaba, no conseguía enfocarlo bien, sus rasgos eran cada vez más difusos, se empezó a angustiar pensando que quizá se estaba mareando, o sufría un pequeño desvanecimiento, por mucho que intentaba abrir los ojos, no lograba verlo claro, su primera reacción fue acercar las manos a su cara, estas traspasaron su rostro, ella creyó estar volviéndose loca, la desesperación se apoderó por completo de su cuerpo, quiso gritar, pero ningún sonido salía de su boca, ante tanto pánico, se levantó de la mesa, y pidió ayuda a alguien que pasaba por allí, este le dijo-señora que le pasa, no hay nadie en esa mesa, está usted sola- Comenzaron a brotar lagrimas de sus ojos, unió sus manos a su cara, y el llanto se hizo más intenso. Justo en ese momento, un hombre que pasaba por su lado le dijo- despierta Ania, todo ha sido un sueño-
Ella dio un salto de la cama. Estaba soñando, Se quedó un rato largo sentada en su cama, intento recomponer todo lo que le acababa de suceder, volvió a verse sola, y viviendo en la misma cuerda. Lloró durante largo tiempo, y desde entonces sigue, creyendo que alguien en alguna parte le dirá- “estas hecha para ser amada”.

LA ANGUSTIA

Andaba lo más deprisa que podía, eran las doce menos cuarto y aurora llegaba tarde a su cita con el doctor. Dejar a los niños en el colegio, comprar el pan antes de que cerrase la panadería, por si a la vuelta de la visita con el doctor estuviese cerrada. Subió a la cuarta planta, que es donde estaba la consulta, se sentó en una pequeña sala de espera, hasta que la avisaran. Mientras esperaba, por su cabeza pasaban todas las cosas que quería decirle, estaba algo nerviosa, eso de ir a un médico para asuntos de los nervios no le daba mucha confianza; Se había puesto una blusa marrón, una falda beige y unos zapatos negros, un pañuelo color crema en el cuello, el pelo recogido en una pequeña coleta y un par de pinzas sujetándola.

Su bolso negro no era ni muy grande ni tampoco muy pequeño, lo justo para llevar las cosas que necesitaba. Como contarle a una persona desconocida, tantas cosas que anidaban en su mente. Después de quince minutos, salió una enfermera para avisarle que ya podía pasar; Entró despacio, como una niña asustada que ha cometido alguna travesura, el doctor le indico que se sentará en una silla que había frente a su mesa.

-Por favor siéntese, póngase cómoda-Aurora se sentó, alisándose la falda y agarrando el bolso con las dos manos. El doctor le preguntó con mucha delicadeza-¿Cómo se siente?-Aurora no sabía muy bien si esa era una pregunta con trampa, o solo quería ser amable. Contestó lo mejor que pudo-Pues verá “usté” doctor, a mi me ha dicho mi medica de cabecera que venga a verlo porque estoy algo nerviosa últimamente, yo le he dicho que es normal, con los niños, la casa, y este marido que tengo, que siempre me está pidiendo que haber si hago un esfuerzo y adelgazo un pelín. No es que coma mucho pero la angustia de ir todo el día corriendo me hace comer a cada momento, además está lo de las cosas que mi marido me pide por las noches, antes todo era muy normal, pero desde que vio una película sobre “como ser original en el amor” me tiene loca; Cada día es una aventura, imagínese, ayer sin ir más lejos, quería que de vez en cuando mientras lo hacíamos, le mordiese la rodilla, como comprenderá una no está acostumbrada a estas novedades en la cama; mi marido dice que lo que pasa es que soy un poco antigua, ¡antigua! Como si morder una rodilla tuviera algo que ver con la modernidad. Estoy un poco harta de sus inventos. Siempre he sido muy esposa para todo lo que él quería, pero me tiene de los nervios con sus caprichos. Encima uno de los niños me ha dicho que en el colegio le han cogido manía, por que viste mucho de rojo, dice que todos se burlan de él y le llaman “el tomate”, eso sí que me angustia, a mi niño no me lo toca nadie. Ya he ido a hablar con su profesora, y me ha dicho que ya se sabe como son los niños, que es algo pasajero y que pronto se les pasará; Pero yo no puedo dejar de pensar que mi Pedro está pasándolo mal; el otro día sin ir más lejos, hable con una de las madres de uno de los niños que lo acosa. ¿Y qué cree que me respondió? Pues me dijo “que si mi niño le gusta mucho ir de rojo será que tiene algo raro”, ¡algo raro!, rara ella y ese bigote que no acaba de quitársele nunca.

Además no llego nunca a final de mes, y mi marido me pregunta que en qué me gasto el dinero que gana. –Y usted que le responde-preguntó el doctor-pues que si quiere que me apañe mejor con el dinero, pues que me dé más, que para la miseria que gana, no se pueden hacer milagros. Como “esté” comprenderá no le gusta nada que le diga que gana poco, y entonces viene cuando me echa en cara que solo compro tonterías, y me gasto el dinero en caprichos; Como va a ser un capricho comprarle unas carteras nuevas a los críos, si no les dura nada, o la ropa, cada mes hay que cambiárselas, ¿o es que no crecen las criaturas?, que” lastimica” con lo bien que se apañan con lo que les pongo. Además vivo en un barrio que esta últimamente” abarrotao” de inmigrantes, y no es que yo tenga nada contra ellos, pero noto que las calles ya no están igual, es como si el olor de sus comidas, que son las que guisan en sus países, se ha “pegao” en todas partes, cada vez que tiendo la ropa, lo tengo que hacer a una hora que no cocinen, si no huele como a carne. Hay mucho miedo a la delincuencia, no puedo dejar que los niños jueguen hasta muy tarde en el parque, no se sabe que gente puede pasear por allí cuando empieza a oscurecer. Como verá son muchas cosas las que me tienen angustiada. Para colmo mi madre dice que está deprimida, porque sus hijos no la cuidan como antes. Es todo un sinfín de cosas que no acabaría nunca de contarle. ¿Cree que tengo algo malo doctor?-El médico la miró a los ojos, esbozó una sonrisa, y le dijo-Usted no tiene nada malo, solo tiene lo que mucha gente en estos tiempos, que todo es correr y correr, solo puedo recetarle estas pastillas para que el día le pase más tranquilo, y cuando vea que se va sintiendo mejor, las va dejando, pero poco a poco, un día una mitad y otro día nada, hasta dejarlas del todo; Si vuelve a sentirse inquieta las vuelve a tomar.

Aurora le dio las gracias, se levantó de la silla y salió de la consulta, al llegar a la calle se quedo un instante mirando la avenida que se abría frente a ella. Por su cabeza pasaron todos los momentos que habían hecho posible que estuviera ahora donde estaba; Se encaminó hacía su casa, cuando de pronto le sonó el móvil-Si dígame-contestó, al otro lado una voz de mujer le respondió- Señora, le llamo del colegio, su hijo Pedro se ha pegado con un niño, cuando pueda debería venir- Ella contestó-si sí, no se preocupe que enseguida voy- Sin dejar de caminar comenzó a llorar, no había manera de apartar esa angustia que no la dejaba vivir.

