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Disfrutar de los placeres de una vida que se ofrece sin máscara

viernes, 18 de febrero de 2011

EL RASTRO

Con todo lo que tenía que hacer, no se le ocurrió mejor idea que desempolvar viejas fotos que guardaba en una caja de latón, una a una las fue mirando mientras recordaba el tiempo en que aquellas imágenes eran vida; Su piel y la de los que posaban en ellas había envejecido, pero aún conservaban algo en la mirada que les hacía distintos al resto de los mortales, incluso en estos días donde ser bello es sinónimo de estar guapo, algo casi imperceptible dejaba  ver, que quien en ese momento miraba las fotos con deseo de encontrar una respuesta definitiva a su miedo, no era quien creía ser, sabia en lo más profundo de su alma todo lo que se acercaba. Que de forma irremediable entrarían todos los que se fueron, a reclamarle su parte del acuerdo. Señalándole que en sus ojos tenía el rastro que dejan los que han visto los distintos mundos. No conseguía ordenar sus ideas, pero sí estaba cada vez más segura que la sombra que reflejaba su cuerpo en la pared, no era ella si no parte del recuerdo que abandonó en otro lugar. Quiso, ayudada por las fotografías viajar hasta los momentos y lugares en los que conoció a otras gentes y otros paisajes, llegar sin necesidad de moverse de su habitación, algo le decía, sin saber muy bien el qué, como mirándose a sus propios ojos encontraría la respuesta, y la entrada al camino que la llevaría de vuelta a donde dejó al resto de los que ahora a gritos ahogados le reclamaban su olvido.
Sin demasiada prisa se acercó al espejo más cercano que tenía, uno situado al principio de las escaleras que la llevaban al piso superior, el espejo era ovalado con un marco rojo y pequeños dibujos incrustados en la madera con forma de flores difíciles de catalogar; Se detuvo frente al espejo, al principio solo miró de reojo su
Largo cuello adornado con un diminuto colgante en forma de laberinto, hecho de plata vieja. Poco a poco levantó la vista hasta encontrar sus ojos; Grandes y grises como una luna a punto de esconderse con la llegada del día. Sus pupilas estaban completamente dilatadas, clavo su mirada en ellos sin poder parpadear.
¡Ahí estaba! En un lado de su pupila derecha, la señal era muy pequeña, pero su mirada se dirigió sin apenas voluntad a la marca que ahora comenzaba a recordar; Jamás había visto lo que siempre supo que estaba, y que formaba parte de ella. Su forma era evidente, un pequeño pétalo de flor. Su color era distinto al resto de la pupila negra, parecía como de una profundidad inmensa, sin atisbo de final; Comenzó a sentir un escalofrío que le recorrió toda la espalda, sus manos se tornaron dos témpanos de hielo, no podía apartar la mirada del espejo, alrededor de su cabeza reflejada en él, sintió como unas manos acariciaban su cabellera, mansamente, sin despeinarla. No veía nada, pero sabía que eran manos de hombre, notó como estas se deslizaban hacia su cuello apretándolo suavemente, llegando a rodearlo completamente con las manos; Unas manos largas, frías, con un tacto como impregnado en polvos de talco. Su cuerpo estaba completamente estremecido, de su boca nada salía, ni siquiera era capaz de adivinar si respiraba.
De repente la imagen del espejo ya no era ella, su largo pelo dio paso a una corta melena canosa, de su cuello solo quedaban las arrugas de lo que antes fue; El colgante que lo adornaba, ya no era un laberinto, en su lugar solo se apreciaba una pequeña puerta; Era cuadrada y con un color azul intenso, su pomo diminuto brillaba como el acero refleja la luz. Las manos que seguían apretando su cuello se deslizaron hacia el colgante, dos dedos de la mano derecha agarraron con mucho tacto la puerta de su cuello. En ese momento sintió como si esa puerta aumentara de tamaño, pero no de peso; Ella no podía evitar pensar que todo lo que acontecía formaba parte del pacto, sin embargo su mente se negaba a reconocer que detrás de esa puerta estaban los que le ayudaron a volver del otro lado. Ahora solo le quedaba dejarse llevar por la situación; En el cristal comenzaron a verse formas abstractas de seres que eran cualquier cosa menos humanos, rodeaban su cuerpo reflejado en el espejo, pero no veía ni sentía nada en su imagen real, solo su reflejo envuelto en el marco rojo con formas de flores desconocidas estaba sufriendo todas esas experiencias. Era incapaz de salir corriendo para dejar de mirarse en él; Los dedos agarraron el pomo de la puerta, lo giraron y la puerta se abrió. En ese momento toda la sangre de su cuerpo corría a una velocidad asombrosa. Escuchó una voz en su oído que le susurro:- ¡Ya estamos todos, solo faltas tú! Ahora la imagen que el espejo le devolvía era su rostro junto a otros rostros igual de envejecidos que ella. Su corazón latía con una velocidad inusitada, reconoció las caras que la miraban, esos ojos que la escudriñaban le decían sin mover los labios ¡-vuelve con nosotros, sin ti no se cerrará nunca la puerta!-
