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viernes, 18 de febrero de 2011

DEVUELVEME MI REFLEJO

-¡Hasta donde vamos a llegar! Gritaba Andrés, desesperado por no encontrar donde había guardado la mujer su reflejo en el espejo. Decía en voz alta:
-¡Esta Concha siempre me cambia las cosas de sitio, cualquier día me voy y no vuelvo jamás!-.
Removió todos los cajones del dormitorio sin desordenar nada, sabía que a ella no le gustaba que anduviera trasteando, porque luego nunca ponía las cosas en su sitio. Nada en los armarios, ni en la cómoda, ni siquiera en el lugar secreto donde ella guardaba los pocos dineros que sisaba de la compra.
Estaba desesperado preguntándose ¿donde pudo esta mujer esconder su reflejo? Se sentó en la silla de mimbre de la cocina, adornada con un cojín de flores lilas con sus cuatro cuerdas atadas a las patas para no moverse, repasó todos los estantes de la habitación con la vista, deteniéndose en cada frasco y en cada recipiente. Nada le resultaba extraño, todo estaba donde siempre y como siempre, Concha era muy apañada para las cosas de la casa.
Dirigió sus ojos hacia el suelo de la cocina, las baldosas blancas y negras se intercalaban formando un mosaico infinito. Ese suelo siempre estuvo en sus discusiones, ella quería cambiarlo mientras que para él era muy fino tener un suelo con esa decoración; Se detuvo un instante a pensar sin moverse del asiento, se interrogaba mentalmente, como una letanía, si ella le estaba intentando dar una lección por haberse olvidado el otro día el felicitarla por su santo.
Se decía ¡no imposible! Esta mujer no me haría una cosa así, sabiendo lo que a mí me disgusta que me toque mis cosas particulares.
Al ver que no había modo de encontrar lo que buscaba, decidió esperar a que se mujer volviese de la compra. Se acercó a la sala del televisor, se sentó en el butacón marrón que había junto al sofá donde su Concha se tumbaba a ver la tele, cuando llevaba un buen rato sentado, los ojos se le cerraban de sueño, su cabeza comenzó a inclinarse para un lado hasta quedar completamente apoyada en el cabezal del respaldo; Después de unos minutos de sueño, que a Andrés le parecieron horas, su mujer le tocó el hombro diciéndole:
-¡Despierta hombre que te vas a hacer daño en el cuello!.-
Él levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos, notaba algo extraño en ella, su rostro desprendía una luz especial como iluminada por una lámpara que no calentaba. Concha sonrió, y en su cara vio todas las alegrías que había sentido durante la vida junto a su marido, él quedo en silencio sin saber que preguntarle mientras ella con sus dos manos acarició la cara de su amado Andrés, deslizó sus manos con mucha suavidad y dulzura por su cara llena de pliegues.
-Le preguntó-¿Qué buscas marido?
-él contestó casi sin mover los labios: -He querido peinarme esta mañana y al mirarme en el espejo no me veía, ¿sabes dónde está mi reflejo?-.
Ella no dejaba de sonreírle, con una voz que parecía el comienzo de una canción cantada por un coro de niños, le respondió:
-Si mi vida, ven que te voy a decir donde lo guarde esta mañana-
Los dos se aproximaron al espejo; Ella le cogió la mano mientras él caminaba casi sin pisar el suelo. Cuando ambos estuvieron frente al cristal, la luz de Concha era también la luz de Andrés.
Se miraron el uno al otro y ella dijo-¿ves ahora tu reflejo?-.
-¡Si, ahora si lo veo! Pero esta en ti.-
Claro corazón ya no somos nosotros, ahora son nuestras almas que han partido hacia el infinito; Ya no hay cuerpos ni reflejos. ¡Vamos que llegamos tarde y ya sabes que la felicidad no espera a nadie si llegas tarde! Andrés miró a su Concha y juntos partieron.

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