PAULA Y SU JARDIN

Vacio el agua de todos los floreros, tiro las flores marchitas, decidió que ya había llegado el momento de cambiar el color que decoraban sus jarrones; Solía esperar a que cayeran por si solas, pero esta vez su mirada se cansó de ver tanta tristeza, Paula estaba enamorada de todo lo que respiraba, la naturaleza le regalaba tantos momentos de plenitud, que se relacionaba mejor con las plantas que con las personas.
En su búsqueda de un amor eterno, perdió todos los amores fugaces; Se adentró en un mundo de plantas, ellas colmaban todas las expectativas que tenía de lo que para ella suponía esperar, a que algo le diera satisfacción. Las regaba con la lentitud de una bailarina en un paso de minueto, dejaba que el agua cayera gota a gota, sin asustar a las hojas; Si debía podar, lo hacía pidiendo perdón a la planta, porque creía firmemente que sentían dolor cuando se les cortaba alguna hoja. Buscaba el mejor lugar en su jardín para cada una de sus plantas, verlo era entrar en un paraíso de color. Toda su ternura quedaba reflejada en el hermoso vergel que rodeaba su casa. En un pequeño cobertizo guardaba todos los utensilios que usaba para trabajar; No importaba si al volver del trabajo se sentía cansada, para sus plantas siempre había un momento para decirles que alguien se ocupaba de ellas; su vida se fue alejando de la espera de un amor imposible, lo esperó durante mucho tiempo, pero él se olvido de su dirección, no encontró como volver al camino que lo llevaba hasta Paula.
En ese mismo instante ella disfrazó su corazón de maleza, nadie volvería a podar su amor. En sus encuentros con la soledad, se reía como una joven alocada, casi parecía que nunca nadie, escribió su nombre en un poema. Creyó, que todo el que se acercaba a ella para insinuar un comienzo de algo, no importaba el que, solo pretendía sin ni siquiera saberlo, romperle todas las flores que regó con las lágrimas de un amor que no pudo dar a nadie. Era muy difícil que estuviera dispuesta a conocer gente, perdió la cuenta del tiempo que hacía que ningún hombre la abrazaba; era joven y sus facciones la hacían atractiva a los demás, No se sentía defraudada con la vida, solo temía que otra vez alguien dejara de acompañarla a pasear en primavera.
Tenía organizado el jardín de tal manera, que cada conjunto de flores estaban unidas según su color y su aroma; Cuando paseaba entre ellas extendía las manos rozándolas con las yemas de los dedos, mientras les contaba alguna novedad del día, o simplemente tarareaba alguna canción. Solía vestirse con una bata de color verde, para no desentonar con el paisaje que formaban las flores siempre que andaba entre ellas. Su pelo rojo como un amanecer, se movía suelto, era como la continuación de los pétalos de sus rosas.
Se repetía en voz alta-¡que hermosas estáis!-sonreía con el descubrimiento de un nuevo brote, y lloraba si alguna hoja o flor caía abandonada por una naturaleza desmemoriada, que cada otoño olvidaba el gran amor que tuvo con todas ellas. Mientras estaba absorta en su jardín, no evocaba la soledad de su vida. Amó todo lo que una mujer puede amar, le dio la vida entera, se vació sin saber si volvería a llenarse; No supo darse a medias, le entrego cada palmo de su alma y de su cuerpo; Él no entendió que significaba ser ese alguien a quien esperas cada día para compartir un universo de amor y pasión, prefirió la frialdad de un trabajo bien remunerado. En cada segundo que pasaba junto a sus plantas, sentía como algo se renovaba en su interior; en un rincón las azucenas, con su color blanco, que la invitaban a pasear por las noches, para oler ese aroma tan intenso que desprenden. Cuantas noches se dejo llevar por el ansía de un romance lleno de aventuras, cuantos soñadores como ella saltaron la valla, para raptarla y embarcarse en un viaje en el que solo serían ellos dos y una pasión, solo descrita por los grandes poetas; Las azucenas, caprichosas flores de su anhelo.
En el otro rincón, separadas por pedacitos de yerba fresca, habitaban como las reinas del jardín, señoras altaneras y poco amigas de nada que no tuviese que ver con un sentimiento sincero; Las rosas, esas elegantes y estiradas, compañeras fieles si les das tu corazón. Paula las miraba, los olía, las acariciaba con tanto esmero y cuidado, que sus manos parecían rozar la piel de un niño dormido. En sus ojos brotaban tímidas lágrimas, temerosas de mostrar que algo se movía en su corazón, ellas fueron en muchas ocasiones las culpables de creer a un amor que le prometió flores y solo le dejo sus traidoras espinas. Eran la memoria de su fracaso en el amor. En ellas se entretenía poco tiempo, las cuidaba tan bien como a las demás, pero no soportaba durante mucho tiempo su arrogante presencia.
En otra parte, un hermoso naranjo, ¡que olor tan especial dejaba su flor de azahar! Como le gustaba sentarse bajo su sombra, mirar como el sol iluminaba su fruto, dándole ese color brillante que invitaba a morder la naranja; Era su pequeña pasión, saber que las podía coger, pero que algo le decía que aún no era el momento. Así fueron sus años de romances, siempre vio lo que tenía delante, pero nunca se atrevió a darle ese mordisco que la hubiese llevado a los confines del deseo compartido.
 Su experiencia en el amor la volvió desconfiada, no era suficiente una herida de amor para esconderse de la posibilidad de volver a encontrarse con él; pero ella era tan sensible, que cualquier desaire la dañaba, como quien pierde ese objeto que guarda donde solo se mira de vez en cuando, para recordar que alguien nos amó. Su naranjo le hacía sentirse invadida por una pasión extraña y al mismo tiempo la reconfortaba, sabía que solo tenía que atreverse a exponer de nuevo su corazón; que prodigio tiene un corazón abrazado por unas manos enamoradas. En el contorno de sus plantas Vivian como agazapadas, hierbas de distintos colores, formas y tamaños. Eran esas criaturas que viven al cobijo de una buena tierra y alguien que las riegue; No necesitan mayor compromiso, les basta un poco de atención para seguir vivas. Paula no tenía bastante con eso, ella quería un amor entero y para siempre.
En otra parte del jardín, crecían las margaritas blancas, ¡cuantas de ellas sucumbieron a las dudas de Paula! A cada nuevo paso que daba en el amor, deshojaba una flor; No solo le preguntaba ¿me quiere, no me quiere?, algunas veces su consulta era más compleja, casi les interrogaba sobre las posibilidades de un amor difuso; ¿vendrá no vendrá?, ¿es sincero, me miente? Y así un sinfín de dudas. Las margaritas se convertían en su consejeras. Duró poco la relación, un día se marchitaron y tuvo que esperar a una nueva primavera, a que les dieran respuesta, mientras tanto optó por buscar respuestas en su corazón.
En medio de todo este jardín, que era su vida convertida en plantas, había una pequeña fuente, No era muy grande, ni tampoco tenía una forma muy especial, era hecha de piedra gris, con un surtidor en forma de calabaza, y una bandeja donde se recogía el agua que volvía una y otra vez a salir por el mismo lugar. Con el sonido del agua se entretenía horas, sin pensar en nada más.
En los momentos que pasaba en su jardín, la vida era solo una espera, cada estación le traía un nuevo impulso para no dejarse abatir por el ansia de querer compartir su vacio.
Acabado un invierno duro y frío, tomo renovadas fuerzas para que sus plantas y flores comenzasen a florecer en primavera, repitió todos los pasos que eran necesarios para que todas se sintieran queridas y cuidadas, agua, abono, tierra y mucho cariño. Una mañana se despertó con la idea de que algo nuevo debía plantar en su jardín, dudó entre distintas opciones de flores y plantas; al final se decidió por una enredadera. Son plantas que pueden servir para ocultar las partes del jardín que nos parezcan menos atractivas, Ella quiso ponerlas cerca de las rosas, no por que fuesen feas sus rosas, pero servirían para ocultar que su corazón tenía clavada la espina de un amor que no se acordó de volver a buscarla. Las enredaderas se han de asegurar muy bien para que con el paso de los años no se derrumben; Serían testigo de una soledad forjada por los años; Cada vez que la mirase recordaría que no quiso deshacerse de un recuerdo, que aunque doloroso, le traía a la memoria un amor que estuvo cerca de ella. Alguien la amo solo por un instante. Son plantas que has de colocar de manera que dirijas su crecimiento, de lo contrario se expande por todas partes del jardín. Sabiendo hacia donde crecen, tendría siempre un lugar al que dirigir sus ojos cuando la pena viniese a visitarla. Así pasaron unos años hasta que una amiga del trabajo le regalo una planta exótica traída de un país lejano, el nombre de la flor era casi impronunciable; pero sí sabía que su naturaleza era vivir muchos años, solo necesitaba luz, mucha agua y que se mantuviese lo más alejada de las demás plantas del jardín; sus raíces solían invadir las raíces de las otras plantas, hasta dejarlas secas. Paula tuvo dudas sobre si plantarla o no, pero al final decidió que no importaba ese riesgo. Si las demás querían seguir vivas, deberían espabilar y no dejarse amedrentar por quién podía dañarlas.
Se sintió identificada con esa flor, de poco le servía su belleza y sus ganas de amar, si no salía a enseñar que tenía un corazón dispuesto a que lo amaran de nuevo. Se mezclaría con los demás corazones. Prefirió que de nuevo alguien le pudiese dañar su amor, a quedarse sola en su vergel, que era como un reflejo de lo que había sido y era su vida. La planta exótica seria ella, aunque tuviese que exponerse a que alguien de nuevo podase su corazón, era preferible morir amando que vivir solo de un recuerdo que se fue. Plantó la flor extraña, la cuidó lo suficiente para que se sintiera querida, entre las demás; Todo lo que le rodeaba tomo un color diferente, las demás flores y plantas del jardín se volvieron más fuertes y resistentes, ante la amenaza de una flor extraña. Paula decidió no vivir más tiempo anclada en el recuerdo: Un día de verano Salió a pasear, con los primeros rayos del día, estaba preciosa, con una camisa blanca, y una falda azul. Su pelo recogido en una trenza, por la calle paseaba la gente, algunos hombres la miraban, otros le sonreían; Ella les devolvía la sonrisa. Sentía que algo se movía en su cuerpo; recordó a la flor exótica, extraña entre otras flores. Desde ese momento invadió el espacio que existe entre su deseo y su miedo al dolor de un fracaso. Anduvo libre y sin miedo; en esa mañana de verano alguien volvió a sonreírle, ella devolvió la sonrisa, y también la vida.

