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Disfrutar de los placeres de una vida que se ofrece sin máscara

viernes, 18 de febrero de 2011

EL VIAJE

Eran las seis de la mañana y el tren iniciaba su viaje, Ernesto estaba algo nervioso, sabía que este era el viaje más importante de su vida. Era un trayecto de ocho horas, y si todo salía bien sería un camino sin retorno; En el andén no había nadie para despedirle, ni su maleta era muy grande; Solo llevaba lo imprescindible para no tener que cargar con nada del pasado; Un libro de poemas, un abrigo azul, una bufanda roja y el deseo de verse con su amada eran todo su equipaje.
El día había amanecido plomizo, el frío no dejaba tener muchos pensamientos, los congelaba en el camino de la mente a la palabra, El sabía todas las respuestas que debía darle a ella si abrigaba alguna duda sobre el inicio de la aventura de amarse. Tomo asiento en la butaca que le correspondía, miró por la ventanilla mientras el tren comenzaba su marcha, las columnas del andén eran las únicas que le decían adiós, una tras otra se alejaban dejando solo la sombra de una vida a la cual ya no volvería. Sus recuerdos eran solo de esperanza, del amor que le esperaba en la estación de su destino; Cada metro que recorría el tren suponía un trecho de su nueva existencia.
 Repasó unos papeles en los que tenía apuntado cual sería la frase más hermosa, para decirle a ella en cuanto sus ojos se mirasen. Se sentía algo inquieto y a la vez seguro que después de un noviazgo tan largo, solo restaba compartir sus vidas. Como regalo de llegada le compró un anillo de plata con una piedra de color turquesa, y en su interior sus nombres y la fecha de su encuentro. Se vistió con su mejor camisa blanca y un chaleco gris, zapatos negros y unas gotas de colonia. Habían transcurrido seis meses desde su último encuentro, apenas unas cuantas cartas fueron el contacto entre ambos, en ellas se decían lo mucho que se querían, crearon todo un mundo en el que vivirían juntos, en una casa de piedra roja, con ventanas llenas de flores y un aroma a” damas de noche” impregnaría todo el hogar; El tiempo en el tren no pasaba, solo el deseo de verla llenaba cada cuadro del campo que miraba a través de la ventanilla. Paseo durante unos minutos por el vagón, no diferenciaba sus pasos del traqueteo del ferrocarril, se detuvo un instante en una de las puertas que separaban un vagón de otro, mirando la perspectiva de la hilera de asientos sintió una profunda desazón.
Se preguntó ¿y si al verme no encuentra a quien cree amar? Pensó que quizá la distancia o el tiempo le hizo cambiar de opinión; De repente le invadió una terrible duda de si todo no era más que una creación de su deseo de ser amado, quiso saltar del tren en marcha, preguntar al revisor si ya habían pasado la estación en la que debía bajar. Por su corazón sin saber por qué, transito el encuentro de un silencio, sintió que sin ella todo sería una ausencia letal.
En ese momento se anunciaba la llegada a la estación, su corazón se aceleró como queriendo salir de su pecho y llegar antes al encuentro de su amor, que el mismo. Se asomó a la ventanilla buscando con la mirada la figura de ella, apenas unas cuantas personas esperaban en el andén; No veía a su amada Julia, por su cabeza pasaron todos los miedos de imaginar su ausencia, le faltaba aire para respirar, su colonia comenzó a oler a desesperación, los papeles en los que llevaba frases de amor ardían en sus manos, que pudo pasar para que ella no estuviera esperándolo, con los brazos abiertos y un beso escrito en sus labios rojos. Los pasajeros fueron bajando poco a poco del tren, todos recibieron el abrazo del que llega. Ernesto se quedo de pie, solo, con la mirada perdida en la esperanza que al vaciarse el andén la encontraría sentada en el banco de madera. No estaba, en su lugar esperaba el padre de Julia, se acercó a él con los ojos rojos de haber llorado sin consuelo; Sus palabras eran guijarros que golpearon el alma de Ernesto.-Julia murió hace una semana en un accidente-.
Ernesto dejo caer los papeles al suelo, su maleta cayo sola, todo su cuerpo se deshizo en un llanto ahogado. Abrazo al padre de Julia y juntos rompieron a llorar. En ese momento el revisor anunciaba la salida del tren con destino a la estación de la que había partido. El subió de nuevo al vagón, se acomodó en el asiento, saco el anillo del bolsillo, se lo quedo mirando mientras repasaba toda la vida que junto a ella había imaginado vivir; Miró a través de la ventanilla, y ya solo vio campos desiertos, su corazón murió cuando comenzaba a latir por amor.

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