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Disfrutar de los placeres de una vida que se ofrece sin máscara

viernes, 18 de febrero de 2011

COMO DEFINIRTE

Por si alguien quiso saber alguna vez  que palabras usar para decir te amo, sin que sonara igual que si recitaras la lista de la compra; Silvia decidió organizar unos cursillos de “declaraciones de amor, para personas tímidas, y sin recursos lingüísticos”; Su metodología de trabajo no estaba basada en ninguna experiencia personal, era lo que durante mucho tiempo había recabado en la lectura de todos los libros de amor que pudo leer. Sin tener más vivencia que una pasión de juventud, que huyó cuando el padre de ella quiso convertirlo en yerno,  a la vez que  comerciante de relojes, no siendo esta la profesión que para si deseaba, si no que quería ser astrónomo. Pero para el padre, eso era algo parecido a ser un soñador, sin futuro que darle a su hija. Ante el dilema de escoger entre un primer amor, o una vida mirando a las estrellas, optó por esto último. Y desapareció una tarde de verano. Solo le dejo una carta en la que le decía lo mucho que la amaba, pero lo poco que le gustaban los relojes. Desde ese día ella se refugió en la lectura, ahí encontró todo lo que hubiese querido oír, decir y sentir, ellos se convirtieron en el amante fiel, que jamás le darían un disgusto, ni le harían una mueca extraña o cansada de desamor. Vivió siempre bajo el amparo de su padre viudo.  Al morir este, le dejo todas sus posesiones, entre ellas una tienda de regalos, una casa llena de recuerdos, una pequeña fortuna, con la que pudo subsistir el resto de su vida, y una pena en el alma por no darle un yerno y  los nietos que tanto deseaba.
Ahora con cincuenta años y convertida a ojos de los demás en una solterona, decidió ayudar a los que pudieran tener dificultades en el arte del “enamoramiento”. En un pequeño local metido entre calles estrechas, con unas pocas sillas, una pizarra, y libros llenos de las historias más apasionadas de enamorados, con jarrones llenos de flores rojas; En la puerta un cartel no muy grande que decía (“Se escriben cartas de amor”) empezó ayudando a alguna  vecina  que venía en busca de ayuda para sus hijas, todas ellas víctimas de algún amor desdeñado, y deseosas de conocer las recetas idóneas para seguir soñando con la ilusión del retorno de sus enamorados. En casi todos los “casos”, que es como a ella le gustaba llamarlo, ponía un pedacito de su alma, creyendo que así haría desaparecer el desconsuelo que llevaba a cuestas desde hacía veinticinco años;
Siendo pocos los clientes que visitaban su establecimiento, optó también por vender todo tipo de productos que a su entender contribuirían a establecer unas mejores y más profundas relaciones entre los amantes, así como: perfumes, pequeñas joyas de bisutería, pañuelos, y un surtido de mercancías traídas de las capitales más románticas que sus adorados libros le habían dejado visitar sin moverse de su salón.
Así fueron pasando los años a veces con más aciertos y éxitos, otros los más, con profundas desilusiones y zozobras. Hasta que un día de otoño cuando las hojas comenzaban a caer, apareció frente a su tienda una mujer que le ayudaría mucho a entender que el amor, no era como ella creía, que todo el  bagaje aprendido en las letras y en las vidas de los demás, no era sino un espejismo del que debía despertar.
Estaba a punto de ir a comer cuando entró una joven de aspecto delicado, grandes ojos negros, vestida con un abrigo marrón que le cubría desde el cuello hasta los tobillos, se dirigió hacia el mostrador y preguntó si aún estaba a tiempo antes de que cerrase para ir a almorzar, de escribir o ayudarle a hacerlo, unas palabras para su amado que desde hacía días no tenía noticias de él, pensaba que después de una acalorada discusión, Decidió mortificarla con una cierta indiferencia;
Silvia se sintió presa de un deseo voraz por conocer todos los detalles que escondía aquella muchacha, la invitó a sentarse, ofreciéndole un poco de café o té o cualquier otra bebida que la hiciera entrar en calor, para lograr que se sintiese a gusto y tranquila, que le contara sin dejar ni un solo pormenor, qué le atormentaba.