LA CITA
Acudía a su encuentro en una tarde de otoño, donde pasear por las calles era abrigar, no solo al cuerpo si no también al corazón. Había pasado todo el día anterior pensando, que le diría a ella, que no le hiciese creer algo distinto a lo que sentía por su amor. En su deseo de que nada saliera mal, compró una flor. Al principio dudó, entre todas las flores posibles que le gustaban. Al fin se decidió por una orquídea. Desde unas semanas atrás sus encuentros se habían vuelto monótonos, algo se vació en sus palabras, que no encontraban como decirse que se querían; Tomás, seguía viendo en ella todo lo que siempre había soñado; Su cara, sus ojos, esa manera de andar. Su risa, que hacia sonreír a todos los abatidos del planeta. Para él, tenía en ella todas las estaciones de un tren que tomo un día, y del que ya nunca quiso apearse. María lo citó en la cafetería “Airlia” nombre griego que siempre le gustó. Quedaron a las seis de la tarde. En otoño, la tarde se ama con la noche y no deja que el sol despierte su romance. El se puso su jersey azul y unos vaqueros. A ella siempre le gustaba que Tomas vistiera así, decía que el azul resaltaba sus ojos grandes y azules como un mar de verano. En su camino hacia la cafetería, iba pensando que sería lo que ella querría contarle; durante toda la noche anterior, su cabeza no paró de dar vueltas. Sabía, que María no se sentía muy a gusto últimamente, entre ellos se instaló algo que no supo definir, pero que los empezaba a convertir en una pareja sin más aliciente que algo de sexo de vez en cuando; Más como ejercicio, que como una entrega llevada por la pasión; El recordaba esos días, en que tan solo pasear agarrado de su mano, les hacía sentirse los seres más dichosos de la tierra, no importaba si pasaban toda una tarde sentados en una terraza, tomando un café, o un té. Eran horas en las que se miraban, se besaban y soñaban con lo hermoso que sería el día que llegaran a compartir el mismo hogar. Ella siempre imponía sus gustos en cuanto a decoración de la casa se trataba, el no discutía, todo le parecía bien, si así, María era feliz. La amaba como un loco ama a su razón, solo discutía cuando pensaban, si tendrían hijos y cuantos serían los idóneos. Se conocieron en un bar de amigos comunes, de eso hacía ya, siete años. Eran jóvenes cuando se conocieron, y seguían siendo jóvenes. En el tiempo que transcurrió desde que decidieran estar juntos, jamás hubo una palabra más alta que otra; Nunca se alzaron la voz, ni se faltó el más mínimo respeto. Toda su historia pasaba como un barco navegando sobre un rio apacible. Los padres de ambos se conocían desde el principio de su relación, más de una vez comieron en casa de uno u otro; Todo parecía ser lo más normal en su unión, muchos veranos los pasaban en la casa de la playa de los padres de María. ¡Cuantas noches bajo la luna, se amaron sobre la arena! Los amigos de ella y los de él, pronto se hicieron amigos comunes. Tomás no podía dejar de cavilar, se preguntaba que error había cometido, si quizás le dijo, o dejo de decirle algo que ella esperaba. Toda su mente era una tortura; Amarla era su principio, y quería que también fuese su final. Llego a dudar incluso de su capacidad como amante, sería quizá aquella noche en que no la miró lo suficiente, cuando estreno aquel vestido negro. No encontraba respuestas a todos sus interrogantes, de repente todo lo vivido juntos, le parecieron años llenos de errores por su parte. Su capacidad de amarla quedo en su mente, como el juego de un niño, aprendiz de los deseos escondidos; En ese lugar donde solo se llega, con la compañía de un corazón dispuesto a latir tantas veces como el amor te va llevando. Era un hombre agotado por la duda, la razón que le dominaba para encontrar un motivo para la cita, lo estaba volviendo loco. En el camino hacia la cafetería se cruzó con algún conocido, al que saludo sin demasiado empeño; Todo el otoño, pasaba de forma implacable a habitar en su alma.
Se decía- Es posible que solo quiera contarme algún nuevo plan para este fin de semana, o quizás haya olvidado alguna fecha relevante. Y esté enfadada por ello-todo eran preguntas sin ninguna respuesta; En la mano llevaba una orquídea, una flor tan bella, pero tan frágil. Así sentía Tomás su vida junto a María. La distancia hacia su encuentro se acordaba, el frio de un otoño sin demasiadas hojas caídas, no hacia mella en él, andaba con la prisa de los que están a punto de perder un transporte hacia ese lugar, que en lo más profundo de su ser, no desean coger. Entró en la calle en la que se encontraba el café, divisó el letrero, ahí lo ponía bien claro “airlia”, respiró profundamente, hizo gestos que le ayudaran a tener una apariencia más relajada, se observó de arriba abajo, todo parecía estar en su lugar y bien colocado; Miró la flor con toda la ternura de que era capaz, como queriendo trasladar su corazón al interior de su pétalo. Se plantó frente a la puerta del bar, ojeo tras los cristales, buscando a su amada, Por fin la vio, ¡estaba tan hermosa!, su pelo del color del trigo, su mirada perdida en las hojas de un libro, era toda ausencia. Abrió la puerta, entró y se dirigió hacia ella; María al verle, sonrió, él le devolvió la sonrisa; Se acercó a su cara y la besó en los labios, le devolvió el beso. Tomás creyó notar en su boca, un aire de despedida, no supo exactamente que era, pero si sabía que ese beso no era el mismo de siempre. Se sentó en la mesa frente a ella, en ese mismo momento se acercó la camarera y le preguntó que tomaría, el contestó- Un café con leche. La miró a la cara y le entregó la flor, María la cogió entre sus manos con mucha delicadeza, le agradeció el regalo dándole un beso, esta vez sí, con más afecto.  Tomás le preguntó cómo se encontraba, si había tenido un buen día, fueron palabras que solo pretendían iniciar una charla. María fue directamente al grano. Le quiso decir algo, cuando Tomás la interrumpió diciendo-Antes de que me digas nada, quiero que sepas, que llevo toda la noche de ayer y todo el día de hoy, pensando en nosotros; en todos estos años de relación. Y he llegado a la conclusión que he cometido muchos errores- María quiso decirle algo, pero no la dejó- No. No, déjame que acabe, estoy dispuesto a cargar con la culpa de mis errores. Si algunas veces me necesitaste sin decírmelo, en silencio y yo no supe verlo, perdóname; Cuando lloras, siempre creo que es por mí, si al hacer el amor te duermes sin abrazarme, creo que ya no sientes el calor de mi piel. Todo lo que te falte en tus sueños de amor, he sido yo quien no ha sabido traértelo. A veces quise gritarle al mundo que nada es más importante en mi vida que tú, pero el mundo no me dejo hablarle, está siempre tan ocupado gritando- María quiso interrumpirlo- Tomás quiero que oigas una cosa que quiero decirte-él, no la dejó hablar-¡escúchame maría, por favor te lo ruego!-Ya son siete años los que llevamos compartiendo una relación, entiendo que no puede ser siempre como la primera vez, pero para mí, no existe un solo día en que no sea el primero, cuando te veo llegar a mi encuentro, mi cuerpo vibra al saber que cogerás mi nano; Aún tiemblan mis labios al besarte, tengo miedo a que no sean esos labios que siempre soñaron con llevarte a un viaje del que nunca quieras volver. Si alguna vez me dices, que hoy no podemos vernos por algún motivo, me invaden todas las soledades del universo; No te lo he dicho nunca, pero muchas noches, cuando estoy en mi cama, se vuelve fría y ancha por qué no estás junto a mí, lloró como un niño al que le acaban de quitar su juguete preferido. Estoy deseando que el día me despierte para oír tu voz, cuando me llamas por teléfono y me citas a una hora para vernos. Mi vida es, desde que te conocí, una alegría inagotable. Quizá debería haber decidido antes de ahora, nuestra fecha para irnos a vivir juntos, como en tantas ocasiones me preguntaste ¿Cuándo? Pero eso se acabó, cuando tú me digas lo organizamos. Mañana mismo si quieres-María lo escuchaba sin decir nada, en sus ojos se fue formando una presa a punto de desbordarse: Tomás le prendió las manos sobre la mesa-siguió hablando-Hay más cosas que no te he dicho en este tiempo, pero que creo que pueden, de alguna manera resumir todo lo que estoy intentando decirte, Solo espero que en mi vida, desde el día en que te conocí, hasta ahora, seas la que encierres mi corazón en el espacio donde lo necesites para amarte. Te quiero María, pídeme todo lo demás.-Tomás callo un instante, Ella le pidió que saliesen a la calle, había comenzado a llover, María se puso su gabardina azul y un gorro de lana beige. Salieron a la calle y bajo la lluvia constante, pero tenue, le dijo a Tomás-En estos años, te he amado como nunca amé a ningún hombre, porque nunca hubo otro en mi vida; si te dicho que vinieras a verme, si he organizado esta cita, es para que sepas una cosa-a María se le humedecieron los ojos-Jamás olvides que en todos los momentos que me has contado, en que creías que no me habías demostrado tu amor, son solo fruto de tu imaginación; He sentido en lo más profundo de mi alma, que tu corazón está en el hueco de mi amor, no podría sentir mi mano sin que la tuya la tomase. Te he llamado para decirte lo mucho que te he amado y lo mucho que te sigo amando- Las gotas de lluvia mojaban sus rostros cuando se fundieron en un beso. El amor tan caprichoso quiso, casi volver loco a Tomás. Juntos se fueron paseando bajo la lluvia, que comenzaba a caer con más fuerza, solo se podía observar una silueta, era la de dos amantes que nunca perdieron la ternura de unas manos que se cogen, sin soltarse jamás.


LOS REGALOS DE NAVIDAD

Mis padres me recordaron que a las diez y media debía ir a buscar los regalos de navidad de mis dos hermanos pequeños. Para que no pudieran verlos, se dejaron guardados en un pequeño trastero, que tenían alquilado a unas tres manzanas de nuestra casa; Como yo era el mayor de los tres y esa noche mí padre tenía guardia en el ferrocarril, me tocaba a mí recogerlos y traerlos a casa sin que los dos pequeños se enteraran de la maniobra. A mis catorce años, este tipo de responsabilidades me hacía sentirme algo mayor de lo que era, y siempre aprovechaba estas situaciones para recordarles a mis hermanos que yo era el mayor.

 Después de una cena copiosa, mi madre me indico que ya era hora de ir a por los regalos, y que debía hacerlo sin que mis hermanos se percataran; Les indique que saldría unos minutos a casa de mi amigo Pascual, a saludar a sus padres por navidad y que no tardaría mucho en volver. Hacía mucho frío esa noche, así que decidí ponerme, además del abrigo y la bufanda, el gorro de lana. En la calle, el helor de la noche cortaba la cara, las luces de las calles iluminaban muy poco, o en algún caso, las bombillas estaban rotas por alguna pedrada de los niños que jugaban a comprobar quien tenía más puntería; comencé a caminar lo más deprisa que pude, no solo por el frío, estar solo en la calle, a esas horas y sin nadie, me provocaba una cierta inquietud.
 Anduve calle arriba, hasta la esquina, donde coger la avenida más ancha que me llevaría al trastero. En el momento en que doble la esquina, me pareció ver a un hombre vestido de negro y con un sombrero blanco, creí verlo entrar en una de las calles por las que debía pasar antes de llegar a mi destino. Aumente la velocidad de mis pasos, sin saber muy bien porque la presencia de aquella figura me hizo sentir miedo. Seguí caminando, y a cada dos o tres pasos giraba la cabeza, creyendo que aquel hombre estaba detrás de mí. En una de las veces que gire la cabeza, volví a ver la figura, pero esta vez en la otra acera. La visión de esa sombra era casi imperceptible, daba la sensación que aparecía y desaparecía a placer. Al caminar escuchaba unos pasos que no eran los míos, cuanto más aceleraba mi caminar más fuerte notaba esos pasos, esta vez no vi ninguna figura, ni a ningún hombre vestido de negro, solo escuchaba sus pisadas en la soledad de la noche, en esas calles, apenas sin luz y con un frío que ya comenzaba a calarme en los huesos;
Aún me faltaban dos manzanas para llegar a mi destino, y cada vez más tenía la sensación de que la distancia era enorme. Por mucho que aumentaba mi velocidad, no notaba que la distancia se acortara, Mi respiración se aceleró, y el gorro de lana comenzaba a molestarme por el calor que me provocaba. En aquel silencio creí oír a alguien que me llamaba por mi nombre, sin dejar de caminar, mire a un lado y a otro de la calle y no adivinaba a ver a nadie; Las pisadas eran cada vez más fuertes, sentía que prácticamente estaban detrás de mí, y aún me faltaba una manzana para llegar al trastero; De un portal salió un gato dando un salto y un maullido, que me hizo encogerme y dar un pequeño alarido. En ese instante, y al mismo tiempo volví a oír una voz que decía mi nombre, llamándome con un alarido salido del mismísimo abismo; No podía correr, ni sabía si debía hacerlo, metí mis manos en los bolsillos del abrigo y caminé lo más deprisa que pude, mi corazón latía a mil por hora, la noche era cada vez más oscura, el frío trajo una pequeña niebla que me impedía ver a más de dos metros de distancia; Y en ese mismo momento, cuando no veía prácticamente la calle, y el sonido de las pisadas estaban justo a mi lado, escuche la voz de un hombre que me decía-no corras, ya casi hemos llegado- comencé a correr sin mirar atrás, ni saber  si tenía a alguien cerca o no. En ese punto, ya estaba justo en la puerta de la persiana del trastero; Busque las llaves en mis bolsillos y no las encontraba por ningún lado, en uno de ellos encontré un pequeño agujero, pensé que se debían haber caído mientras corría, y con los nervios no me di cuenta de donde ocurrió. Mis manos buscaban y buscaban, sin encontrar, hasta que metidas en una pequeña doblez del bolsillo estaban las malditas llaves. Las saque lo más rápido que pude, en ese momento me faltaba el aire, y el frío casi había desaparecido. Introduje las llaves en la cerradura, mientras lo hacía volví a escuchar las pisadas, esta vez después de unas cuantas, se pararon en seco; No quise mirar detrás de mí, porque algo me decía que aquel hombre estaba justo a mis espaldas. Levanté la persiana lo más fuerte y rápido que pude, se abrió haciendo un ruido ensordecedor a esas horas de la noche, donde solo mi angustiada respiración se percibía. Al abrir la persiana, se mostro el interior del trastero, estaba completamente oscuro, no había ni un solo resquicio de luz, busque el interruptor, en el lugar que siempre estaba, mi mano recorrió la pared a oscuras, palpando, intentando notar donde se encendía la luz. Lo encontré, lo active y la luz no se encendía. La bombilla debía estar rota, decidí dejarme llevar por mi conocimiento del local, y sin luz me acerque a donde creí que estaban los paquetes, de regalos. Deje la persiana levantada, intentando que por poco que fuera alguna brizna de luz podía entrar; En ese momento mi interés por el hombre de negro, y por el sonido de una voz llamándome o hablándome paso a un segundo plano. Solo quería encontrar los regalos, cogerlos y salir corriendo de aquella situación; Al fin aparecieron los paquetes, los cogí con fuerza, me acerque a la puerta del trastero, baje la persiana, cerré con llave y me dispuse a comenzar mi vuelta a casa, cuando oí de nuevo la voz que me decía-no me dejes aquí dentro-No quise comprobar si había alguien o no dentro, comencé a correr lo más deprisa que pude, dejando atrás aquella calle, la oscuridad ya no me importaba, y el frío parecía que había desaparecido. Los paquetes de regalos pesaban un poco, pero a mí, me parecían toneladas. Ya no escuchaba las pisadas, ni veía al hombre de negro, con sombrero blanco. Y la distancia hasta mi casa era cada vez más corta, ya solo me faltaban unos pocos metros para alcanzar la puerta de mi edificio, la niebla era muy intensa, te mojaba la cara; Justo a escasos metros de mi puerta, tropecé con una de las bolsas, que era casi más grande que yo, y caí al suelo de bruces; Me levante rápidamente, y proseguí mi marcha. Ya había alcanzado mi casa, cogí las llaves para abrir la portería, las introduje en la cerradura, gire la llave, Y en ese segundo, oí de nuevo la voz que me dijo-Volveremos a vernos, feliz navidad-Entré en mi casa, deje los regalos bajo el árbol, me acerqué a mi madre a darle un abrazo, que no entendió tanta efusividad de repente. Dije- buenas noches y me embutí bajo las mantas de mi cama, hasta la hora de recibir los regalos.

