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viernes, 18 de febrero de 2011

EL PRETEXTO

Como cada domingo asistían a la misa que se celebraba a las diez de la mañana en la iglesia del santo mártir, Aurelio, su esposa Adela y su hija Isabel; No importaba que el tiempo no acompañase ese día, como buenos católicos nunca faltaban a su cita con el párroco don Ramón. En el mes de enero los parroquianos eran menos que en el resto del año; Los vecinos se saludaban con un gesto de aprobación, inclinando la cabeza cuando ya estaban dentro del templo; Una vez fuera se formaban pequeños corrillos donde comentaban como había sido el sermón del cura, y las tareas que debían realizar a continuación en sus respectivos hogares. Don Ramón había tenido un día especialmente inspirado en su homilía, sus palabras giraron en torno al evangelio del perdón, sacadas de los mensajes del mismo Jesús; De camino a casa, Aurelio comentó a su mujer que se sentía algo cansado y quería pasar un rato por la cantina del pueblo a tomar un vino con los amigos, necesitaba despejarse. No tenía muy claro porque ese día no lograba sentirse en paz con las cosas y con las gentes que le rodeaban. Lo achacaba al frío intenso, que hacía olvidar cualquier hecho que no fuese aliviar el vaho que desprendían todas las cosas vivas o incluso las piedras; De todas las frases que pronuncio Don Ramón, hubo una que hizo especial mella en Aurelio, y como un tintineo golpeaba su mente una y otra vez. El párrafo sacado de la mismísima boca de Jesucristo decía:
“Yo, el señor, perdonare a quien sea mi voluntad perdonar,
Mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”

Que hubo en estas palabras, que hizo remover algo que ya estaba casi dormido en la conciencia de Aurelio; Desde un tiempo en que el olvido quiso ayudarle a arrancar de su memoria lo que le hizo a esa persona, que tanto sufrimiento trajo a él y a toda su familia. La palabra “perdón” dejo de ser útil en su vocabulario, cuando un día de verano, al atardecer, cuando los niños y ancianos duermen la siesta, Él decidió pasear por una vereda que llevaba al lago de agua limpia, y verde del reflejo de los arboles que rodeaban al estanque. En su camino se topó con su, hasta entonces mejor amigo Luciano. Ambos comenzaron cambiando impresiones sobre temas baladís; En esa época contaban con unos cuarenta años de edad aproximadamente, Luciano le contó un secreto que no podía seguir guardando por más tiempo. Que cada día y noche estaba presente en cada mirada que cruzaba con su hija Isabel. No pudo evitar enamorarse de esa niña de quince años, a lo que Aurelio respondió con gran indignación, y un tremendo puñetazo en la boca. Desde ese instante jamás volvieron a dirigirse la palabra, sus encuentros en el pueblo se reducían a un cruce entre dos calles, no volvieron a mirarse a los ojos; Aurelio nunca pudo comprender como un hombre de su edad podía amar a una niña, Para Luciano, su deseo era fruto de su corazón, sin saber cómo ni por qué, en su alma había prendido una llama que solo se aliviaba con la vista de Isabel. No quiso quererla, pero no pudo dejar de amarla siempre. Así pasaron años, hasta que su hija decidió dar respuesta al ansia de Luciano, y una noche escapó de casa por la ventana para encontrarse con su amado, se vieron en un pequeño refugio de pastores, y allí se dejaron llevar por la pasión y el encuentro de sus cuerpos. Para ella todo era un continuo descubrimiento, para él un caminar de puntillas, donde no romper nada de su amor.
Con la confesión de Isabel a sus padres de lo sucedido, no hubo más remedio que cederle la mano de su hija y organizar una boda, antes de que el pueblo se enterase del idilio de ambos; al mes se casaron con la sorpresa de los habitantes más tradicionales del pueblo, El mismo día de la boda Aurelio se acercó a Luciano y sosteniéndole la mirada le dijo-tienes lo que querías, pero no tendrás nunca mi aprobación, tu esposa es mi hija, y mi amigo ha muerto para mi.-con estas palabras sentenció una relación de amistad de muchos años. En Aurelio, desde ese momento, fue germinando un odio sin la más mínima esperanza de perdón; Cuando el tiempo apaciguo los ánimos y su hija daba muestras de ser feliz con Luciano. Aurelio se dirigió a su yerno y lo cito en un paraje cercano al lago, para hablar e intentar arreglar lo que aún latía en su relación. Luciano se presento a la cita sobre las seis de la tarde, y allí le esperaba Aurelio; Sin mediar palabra lo miro a la cara y le asestó un golpe en la cabeza con un palo, Luciano no tuvo tiempo de reaccionar, cayó al suelo sin vida. Aurelio arrastro su cuerpo hasta el lago y allí lo hundió en el agua hasta que dejo de verse su cadáver. Se alejo del lugar lo más rápido que pudo, y nunca más se supo de Luciano; hasta pasados unos meses en que todos daban por desaparecido al difunto, su cuerpo apareció flotando en el lago. Su mujer Isabel creyó que la había abandonado por otra mujer, y los demás habitantes del pueblo especularon con mil y una historias; al final de tantas habladurías, el médico confirmó que su muerte se debió a un accidente al caer al lago y abrirse la cabeza. En esos años Aurelio no pudo tranquilizar su conciencia de lo que había hecho, y siempre pedía a dios perdón. Y fue en ese día y con ese sermón cuando comprendió que lo primero que debía hacer era perdonarse así mismo por lo ocurrido; Se dirigió al párroco y en confesión le conto lo ocurrido, Don Ramón al oír sus palabras y su gran arrepentimiento, le mando que durante un año rezase cada día un misterio del rosario, y que por semana santa llevase a cuestas junto con otros feligreses la cruz por el paseo del pueblo. Dicho esto le absolvió de su pecado, y nunca más se hablo del tema. Desde entonces Aurelio vive con su mujer y su hija Isabel, y con el recuerdo de que un buen arrepentimiento cristiano acompañado de su correspondiente penitencia, es suficiente pretexto para realizar las acciones más terribles.

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