Sin saber muy bien como, agarró con las dos manos el marco del cristal zarandeándolo, queriendo sacar de él a todos los que habían, incluida ella misma; Todo su esfuerzo fue en vano, cuanto más lo movía más gente aparecía en el reflejo, y las voces que oía eran cada vez más incesantes. Desistió de su empeño, en ese justo instante una de las formas que no acababa de distinguir, la abrazo por la espalda, acercando lo que parecía una boca a su oído, ella noto un aliento caliente como si algo o alguien quisiera decirle algo; Su cuerpo se paralizó por completo, era incapaz de articular palabra, ni siquiera sabía distinguir si lo que le estaba pasando era dentro o fuera del espejo.
Entonces sucedió, una voz profunda como salida de la cueva más recóndita le murmuró:-¡Aminta! Si no vuelves con nosotros estamos perdidos, solo tú conoces la forma de protegernos y no tener que vivir huyendo de lo negro, ¡lo prometiste y debes cumplirlo! ¿Aminta? Que nombre era ese, ella se llamaba Blanca. Los brazos que la envolvían poco a poco la fueran liberando, su cuerpo comenzó a sentirse relajado sin el menor signo de angustia; Su mirada ya no veía ninguna forma en el espejo, su aspecto lentamente volvía a ser el de antes, su cara y su pelo dejaron de ser el rostro de una anciana. Acercó sus ojos lo máximo que pudo al cristal, al mismo tiempo una sensación de suave calor recorría su espalda, era como si alguien estuviera detrás de ella protegiéndola sin llegar a tocarla. Blanca concentró su mirada en la pupila donde antes había visto la marca, su rostro casi tocaba el espejo, Asió de nuevo con las dos manos el marco rojo, escudriño cada centímetro de sus ojos buscando algo. No hallo nada; Por un momento pensó que estaba volviéndose loca y que todo era un sueño o alguna ilusión creada por su mente cansada, se giró de espaldas al espejo comentando en voz alta ¡Necesito descansar!-en ese instante recordó su colgante, lo cogió con la mano para comprobar si seguía siendo el laberinto que tenía. Ahí estaba como siempre, En su mente se agolparon todas las ideas más dispares que encontró para justificar semejante alucinación.
Continuaba de espaldas al espejo como si no acabará de creer que todo era ficticio, respiró profundamente e inicio la marcha hacia el piso superior, subió el primer peldaño cuando volvió a escuchar muy cerca de su oído-lo siento pero tienes que volver con nosotros- unos brazos grandes y fuertes salieron del espejo sin romperlo, la agarraron de los hombros y tiraron de ella hasta introducirla completamente dentro, se vio envuelta en un nebulosa gris que la transportaba muy deprisa, quiso gritar pero de su boca no salía ningún sonido; En cuestión de segundos, los  que para ella fueron interminables, volvió a verse como la anciana, junto a ella se desplazaban más personas en la misma nebulosa. De repente todo se detuvo, nada se oía, la luz hizo acto de presencia, su cuerpo inició una caída desde no sabía dónde, hasta que oyó una voz de mujer que le grito-Blanca son las ocho y sigues en la cama-
Todo había sido un sueño, se levantó con la sensación de que todo lo soñado había sido real, se dirigió al baño, comenzó a arreglarse deprisa, pues ya llegaba tarde a su trabajo; Se peinó, comenzó a maquillarse y al llegar a pintarse los ojos descubrió en su pupila derecha una pequeña marca en forma de pétalo, abrió los ojos de par en par, bajo las escaleras desde su habitación hasta la calle, subió a su coche, arrancó despacio. Cuando hubo avanzado unos pocos metros, una voz desde el asiento trasero le dijo- Aminta seguimos esperando. Blanca aceleró todo lo que sus fuerzas le permitieron, En el primer cruce que encontró dio media vuelta, y se encaminó de nuevo hacia su casa, no se sentía capaz de ir al trabajo; En pocos minutos llegó, abrió la puerta, subió a su habitación diciéndole a su madre-He vuelto del trabajo, no me encuentro muy bien-. Se encerró en su habitación, sin cambiarse de ropa se tumbó en la cama, y en voz muy baja repitió-Se que soy una de vosotros, ayudadme a volver, quiero acabar con mi deber-. En ese instante, aparecieron junto a ella dos hombres vestidos de gris, le sonrieron y sin mover los labios dijeron:-Vamos al mundo en el que vives, danos tus manos. Agarraron sus manos suavemente, y sin tener tiempo a reaccionar se vio en un mundo distinto al suyo. Uno de los hombres le contó que ese era su lugar, que el mundo en el que vivía solo era una representación onírica, que ella había escogido para tener un mayor conocimiento del tipo de seres que eran. Al ver como todo lo que le rodeaba le era familiar, sintió alivio; Su deber era estar con los suyos para poder juntos seguir viviendo. Su forma de vida consistía en que todos estaban ligados, unos con otros, y si alguien faltaba no podían avanzar en su evolución, hacia donde todos esperaban llegar. Amintia entendió que solo un universo unido era capaz de saltar al nuevo lugar que les estaba reservado a los que como ella había alcanzado la evolución. Evolución que consistía, en comprender la unidad del ser con los demás seres, que eran una sola entidad, y que ya había llegado el momento de dejar el universo de caos en el que habían aprendido. Ahora les esperaba la paz, sin nada más que desear que ser ellos.

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