COMO DEFINIRTE

Por si alguien quiso saber alguna vez  que palabras usar para decir te amo, sin que sonara igual que si recitaras la lista de la compra; Silvia decidió organizar unos cursillos de “declaraciones de amor, para personas tímidas, y sin recursos lingüísticos”; Su metodología de trabajo no estaba basada en ninguna experiencia personal, era lo que durante mucho tiempo había recabado en la lectura de todos los libros de amor que pudo leer. Sin tener más vivencia que una pasión de juventud, que huyó cuando el padre de ella quiso convertirlo en yerno,  a la vez que  comerciante de relojes, no siendo esta la profesión que para si deseaba, si no que quería ser astrónomo. Pero para el padre, eso era algo parecido a ser un soñador, sin futuro que darle a su hija. Ante el dilema de escoger entre un primer amor, o una vida mirando a las estrellas, optó por esto último. Y desapareció una tarde de verano. Solo le dejo una carta en la que le decía lo mucho que la amaba, pero lo poco que le gustaban los relojes. Desde ese día ella se refugió en la lectura, ahí encontró todo lo que hubiese querido oír, decir y sentir, ellos se convirtieron en el amante fiel, que jamás le darían un disgusto, ni le harían una mueca extraña o cansada de desamor. Vivió siempre bajo el amparo de su padre viudo.  Al morir este, le dejo todas sus posesiones, entre ellas una tienda de regalos, una casa llena de recuerdos, una pequeña fortuna, con la que pudo subsistir el resto de su vida, y una pena en el alma por no darle un yerno y  los nietos que tanto deseaba.
Ahora con cincuenta años y convertida a ojos de los demás en una solterona, decidió ayudar a los que pudieran tener dificultades en el arte del “enamoramiento”. En un pequeño local metido entre calles estrechas, con unas pocas sillas, una pizarra, y libros llenos de las historias más apasionadas de enamorados, con jarrones llenos de flores rojas; En la puerta un cartel no muy grande que decía (“Se escriben cartas de amor”) empezó ayudando a alguna  vecina  que venía en busca de ayuda para sus hijas, todas ellas víctimas de algún amor desdeñado, y deseosas de conocer las recetas idóneas para seguir soñando con la ilusión del retorno de sus enamorados. En casi todos los “casos”, que es como a ella le gustaba llamarlo, ponía un pedacito de su alma, creyendo que así haría desaparecer el desconsuelo que llevaba a cuestas desde hacía veinticinco años;
Siendo pocos los clientes que visitaban su establecimiento, optó también por vender todo tipo de productos que a su entender contribuirían a establecer unas mejores y más profundas relaciones entre los amantes, así como: perfumes, pequeñas joyas de bisutería, pañuelos, y un surtido de mercancías traídas de las capitales más románticas que sus adorados libros le habían dejado visitar sin moverse de su salón.
Así fueron pasando los años a veces con más aciertos y éxitos, otros los más, con profundas desilusiones y zozobras. Hasta que un día de otoño cuando las hojas comenzaban a caer, apareció frente a su tienda una mujer que le ayudaría mucho a entender que el amor, no era como ella creía, que todo el  bagaje aprendido en las letras y en las vidas de los demás, no era sino un espejismo del que debía despertar.
Estaba a punto de ir a comer cuando entró una joven de aspecto delicado, grandes ojos negros, vestida con un abrigo marrón que le cubría desde el cuello hasta los tobillos, se dirigió hacia el mostrador y preguntó si aún estaba a tiempo antes de que cerrase para ir a almorzar, de escribir o ayudarle a hacerlo, unas palabras para su amado que desde hacía días no tenía noticias de él, pensaba que después de una acalorada discusión, Decidió mortificarla con una cierta indiferencia;
Silvia se sintió presa de un deseo voraz por conocer todos los detalles que escondía aquella muchacha, la invitó a sentarse, ofreciéndole un poco de café o té o cualquier otra bebida que la hiciera entrar en calor, para lograr que se sintiese a gusto y tranquila, que le contara sin dejar ni un solo pormenor, qué le atormentaba.
Le ayudó a quitarse el abrigo,  dispuso una silla con un cojín azul para que se sintiera lo más cómoda posible, le puso entre las manos una taza de té, creyó siempre que esta bebida era la idónea para las historias que tenían que ver con los asuntos del corazón, o el alma;
Desde la huida de su amado todo giraba en torno a lo que pudo haber sido y no fue, no existía un solo instante del día en  que cualquier situación, por prosaica que fuese, ella no se colocara como protagonista. Desde ir a la compra y soñar que la hacía junto a él, que juntos escogían las frutas que comerían, que se darían mimosamente en la boca, hasta compartir mentalmente unas largas charlas con todo tipo de cuchicheos sobre las vecinas más estiradas del vecindario.
Silvia le preguntó con toda la dulzura que era capaz, pero yendo directamente al asunto.
-¿Que la trae por mi consulta?-Estaba cada vez más claro su convencimiento de que era como un gurú del amor, ello le daba licencia para creer que era docta en esos asuntos; La joven le contó:
-¡Vera usted!, desde hace unos días mi prometido no da señales de vida, sé por mi amiga Inés, que es vecina suya, que está bien de salud, que no ha emprendido ningún viaje que le aleje de mi, y si así hubiera sido me lo habría dicho. Tuvimos una discusión un tanto acalorada, pero no tan grave o al menos eso creo yo, como para estar días sin querer hablar conmigo.
Preguntó.- ¿Quiere contarme que ocurrió para que discutiesen?;
Antes de iniciar su relato se atusó el pelo, carraspeó y tomo un trago  de su taza de té, sus ojos miraban a ninguna parte y en sus labios se percibía el color del llanto continuo y sin consuelo. Comenzó.
-Andrés, que así es como se llama, vino a darme la noticia de que había encontrado un trabajo muy bueno, y muy bien remunerado pero solo tenía un inconveniente, debíamos trasladarnos a vivir a otra ciudad en cuanto contrajéramos matrimonio. Cosa que aún estaba por determinar la fecha. Yo no estaba dispuesta a casarme corriendo y deprisa con todas las cosas que debía preparar, a todos los conocidos y amigos  que tenía en mente invitar a la boda, ni siquiera me había probado ningún vestido para la ceremonia. ¡Imagínese una novia sin vestido blanco!, sin damas de honor, sin niñas que lleven flores al altar, sin un sacerdote que diga un sermón lleno de palabras de amor del uno hacía el otro, con la bendición de dios, ¡Dios mío! Me sonó espantoso, y todo debido a que  al igual que su padre había encontrado trabajo en una sociedad de origen alemán, con sede en Granada, y allí debíamos irnos a vivir, teniendo yo toda mi familia, mis amigos,  diría que casi mi vida en esta ciudad. Al negarme a realizar las cosas tan deprisa y no querer cambiar de ciudad, se enfadó me reprochó que no lo quisiera lo suficiente; Estará usted conmigo que es más importante todo lo que yo le he contado que irse a vivir a  Granada a trabajar mirando las estrellas como hace su padre, que es astrónomo.
A Silvia se le paró el corazón, por su mente pasaron todas las imágenes de su vida junto a su amante, quedó como petrificada sin saber qué primera palabra utilizar para romper aquella situación, su vocabulario se volvió el mismo que un párvulo, balbuceó letras inconexas que no se encontraban entre sí para formar alguna frase con sentido; Al final pudo decir.
¿Usted lo ama?
-Por supuesto. Contestó ella. Con toda mi alma.
Entonces le voy a decir, o mejor le contaré lo que creo que debería hacer sin perder ni un segundo de tiempo.
Cuando salga de aquí vaya lo más rápidamente que pueda y le den sus fuerzas, a buscar a su amado. Y  dígale lo mucho que lo quiere; Que vale más un instante a su lado mirando las estrellas, con el corazón como aliado, que todas las ceremonias del mundo, y no deje pasar al dios del amor sin que derrame toda su gracia sobre los dos. Agarre con todas sus energías la mano de su corazón, y no la suelte hasta que juntos cuenten todas las estrellas del firmamento. Hay caminos que solo se abren una vez en la vida, transítelo y verá como es mejor llegar cansada, o detenerse a mitad  que no empezarlo nunca.
Váyase y deje que su corazón la guie.
Ella se la quedo mirando un instante, la beso en la mejilla y se despidió.
Silvia no se movió de su asiento durante unos minutos, y comenzó a llorar. Porque sabía que en aquella muchacha iba todo lo que era capaz de amar.