Le ayudó a quitarse el abrigo,  dispuso una silla con un cojín azul para que se sintiera lo más cómoda posible, le puso entre las manos una taza de té, creyó siempre que esta bebida era la idónea para las historias que tenían que ver con los asuntos del corazón, o el alma;
Desde la huida de su amado todo giraba en torno a lo que pudo haber sido y no fue, no existía un solo instante del día en  que cualquier situación, por prosaica que fuese, ella no se colocara como protagonista. Desde ir a la compra y soñar que la hacía junto a él, que juntos escogían las frutas que comerían, que se darían mimosamente en la boca, hasta compartir mentalmente unas largas charlas con todo tipo de cuchicheos sobre las vecinas más estiradas del vecindario.
Silvia le preguntó con toda la dulzura que era capaz, pero yendo directamente al asunto.
-¿Que la trae por mi consulta?-Estaba cada vez más claro su convencimiento de que era como un gurú del amor, ello le daba licencia para creer que era docta en esos asuntos; La joven le contó:
-¡Vera usted!, desde hace unos días mi prometido no da señales de vida, sé por mi amiga Inés, que es vecina suya, que está bien de salud, que no ha emprendido ningún viaje que le aleje de mi, y si así hubiera sido me lo habría dicho. Tuvimos una discusión un tanto acalorada, pero no tan grave o al menos eso creo yo, como para estar días sin querer hablar conmigo.
Preguntó.- ¿Quiere contarme que ocurrió para que discutiesen?;
Antes de iniciar su relato se atusó el pelo, carraspeó y tomo un trago  de su taza de té, sus ojos miraban a ninguna parte y en sus labios se percibía el color del llanto continuo y sin consuelo. Comenzó.
-Andrés, que así es como se llama, vino a darme la noticia de que había encontrado un trabajo muy bueno, y muy bien remunerado pero solo tenía un inconveniente, debíamos trasladarnos a vivir a otra ciudad en cuanto contrajéramos matrimonio. Cosa que aún estaba por determinar la fecha. Yo no estaba dispuesta a casarme corriendo y deprisa con todas las cosas que debía preparar, a todos los conocidos y amigos  que tenía en mente invitar a la boda, ni siquiera me había probado ningún vestido para la ceremonia. ¡Imagínese una novia sin vestido blanco!, sin damas de honor, sin niñas que lleven flores al altar, sin un sacerdote que diga un sermón lleno de palabras de amor del uno hacía el otro, con la bendición de dios, ¡Dios mío! Me sonó espantoso, y todo debido a que  al igual que su padre había encontrado trabajo en una sociedad de origen alemán, con sede en Granada, y allí debíamos irnos a vivir, teniendo yo toda mi familia, mis amigos,  diría que casi mi vida en esta ciudad. Al negarme a realizar las cosas tan deprisa y no querer cambiar de ciudad, se enfadó me reprochó que no lo quisiera lo suficiente; Estará usted conmigo que es más importante todo lo que yo le he contado que irse a vivir a  Granada a trabajar mirando las estrellas como hace su padre, que es astrónomo.
A Silvia se le paró el corazón, por su mente pasaron todas las imágenes de su vida junto a su amante, quedó como petrificada sin saber qué primera palabra utilizar para romper aquella situación, su vocabulario se volvió el mismo que un párvulo, balbuceó letras inconexas que no se encontraban entre sí para formar alguna frase con sentido; Al final pudo decir.
¿Usted lo ama?
-Por supuesto. Contestó ella. Con toda mi alma.
Entonces le voy a decir, o mejor le contaré lo que creo que debería hacer sin perder ni un segundo de tiempo.
Cuando salga de aquí vaya lo más rápidamente que pueda y le den sus fuerzas, a buscar a su amado. Y  dígale lo mucho que lo quiere; Que vale más un instante a su lado mirando las estrellas, con el corazón como aliado, que todas las ceremonias del mundo, y no deje pasar al dios del amor sin que derrame toda su gracia sobre los dos. Agarre con todas sus energías la mano de su corazón, y no la suelte hasta que juntos cuenten todas las estrellas del firmamento. Hay caminos que solo se abren una vez en la vida, transítelo y verá como es mejor llegar cansada, o detenerse a mitad  que no empezarlo nunca.
Váyase y deje que su corazón la guie.
Ella se la quedo mirando un instante, la beso en la mejilla y se despidió.
Silvia no se movió de su asiento durante unos minutos, y comenzó a llorar. Porque sabía que en aquella muchacha iba todo lo que era capaz de amar.

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