EL PRETEXTO

Como cada domingo asistían a la misa que se celebraba a las diez de la mañana en la iglesia del santo mártir, Aurelio, su esposa Adela y su hija Isabel; No importaba que el tiempo no acompañase ese día, como buenos católicos nunca faltaban a su cita con el párroco don Ramón. En el mes de enero los parroquianos eran menos que en el resto del año; Los vecinos se saludaban con un gesto de aprobación, inclinando la cabeza cuando ya estaban dentro del templo; Una vez fuera se formaban pequeños corrillos donde comentaban como había sido el sermón del cura, y las tareas que debían realizar a continuación en sus respectivos hogares. Don Ramón había tenido un día especialmente inspirado en su homilía, sus palabras giraron en torno al evangelio del perdón, sacadas de los mensajes del mismo Jesús; De camino a casa, Aurelio comentó a su mujer que se sentía algo cansado y quería pasar un rato por la cantina del pueblo a tomar un vino con los amigos, necesitaba despejarse. No tenía muy claro porque ese día no lograba sentirse en paz con las cosas y con las gentes que le rodeaban. Lo achacaba al frío intenso, que hacía olvidar cualquier hecho que no fuese aliviar el vaho que desprendían todas las cosas vivas o incluso las piedras; De todas las frases que pronuncio Don Ramón, hubo una que hizo especial mella en Aurelio, y como un tintineo golpeaba su mente una y otra vez. El párrafo sacado de la mismísima boca de Jesucristo decía:
“Yo, el señor, perdonare a quien sea mi voluntad perdonar,
Mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”

Que hubo en estas palabras, que hizo remover algo que ya estaba casi dormido en la conciencia de Aurelio; Desde un tiempo en que el olvido quiso ayudarle a arrancar de su memoria lo que le hizo a esa persona, que tanto sufrimiento trajo a él y a toda su familia. La palabra “perdón” dejo de ser útil en su vocabulario, cuando un día de verano, al atardecer, cuando los niños y ancianos duermen la siesta, Él decidió pasear por una vereda que llevaba al lago de agua limpia, y verde del reflejo de los arboles que rodeaban al estanque. En su camino se topó con su, hasta entonces mejor amigo Luciano. Ambos comenzaron cambiando impresiones sobre temas baladís; En esa época contaban con unos cuarenta años de edad aproximadamente, Luciano le contó un secreto que no podía seguir guardando por más tiempo. Que cada día y noche estaba presente en cada mirada que cruzaba con su hija Isabel. No pudo evitar enamorarse de esa niña de quince años, a lo que Aurelio respondió con gran indignación, y un tremendo puñetazo en la boca. Desde ese instante jamás volvieron a dirigirse la palabra, sus encuentros en el pueblo se reducían a un cruce entre dos calles, no volvieron a mirarse a los ojos; Aurelio nunca pudo comprender como un hombre de su edad podía amar a una niña, Para Luciano, su deseo era fruto de su corazón, sin saber cómo ni por qué, en su alma había prendido una llama que solo se aliviaba con la vista de Isabel. No quiso quererla, pero no pudo dejar de amarla siempre. Así pasaron años, hasta que su hija decidió dar respuesta al ansia de Luciano, y una noche escapó de casa por la ventana para encontrarse con su amado, se vieron en un pequeño refugio de pastores, y allí se dejaron llevar por la pasión y el encuentro de sus cuerpos. Para ella todo era un continuo descubrimiento, para él un caminar de puntillas, donde no romper nada de su amor.
Con la confesión de Isabel a sus padres de lo sucedido, no hubo más remedio que cederle la mano de su hija y organizar una boda, antes de que el pueblo se enterase del idilio de ambos; al mes se casaron con la sorpresa de los habitantes más tradicionales del pueblo, El mismo día de la boda Aurelio se acercó a Luciano y sosteniéndole la mirada le dijo-tienes lo que querías, pero no tendrás nunca mi aprobación, tu esposa es mi hija, y mi amigo ha muerto para mi.-con estas palabras sentenció una relación de amistad de muchos años. En Aurelio, desde ese momento, fue germinando un odio sin la más mínima esperanza de perdón; Cuando el tiempo apaciguo los ánimos y su hija daba muestras de ser feliz con Luciano. Aurelio se dirigió a su yerno y lo cito en un paraje cercano al lago, para hablar e intentar arreglar lo que aún latía en su relación. Luciano se presento a la cita sobre las seis de la tarde, y allí le esperaba Aurelio; Sin mediar palabra lo miro a la cara y le asestó un golpe en la cabeza con un palo, Luciano no tuvo tiempo de reaccionar, cayó al suelo sin vida. Aurelio arrastro su cuerpo hasta el lago y allí lo hundió en el agua hasta que dejo de verse su cadáver. Se alejo del lugar lo más rápido que pudo, y nunca más se supo de Luciano; hasta pasados unos meses en que todos daban por desaparecido al difunto, su cuerpo apareció flotando en el lago. Su mujer Isabel creyó que la había abandonado por otra mujer, y los demás habitantes del pueblo especularon con mil y una historias; al final de tantas habladurías, el médico confirmó que su muerte se debió a un accidente al caer al lago y abrirse la cabeza. En esos años Aurelio no pudo tranquilizar su conciencia de lo que había hecho, y siempre pedía a dios perdón. Y fue en ese día y con ese sermón cuando comprendió que lo primero que debía hacer era perdonarse así mismo por lo ocurrido; Se dirigió al párroco y en confesión le conto lo ocurrido, Don Ramón al oír sus palabras y su gran arrepentimiento, le mando que durante un año rezase cada día un misterio del rosario, y que por semana santa llevase a cuestas junto con otros feligreses la cruz por el paseo del pueblo. Dicho esto le absolvió de su pecado, y nunca más se hablo del tema. Desde entonces Aurelio vive con su mujer y su hija Isabel, y con el recuerdo de que un buen arrepentimiento cristiano acompañado de su correspondiente penitencia, es suficiente pretexto para realizar las acciones más terribles.

CUANDO SUCEDIÓ

Elena llegó tarde a casa después de un día muy complicado en el despacho, solo deseaba darse una ducha, ponerse algo de ropa cómoda y tomar un café caliente. Fue una jornada en la que todos los compañeros, jefes y demás que compartían oficina, tuvieron al agobio como compañía. Su anhelo era descansar e intentar olvidar las últimas ocho horas;
No había nadie para recibirla en su hogar, el marido llegaba siempre más tarde que ella. Se preparó una taza de café, busco el hueco del sillón donde siempre se sentía más cómoda, puso algo de música suave, procuraba que no hubiesen voces cantando, solo le apetecía escuchar instrumentos que acompasaran su respiración; Después de una hora poco más o menos, comenzó a sentirse relajada. Sin rastrear en su memoria ni querer volver una y otra vez al dolor que le suponía echar de menos a su hijo, muerto en tan dramáticas circunstancias, se sintió sola, desprotegida, como si el surco de sus heridas fuesen lo único de su recuerdo que aún la mantenían con vida. Desde el trágico suceso, su marido y ella no hallaban un punto de encuentro en sus vidas, todo era rutina, frases sin apenas necesidad de respuesta, sexo como escape a la rabia, cruce de miradas huecas sin existencia; sus vidas Eran como la de un par de autómatas. Intentaron en muchas ocasiones buscar fuera de su relación las respuestas que necesitaban para dejar de castigarse con tanta indiferencia; No supieron inventar un nuevo sentimiento al que agarrarse, todo era tedio. Sabían con certeza lo poco que les quedaba como pareja, solo era cuestión de tiempo.
Dos horas después llego a casa su marido, entró, le dio un beso en la mejilla, se dirigió a la cocina a abrirse una cerveza que bebió de la botella. Sin demasiado preámbulo, Elena le espetó- Voy a pedir el divorcio-El no hizo ningún gesto que diera a entender que aquella propuesta le pareciese descabellada; Muy al contrario, la miro a la cara sin demasiada ternura, como miran los que ya no reconocen a quien en otro tiempo amaron tanto.
El contestó-Sí creo que es la mejor solución para los dos. En su voz se percibía la desgana, el aburrimiento, y el deseo de acabar con aquella vida en común. Elena se levantó del sillón, camino hasta estar frente a él, detuvo sus ojos en la mirada de su marido. Ella contenía dos lágrimas en el hueco de sus parpados, sentía que ya no quedaban palabras que dieran algún significado a lo que ya empezó a ser un adiós desde hacía tres años; Con la muerte de su único hijo de seis años, solo quedó un vacio inmenso entre ellos; Antes era el niño quien extendía los lazos que los mantenía juntos, ahora nada les hacía ni siquiera recordar que hubo entre ellos un amor tan bello. Él le dijo:-Quiero que sepas que tú no eres la culpable de que esto suceda, sabes tan bien como yo que lo nuestro hace tiempo que ya no es una relación, no eres la mujer de quien me enamoré, y no te culpo por ello; Solo son cosas que suceden en muchos matrimonios, y en el nuestro ha sucedido.-Ella tan solo le miraba a los ojos sin decir nada, estaba como ausente. Dio un trago al café, se levantó del sillón pausadamente, con el esfuerzo inútil de los que han entendido como el final de una parte de tu vida ha llegado; Sin hacer ningún aspaviento camino los pocos metros que habían de separación entre ellos, cuando estuvo lo suficientemente cerca le dijo:-Quizá en otro momento intentaría entender, por qué hemos eternizado lo que ya hace mucho tiempo que está muerto. Tanto tú como yo sabemos que desde hace tres años, nuestro amor murió con nuestro hijo.-
Dijo él-No es cierto, hemos vivido el dolor juntos, con el empeño de poder reencontrarnos sabiendo que no era fácil, pero tú no has sido capaz de luchar por mantener lo nuestro.-
-Respondió.- ella, esbozando lo que parecía una mueca de risa.- ¿Mantener? Se mantiene la fruta en la nevera, o la carne en el congelador; Nosotros teníamos un amor hecho de ilusiones y apoyado el uno en el otro, lleno de las cosas que los dos traíamos para convertir nuestras vidas en un pasaje donde disfrutar en compañía de lo que más queríamos, nuestro hijo.
Desde que se fue no has tenido el valor de decirme ni una sola vez, que necesitaba, solo has pensado en lo que necesitábamos como pareja, jamás se te ocurrió pensar que quizás yo quería estar en un lugar donde no viese cada día su ropa, los juguetes, sus cereales; Tropezar con sus patines, o darle sin querer a su pelota de futbol. ¿Dónde pusiste tu ternura hacia mí?, ¡Tú, nosotros! Pero que quedo de mí, en lo nuestro.-
Su marido no supo que decir, la miro de arriba abajo conteniendo una rabia que le iba invadiendo todo su cuerpo; sin saber muy bien como, su mano acabo abofeteándola fuertemente. Ella no daba crédito a lo que acababa de suceder, no lloró ni respondió a su golpe, se acercó a donde había dejado su bolso, cogió su chaqueta, sin decir nada abrió la puerta de calle. Una vez fuera no volvió la mirada hacia atrás, camino sin un rumbo fijo, comenzando a llorar. Jamás quiso saber que fue de su marido, Elena partió de la ciudad y ahora vive en un pueblo pequeño, donde cada tarde haga sol o llueva, pasea cerca del mar, imaginando que su hijo chapucea entre las olas; Ya no sufre, ahora sabe que no está sola quien lleva en el corazón a quien tanto quiso.

AY MI ABUELA

Caminaba siempre con las manos dentro del abrigo, su ropa negra, y sus zapatos grises hacían que su tamaño pareciese más pequeño; Su pelo entre blanco y grisáceo le confería una ternura parecida a la de una caja de galletas de latón, donde sabes que siempre te dará el sabor y el azúcar que esperas de ella. Sus ojos pequeños y claros, hundidos entre las arrugas de su frente y el olvido de sus pestañas ya marchitas, aún conservaban el brillo de una niña sorprendida por la alegría; Nunca tenía una palabra de desaliento, siempre sonreía con esa boca abandonada por los dientes, Su pelo recogido en un moño imposible, dejaba ver una cara redonda y llena de surcos arados por los años y una vida dura, pero donde la sonrisa siempre venía a socorrer a la pena. De sus orejas pendían dos pendientes, que hacían que sus lóbulos se alargaran, eran pendientes de oro viejo, casi sin la forma que tuvieron en un principio. Cuando te tocaba con sus manos, tardabas horas en perder el olor de su piel limpia y suave.
Todos los días me regalaba un pastelito de crema que ella misma había amasado, un vaso de leche, o un poco de chocolate para merendar. No faltaban unas palabras, sobre que debía ser bueno, también sabía regañarme si alguna travesura cometía; Toda mi niñez y mi adolescencia pasaron por su mirada.
Aún recuerdo aquel día de septiembre, cuando celebrábamos mi cumpleaños; Todos los niños del barrio vinieron a la fiesta que había organizado. No faltaron refrescos, aperitivos y algún que otro dulce. La abuela se ocupó de preparar la tarta que sería el colofón junto con las velas para soplar, de mi fiesta. Habían pasado unas cuantas horas, todos los niños nos divertíamos bailando, jugando; Cuando ella decidió retirarse a descansar, tanto niño y tanto ajetreo, la cansaron. Me beso en la mejilla, agarrándome la cara con las dos manos. Yo le pedí que se quedara un poco más, pero ella me contestó, que se encontraba algo cansada y quería echarse un rato sobre la cama a reposar. Sin decir nada más se retiró a su habitación; Pasaron las horas y la fiesta llegaba a su fin, la mayoría de los niños se fueron yendo acompañados por sus madres, que pasaban a recogerlos. La casa era el cuadro de una batalla, el suelo lleno de papeles y manchas de bebida seca. Busque a mi abuela para besarla y darle las gracias por una tarta tan buena y tan grande; No la encontré, me dijeron mis padres que estaba dormida en su habitación, no quise escucharlos, enfadado por su ausencia me dirigí a su cuarto, entré y allí estaba tumbada sobre la cama de colcha granate, de almohadas enormes, con una mesilla llena de fotos y santos. En el cabezal una cruz, tenía una lamparilla de mesita muy pequeña, con el pie de bronce y la pantalla amarillenta del paso de los años, las cortinas del color del café con leche, una pequeña alfombra en un lateral de la cama; Un butacón con ropa doblada y un armario ropero de un marrón intenso, con tiradores dorados y diminutos. El espejo del tocador era ovalado, y en sus lados adheridos al cristal fotos de la virgen del Carmen, y del sagrado corazón de Jesús.
Me acerque muy despacio a su lado, durante unos instantes la observe sin decir nada, Su respiración era fatigosa, sus ojos parpadeaban lentamente, de vez en cuando se pasaba la lengua por los labios resecos; En ese momento abrió los ojos y me vio, me sonrió despacio casi sin abrir la boca, solo sus ojos brillaron diciéndome-Hola niño-me acerque a su lado, me senté en la cama y le cogí la mano; Ella apretó la suya con la mía. Durante unos minutos no nos dijimos nada, yo solo la miraba y ella seguía con los ojos cerrados; le pregunté-¿Qué te pasa abuela?- ella me dijo casi entre susurros-creo que voy a dormir durante mucho tiempo, el señor quiere que me vaya con él a descansar, no tiene quien le haga pasteles y está muy triste-No quise aceptar esa decisión, casi refunfuñando le contesté-que no, que ya sabes que él tiene de todo, y yo solo tengo a una abuela-ella sonrió, y en su sonrisa voló una lagrima que lentamente resbaló por su mejilla, la seque con mis manos, y continué acariciando su cara, era tan tierna, casi te podrías perder en la suavidad de su moflete, sus dedos no tenían mucha fuerza para apretar los míos, sin decirle nada me hice un hueco a su lado en la cama, me acurruqué lo máximo que pude junto a ella, puse mi cabeza apoyada en su hombro; le dije-abuela llévame contigo, si tú te vas a ver a dios quien me querrá a mi.-no digas eso me contestó, tienes a tus padres que te quieren mucho, y a tus hermanos, y además yo siempre estaré mirándote desde arriba; sabré si eres bueno o no, y como te portes mal, volveré y te regañaré-sin pensarlo le contesté-pues a partir de ahora siempre me portaré mal, así tendrás que quedarte-ella volvió a sonreír, pero esta vez su mirada dejo de existir, ya solo había una mueca de una sonrisa sin la alegría de mi abuela, la abrace con fuerza, apreté mi cabeza junto a la suya y llore sin parar gritándolo-¡no te vayas, no me dejes, él no te espera, abuela por favor dime algo, mírame estoy aquí, llévame contigo-en ese momento entró mi madre y me apartó de ella muy despacio, abrazándome y llorando conmigo, solo me quedó mirarla por última vez y decirle-ahí mi abuela cuanto te quiero!-desde ese día cuando llega la fecha de mi cumpleaños, olvidó su ausencia y le llevo flores al cementerio, jamás me acariciaron con tanta ternura.

ESTO NO ES AMAR
Cuando decidió dejar de sufrir la amenaza de un amor que juraba que nunca volvería a dañarla, se alejó de su tormento una tarde de primavera; Amelia busco ayuda en su familia y en sus amistades; no sabía cómo salir de esa relación que hacía años la estaba convirtiendo en una mujer golpeada en su cuerpo, pero sobre todo en su alma de mujer libre.
Su madre le pedía paciencia, su padre miraba para otro lado, y sus amigos pensaron que lo mejor era que establecieran un grado de comprensión entre ambos, para que sus hijos no llegaran a padecer la separación de sus padres.
Ella estaba sola y se ahogaba cada día en la pena de mirarse en el espejo y no saber cómo disimular las marcas en el rostro y en el cuerpo.
 Su mente era una rueda que no paraba de girar y girar, odiaba a su carne creyendo que algo había en ella  que provocaba que su marido le infringiera tanto dolor.

De vez en cuando en sus ratos de soledad, leía un poema que sentía estuviera escrito para ella, se refugiaba en su lectura rogando  a un dios que ella pensaba  la había  abandonado; 
Y como una oración repetía su poesía:

“Tus manos ya no me acarician
Son ásperas y frías como la escarcha
Tus besos no tienen más que dientes
El peso de tu cuerpo sobre el mío es un cadáver
¿Cuándo me dejaste de querer?
Mis pechos no sienten el roce de tus labios
Tus abrazos solo me ahogan el corazón
Por tu boca solo salen palabras para borrar mi vida
¡Déjame marchar!  No te quiero a mi lado
No queda ninguna pasión
Encontrare lejos de ti, la ilusión
En un comienzo sin tu compañía, no me pidas más perdón.”

Con la lectura de estas palabras, Amelia creía que solo dando un primer paso hacia algo nuevo y distinto, su vida de
jaría de ser un infierno; Decidió no oír a quienes le hablaban de resignación, y junto a sus hijos abandono el dolor.
Ahora vive en un lugar donde el amor y el respeto hacia ella son lo primero, ya no es la esposa de nadie, ahora es una mujer libre.

LA GUERRA

Al fin se acabo la guerra, la ciudad quedo desierta sin vida ni color; No supo qué hacer cuando los demás esperaban que reaccionara, su miedo y sus ojos apagados no veían que la luz desapareció para siempre.
Ella jamás pensó que de golpe la vida le quitaría la juventud. En sus carnes de adolescente hambrienta, los juegos dejaron paso a una madurez infligida, sus canciones de baile callejero transitaron a convertirse en sonatas interminables, de sonidos sin compañía de pentagrama que los uniese. Escudriñó a su alrededor buscando la mirada de alguien que le dijese-¡tranquila yo estoy aquí!-. Pero no ocurrió, tan solo la compañía del dolor que otros como ella, buscaban auxilio en las soledades del que sufre sin voz; en esas gentes anónimas hallo con quien hablar de su pena; La salida de los escombros que la cubrían era menos dolorosa que las tinieblas de su llanto por no saber dónde estaba su hermana. Gritó una y otra vez su nombre pero nadie le contestó.
Ana no podía creer todo lo que a su alrededor estaba pasando, o quizás lo que dejaba de pasar, una niebla de humo y negrura cubrían las calles, que perdieron los balcones y los alfeizar donde ayer se apoyaban las jóvenes para hablar con sus amantes desde la ventana, quedaron reducidos a cascotes. Toda la ciudad respiraba con aliento contenido, algunos niños deambulaban solos y llenos de polvo gris, llorando y llamando a sus madres, nadie acudía a consolar sus lágrimas. Ana sentía en su pecho la asfixia de quien no puedo salir del fondo del mar, por más que gritaba y rebuscaba por su casa, ahora convertida en un montón de piedras, no hallaba a su hermana María; Con las manos llenas de sangre, de arañazos y golpes, apartaba las piedras una a una con la esperanza de que debajo de alguna de ellas estuviera, sus fuerzas eran las de una niña de catorce años, delgada y algo famélica que solo podía mover el desastre con más voluntad que energía.
 El desaliento comenzaba a aparecer al no ver a su hermana por ninguna parte, se acercó a un hombre joven que caminaba sin dirección, con las manos unidas sobre la cabeza, en sus ojos abiertos de par en par, no había humedad, solo asombro y miedo; Ella le pidió por favor que la ayudara a buscar a María, el solo la miro y repitió con voz apagada y silente-mi hijo ha ido a comprar pan, ¿ha visto a mi niño Luis?- así partió por la calle cuesta abajo, sin responder a la petición de ayuda de Ana.
A lo lejos, un sonido de sirena llegaba del puerto; Las vecinas se afanaban en encontrar las partes de sus casas deshechas por las bombas de los aviones que arrasaron la ciudad, ninguna de ellas recordaba cómo empezó a llover hierro del cielo, tan solo sentían ese dolor que no cesa ni con el lamento, ni la queja, el desconsuelo cubrió las almas de todas esas gentes de bien. No soplaba viento, ni el calor del mes de julio calentaba, parecía como si la tierra se hubiera detenido en el instante en que todos encogieron sus corazones.
Desesperada por lo inútil de una búsqueda sin resultado, Ana se plantó en medio de la calle, gritó el nombre de María hasta quedar sin voz, sus manos se elevaban al cielo implorando a dios que le devolviera a su hermana, pero dios estaba reconstruyendo sus iglesias, sin pensar que las gentes no tendrían ninguna alma que salvar. Se sentó en el bordillo de su calle, abrazando su cuerpo balanceándose de atrás hacia adelante, lloraba sin parar llamando a María.
 De repente algo sucedió, desde los restos de su casa se dibujo una figura como envuelta en un halo blanco; Ana quedo boquiabierta al ver a su hermana de pie, sonriendo y casi etérea, corrió hasta ella pero algo la detuvo unos metros antes de poder estrecharla en sus brazos, la voz de María, le dijo sin mover los labios-hola Ana, no sufras más por mí, estoy bien, ya llegue al lugar donde no hay amargura.
 Ella no supo que decir, su mirada se volvió limpia y clara, sin lágrimas, entendió que María había muerto; Se sentó sobre algunas piedras de lo que fue su hogar, lleno de hambre, pero de una alegría traída por la ternura de los que comparten lo poco que tienen; Y sin más consuelo que una pequeña foto que recogió de entre las piedras, donde aparecían ella, su hermana y sus padres lloró con tanto quebranto que solo el tiempo que vino después logró que su pena se convirtiese en un recuerdo.
 Al pasar los años su memoria la llevaba a evocar aquella situación, pero una extraña sonrisa aparecía en sus labios, diciéndose para sus adentros-¡Cuánto nos reímos María! Antes de la lluvia de hierro-.

EL VIAJE

Eran las seis de la mañana y el tren iniciaba su viaje, Ernesto estaba algo nervioso, sabía que este era el viaje más importante de su vida. Era un trayecto de ocho horas, y si todo salía bien sería un camino sin retorno; En el andén no había nadie para despedirle, ni su maleta era muy grande; Solo llevaba lo imprescindible para no tener que cargar con nada del pasado; Un libro de poemas, un abrigo azul, una bufanda roja y el deseo de verse con su amada eran todo su equipaje.
El día había amanecido plomizo, el frío no dejaba tener muchos pensamientos, los congelaba en el camino de la mente a la palabra, El sabía todas las respuestas que debía darle a ella si abrigaba alguna duda sobre el inicio de la aventura de amarse. Tomo asiento en la butaca que le correspondía, miró por la ventanilla mientras el tren comenzaba su marcha, las columnas del andén eran las únicas que le decían adiós, una tras otra se alejaban dejando solo la sombra de una vida a la cual ya no volvería. Sus recuerdos eran solo de esperanza, del amor que le esperaba en la estación de su destino; Cada metro que recorría el tren suponía un trecho de su nueva existencia.
 Repasó unos papeles en los que tenía apuntado cual sería la frase más hermosa, para decirle a ella en cuanto sus ojos se mirasen. Se sentía algo inquieto y a la vez seguro que después de un noviazgo tan largo, solo restaba compartir sus vidas. Como regalo de llegada le compró un anillo de plata con una piedra de color turquesa, y en su interior sus nombres y la fecha de su encuentro. Se vistió con su mejor camisa blanca y un chaleco gris, zapatos negros y unas gotas de colonia. Habían transcurrido seis meses desde su último encuentro, apenas unas cuantas cartas fueron el contacto entre ambos, en ellas se decían lo mucho que se querían, crearon todo un mundo en el que vivirían juntos, en una casa de piedra roja, con ventanas llenas de flores y un aroma a” damas de noche” impregnaría todo el hogar; El tiempo en el tren no pasaba, solo el deseo de verla llenaba cada cuadro del campo que miraba a través de la ventanilla. Paseo durante unos minutos por el vagón, no diferenciaba sus pasos del traqueteo del ferrocarril, se detuvo un instante en una de las puertas que separaban un vagón de otro, mirando la perspectiva de la hilera de asientos sintió una profunda desazón.
Se preguntó ¿y si al verme no encuentra a quien cree amar? Pensó que quizá la distancia o el tiempo le hizo cambiar de opinión; De repente le invadió una terrible duda de si todo no era más que una creación de su deseo de ser amado, quiso saltar del tren en marcha, preguntar al revisor si ya habían pasado la estación en la que debía bajar. Por su corazón sin saber por qué, transito el encuentro de un silencio, sintió que sin ella todo sería una ausencia letal.
En ese momento se anunciaba la llegada a la estación, su corazón se aceleró como queriendo salir de su pecho y llegar antes al encuentro de su amor, que el mismo. Se asomó a la ventanilla buscando con la mirada la figura de ella, apenas unas cuantas personas esperaban en el andén; No veía a su amada Julia, por su cabeza pasaron todos los miedos de imaginar su ausencia, le faltaba aire para respirar, su colonia comenzó a oler a desesperación, los papeles en los que llevaba frases de amor ardían en sus manos, que pudo pasar para que ella no estuviera esperándolo, con los brazos abiertos y un beso escrito en sus labios rojos. Los pasajeros fueron bajando poco a poco del tren, todos recibieron el abrazo del que llega. Ernesto se quedo de pie, solo, con la mirada perdida en la esperanza que al vaciarse el andén la encontraría sentada en el banco de madera. No estaba, en su lugar esperaba el padre de Julia, se acercó a él con los ojos rojos de haber llorado sin consuelo; Sus palabras eran guijarros que golpearon el alma de Ernesto.-Julia murió hace una semana en un accidente-.
Ernesto dejo caer los papeles al suelo, su maleta cayo sola, todo su cuerpo se deshizo en un llanto ahogado. Abrazo al padre de Julia y juntos rompieron a llorar. En ese momento el revisor anunciaba la salida del tren con destino a la estación de la que había partido. El subió de nuevo al vagón, se acomodó en el asiento, saco el anillo del bolsillo, se lo quedo mirando mientras repasaba toda la vida que junto a ella había imaginado vivir; Miró a través de la ventanilla, y ya solo vio campos desiertos, su corazón murió cuando comenzaba a latir por amor.

EL RASTRO

Con todo lo que tenía que hacer, no se le ocurrió mejor idea que desempolvar viejas fotos que guardaba en una caja de latón, una a una las fue mirando mientras recordaba el tiempo en que aquellas imágenes eran vida; Su piel y la de los que posaban en ellas había envejecido, pero aún conservaban algo en la mirada que les hacía distintos al resto de los mortales, incluso en estos días donde ser bello es sinónimo de estar guapo, algo casi imperceptible dejaba  ver, que quien en ese momento miraba las fotos con deseo de encontrar una respuesta definitiva a su miedo, no era quien creía ser, sabia en lo más profundo de su alma todo lo que se acercaba. Que de forma irremediable entrarían todos los que se fueron, a reclamarle su parte del acuerdo. Señalándole que en sus ojos tenía el rastro que dejan los que han visto los distintos mundos. No conseguía ordenar sus ideas, pero sí estaba cada vez más segura que la sombra que reflejaba su cuerpo en la pared, no era ella si no parte del recuerdo que abandonó en otro lugar. Quiso, ayudada por las fotografías viajar hasta los momentos y lugares en los que conoció a otras gentes y otros paisajes, llegar sin necesidad de moverse de su habitación, algo le decía, sin saber muy bien el qué, como mirándose a sus propios ojos encontraría la respuesta, y la entrada al camino que la llevaría de vuelta a donde dejó al resto de los que ahora a gritos ahogados le reclamaban su olvido.
Sin demasiada prisa se acercó al espejo más cercano que tenía, uno situado al principio de las escaleras que la llevaban al piso superior, el espejo era ovalado con un marco rojo y pequeños dibujos incrustados en la madera con forma de flores difíciles de catalogar; Se detuvo frente al espejo, al principio solo miró de reojo su
Largo cuello adornado con un diminuto colgante en forma de laberinto, hecho de plata vieja. Poco a poco levantó la vista hasta encontrar sus ojos; Grandes y grises como una luna a punto de esconderse con la llegada del día. Sus pupilas estaban completamente dilatadas, clavo su mirada en ellos sin poder parpadear.
¡Ahí estaba! En un lado de su pupila derecha, la señal era muy pequeña, pero su mirada se dirigió sin apenas voluntad a la marca que ahora comenzaba a recordar; Jamás había visto lo que siempre supo que estaba, y que formaba parte de ella. Su forma era evidente, un pequeño pétalo de flor. Su color era distinto al resto de la pupila negra, parecía como de una profundidad inmensa, sin atisbo de final; Comenzó a sentir un escalofrío que le recorrió toda la espalda, sus manos se tornaron dos témpanos de hielo, no podía apartar la mirada del espejo, alrededor de su cabeza reflejada en él, sintió como unas manos acariciaban su cabellera, mansamente, sin despeinarla. No veía nada, pero sabía que eran manos de hombre, notó como estas se deslizaban hacia su cuello apretándolo suavemente, llegando a rodearlo completamente con las manos; Unas manos largas, frías, con un tacto como impregnado en polvos de talco. Su cuerpo estaba completamente estremecido, de su boca nada salía, ni siquiera era capaz de adivinar si respiraba.
De repente la imagen del espejo ya no era ella, su largo pelo dio paso a una corta melena canosa, de su cuello solo quedaban las arrugas de lo que antes fue; El colgante que lo adornaba, ya no era un laberinto, en su lugar solo se apreciaba una pequeña puerta; Era cuadrada y con un color azul intenso, su pomo diminuto brillaba como el acero refleja la luz. Las manos que seguían apretando su cuello se deslizaron hacia el colgante, dos dedos de la mano derecha agarraron con mucho tacto la puerta de su cuello. En ese momento sintió como si esa puerta aumentara de tamaño, pero no de peso; Ella no podía evitar pensar que todo lo que acontecía formaba parte del pacto, sin embargo su mente se negaba a reconocer que detrás de esa puerta estaban los que le ayudaron a volver del otro lado. Ahora solo le quedaba dejarse llevar por la situación; En el cristal comenzaron a verse formas abstractas de seres que eran cualquier cosa menos humanos, rodeaban su cuerpo reflejado en el espejo, pero no veía ni sentía nada en su imagen real, solo su reflejo envuelto en el marco rojo con formas de flores desconocidas estaba sufriendo todas esas experiencias. Era incapaz de salir corriendo para dejar de mirarse en él; Los dedos agarraron el pomo de la puerta, lo giraron y la puerta se abrió. En ese momento toda la sangre de su cuerpo corría a una velocidad asombrosa. Escuchó una voz en su oído que le susurro:- ¡Ya estamos todos, solo faltas tú! Ahora la imagen que el espejo le devolvía era su rostro junto a otros rostros igual de envejecidos que ella. Su corazón latía con una velocidad inusitada, reconoció las caras que la miraban, esos ojos que la escudriñaban le decían sin mover los labios ¡-vuelve con nosotros, sin ti no se cerrará nunca la puerta!-
Sin saber muy bien como, agarró con las dos manos el marco del cristal zarandeándolo, queriendo sacar de él a todos los que habían, incluida ella misma; Todo su esfuerzo fue en vano, cuanto más lo movía más gente aparecía en el reflejo, y las voces que oía eran cada vez más incesantes. Desistió de su empeño, en ese justo instante una de las formas que no acababa de distinguir, la abrazo por la espalda, acercando lo que parecía una boca a su oído, ella noto un aliento caliente como si algo o alguien quisiera decirle algo; Su cuerpo se paralizó por completo, era incapaz de articular palabra, ni siquiera sabía distinguir si lo que le estaba pasando era dentro o fuera del espejo.
Entonces sucedió, una voz profunda como salida de la cueva más recóndita le murmuró:-¡Aminta! Si no vuelves con nosotros estamos perdidos, solo tú conoces la forma de protegernos y no tener que vivir huyendo de lo negro, ¡lo prometiste y debes cumplirlo! ¿Aminta? Que nombre era ese, ella se llamaba Blanca. Los brazos que la envolvían poco a poco la fueran liberando, su cuerpo comenzó a sentirse relajado sin el menor signo de angustia; Su mirada ya no veía ninguna forma en el espejo, su aspecto lentamente volvía a ser el de antes, su cara y su pelo dejaron de ser el rostro de una anciana. Acercó sus ojos lo máximo que pudo al cristal, al mismo tiempo una sensación de suave calor recorría su espalda, era como si alguien estuviera detrás de ella protegiéndola sin llegar a tocarla. Blanca concentró su mirada en la pupila donde antes había visto la marca, su rostro casi tocaba el espejo, Asió de nuevo con las dos manos el marco rojo, escudriño cada centímetro de sus ojos buscando algo. No hallo nada; Por un momento pensó que estaba volviéndose loca y que todo era un sueño o alguna ilusión creada por su mente cansada, se giró de espaldas al espejo comentando en voz alta ¡Necesito descansar!-en ese instante recordó su colgante, lo cogió con la mano para comprobar si seguía siendo el laberinto que tenía. Ahí estaba como siempre, En su mente se agolparon todas las ideas más dispares que encontró para justificar semejante alucinación.
Continuaba de espaldas al espejo como si no acabará de creer que todo era ficticio, respiró profundamente e inicio la marcha hacia el piso superior, subió el primer peldaño cuando volvió a escuchar muy cerca de su oído-lo siento pero tienes que volver con nosotros- unos brazos grandes y fuertes salieron del espejo sin romperlo, la agarraron de los hombros y tiraron de ella hasta introducirla completamente dentro, se vio envuelta en un nebulosa gris que la transportaba muy deprisa, quiso gritar pero de su boca no salía ningún sonido; En cuestión de segundos, los  que para ella fueron interminables, volvió a verse como la anciana, junto a ella se desplazaban más personas en la misma nebulosa. De repente todo se detuvo, nada se oía, la luz hizo acto de presencia, su cuerpo inició una caída desde no sabía dónde, hasta que oyó una voz de mujer que le grito-Blanca son las ocho y sigues en la cama-
Todo había sido un sueño, se levantó con la sensación de que todo lo soñado había sido real, se dirigió al baño, comenzó a arreglarse deprisa, pues ya llegaba tarde a su trabajo; Se peinó, comenzó a maquillarse y al llegar a pintarse los ojos descubrió en su pupila derecha una pequeña marca en forma de pétalo, abrió los ojos de par en par, bajo las escaleras desde su habitación hasta la calle, subió a su coche, arrancó despacio. Cuando hubo avanzado unos pocos metros, una voz desde el asiento trasero le dijo- Aminta seguimos esperando. Blanca aceleró todo lo que sus fuerzas le permitieron, En el primer cruce que encontró dio media vuelta, y se encaminó de nuevo hacia su casa, no se sentía capaz de ir al trabajo; En pocos minutos llegó, abrió la puerta, subió a su habitación diciéndole a su madre-He vuelto del trabajo, no me encuentro muy bien-. Se encerró en su habitación, sin cambiarse de ropa se tumbó en la cama, y en voz muy baja repitió-Se que soy una de vosotros, ayudadme a volver, quiero acabar con mi deber-. En ese instante, aparecieron junto a ella dos hombres vestidos de gris, le sonrieron y sin mover los labios dijeron:-Vamos al mundo en el que vives, danos tus manos. Agarraron sus manos suavemente, y sin tener tiempo a reaccionar se vio en un mundo distinto al suyo. Uno de los hombres le contó que ese era su lugar, que el mundo en el que vivía solo era una representación onírica, que ella había escogido para tener un mayor conocimiento del tipo de seres que eran. Al ver como todo lo que le rodeaba le era familiar, sintió alivio; Su deber era estar con los suyos para poder juntos seguir viviendo. Su forma de vida consistía en que todos estaban ligados, unos con otros, y si alguien faltaba no podían avanzar en su evolución, hacia donde todos esperaban llegar. Amintia entendió que solo un universo unido era capaz de saltar al nuevo lugar que les estaba reservado a los que como ella había alcanzado la evolución. Evolución que consistía, en comprender la unidad del ser con los demás seres, que eran una sola entidad, y que ya había llegado el momento de dejar el universo de caos en el que habían aprendido. Ahora les esperaba la paz, sin nada más que desear que ser ellos.

DEVUÉLVEME MI REFLEJO
-¡Hasta donde vamos a llegar! Gritaba Andrés, desesperado por no encontrar donde había guardado la mujer su reflejo en el espejo. Decía en voz alta:
-¡Esta Concha siempre me cambia las cosas de sitio, cualquier día me voy y no vuelvo jamás!-.
Removió todos los cajones del dormitorio sin desordenar nada, sabía que a ella no le gustaba que anduviera trasteando, porque luego nunca ponía las cosas en su sitio. Nada en los armarios, ni en la cómoda, ni siquiera en el lugar secreto donde ella guardaba los pocos dineros que sisaba de la compra.
Estaba desesperado preguntándose ¿donde pudo esta mujer esconder su reflejo? Se sentó en la silla de mimbre de la cocina, adornada con un cojín de flores lilas con sus cuatro cuerdas atadas a las patas para no moverse, repasó todos los estantes de la habitación con la vista, deteniéndose en cada frasco y en cada recipiente. Nada le resultaba extraño, todo estaba donde siempre y como siempre, Concha era muy apañada para las cosas de la casa.
Dirigió sus ojos hacia el suelo de la cocina, las baldosas blancas y negras se intercalaban formando un mosaico infinito. Ese suelo siempre estuvo en sus discusiones, ella quería cambiarlo mientras que para él era muy fino tener un suelo con esa decoración; Se detuvo un instante a pensar sin moverse del asiento, se interrogaba mentalmente, como una letanía, si ella le estaba intentando dar una lección por haberse olvidado el otro día el felicitarla por su santo.
Se decía ¡no imposible! Esta mujer no me haría una cosa así, sabiendo lo que a mí me disgusta que me toque mis cosas particulares.
Al ver que no había modo de encontrar lo que buscaba, decidió esperar a que se mujer volviese de la compra. Se acercó a la sala del televisor, se sentó en el butacón marrón que había junto al sofá donde su Concha se tumbaba a ver la tele, cuando llevaba un buen rato sentado, los ojos se le cerraban de sueño, su cabeza comenzó a inclinarse para un lado hasta quedar completamente apoyada en el cabezal del respaldo; Después de unos minutos de sueño, que a Andrés le parecieron horas, su mujer le tocó el hombro diciéndole:
-¡Despierta hombre que te vas a hacer daño en el cuello!.-
Él levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos, notaba algo extraño en ella, su rostro desprendía una luz especial como iluminada por una lámpara que no calentaba. Concha sonrió, y en su cara vio todas las alegrías que había sentido durante la vida junto a su marido, él quedo en silencio sin saber que preguntarle mientras ella con sus dos manos acarició la cara de su amado Andrés, deslizó sus manos con mucha suavidad y dulzura por su cara llena de pliegues.
-Le preguntó-¿Qué buscas marido?
-él contestó casi sin mover los labios: -He querido peinarme esta mañana y al mirarme en el espejo no me veía, ¿sabes dónde está mi reflejo?-.
Ella no dejaba de sonreírle, con una voz que parecía el comienzo de una canción cantada por un coro de niños, le respondió:
-Si mi vida, ven que te voy a decir donde lo guarde esta mañana-
Los dos se aproximaron al espejo; Ella le cogió la mano mientras él caminaba casi sin pisar el suelo. Cuando ambos estuvieron frente al cristal, la luz de Concha era también la luz de Andrés.
Se miraron el uno al otro y ella dijo-¿ves ahora tu reflejo?-.
-¡Si, ahora si lo veo! Pero esta en ti.-
Claro corazón ya no somos nosotros, ahora son nuestras almas que han partido hacia el infinito; Ya no hay cuerpos ni reflejos. ¡Vamos que llegamos tarde y ya sabes que la felicidad no espera a nadie si llegas tarde! Andrés miró a su Concha y juntos partieron.

ARRÁNCAME ESTA PIEL
Cada noche esperaba hasta muy tarde para irse a dormir, solo imaginarse tumbado en la cama queriendo iniciar el sueño, le angustiaba. Ni los somníferos más fuertes conseguían apartar de su mente la profunda desazón que le producía saber que Somnus, Hipnos, Morfeo, todos juntos como cada noche, le visitarían para recordarle que en sus sueños vería representada toda la pendiente por la que el hombre empezó a despeñarse, y ya no quedaba espacio para los bellos paisajes donde poder correr junto a la esperanza, el momento se acabó para quienes no supieron entender que no es el tiempo, si no la vida que elegimos vivir lo que importa.
Se unía las manos implorando a no sabía bien que dios, que le dejase aunque solo fuera por una noche dormir en el palacio de la ilusión, creer que abriendo las puertas aparecerían todas las hadas para cantarle las más bellas canciones de amor, esa palabra que tantos usaron sin dejar expresarse, para convertirla en mercancía que vender en las grandes superficies; hasta los que pregonaban el odio decían hacerlo en nombre del amor al hombre,  disfrazándolo de un personaje tan grotesco que ni siquiera se reconocía en los espejos, cada vez que algún monstruo apretaba sus manos junto al corazón, ya vencido por el dolor de saber perdida la batalla en esta existencia.
Decidió no tener prisa ni anticiparse a las circunstancias, sabía muy bien que pronto pasaría al nuevo camino que para él había diseñado el destino; Se preguntaba si estaba preparado para dar ese salto, si lo vivido correspondía a lo que de él se esperaba, no encontró a nadie que supiera responderle, todos estaban en la misma situación sin comprender cuando serían consciente de su salto al otro principio.
 ¡Qué tremenda dificultad! No poder compartir con casi nadie ese deseo de salir de esta piel que envuelve lo ficticio, como el alma se empieza a ahogar queriendo gritar a todos los sordos, que esta no es la vida que nos toca vivir, sino que es la muerte del sentido más grande por el que somos creados.
Cada noche antes de dormir acariciaba su piel desnuda, quizás el placer de su carne le devolviera al olvido que durante tanto tiempo le permitió seguir aguantando esta travesía con final de derrota; El verdadero motivo empezaba a estar cada vez más claro, y para ello necesitaba arrancarse la piel que no le permitía ser quien era. Divisaba la luz, solo faltaba un pequeño trecho, y era conocer que junto a sus pasos avanzaba la comprensión de por qué era importante todo lo que ahora sabía.
La existencia son surcos de un campo arado mucho más grande que el que nuestra vida puede ver, solo dejando esta cascara veremos la dimensión real del espacio.