RECUERDOS DE UN ESTÍO
La tarde no perdonaba
una canícula tan insoportable; Ese año el verano quiso dejar huella en todas
partes. No hicieron falta muchas razones para reafirmarse en el poco apego que
le producía esa estación. El calor siempre le recordaba el día donde una despedida
amargó a un corazón tan débil como el suyo. Miró a través de la ventana,
apoyado en el alféizar, una ligera brisa rozó su rostro, bastó esa pequeña
ráfaga de aire, para sentir que, el otoño pronto estaría de vuelta; No ocultaba
su preferencia por esa época del año; El otoño sacaba lo mejor de sí mismo, le
animaba a frecuentar con más asiduidad teatros, cines, y demás eventos que
atrajeran su curiosidad.
Mientras tanto, su
verano era un tiempo para la memoria, memoria envuelta en un sinfín de recuerdos.
Nada le era ajeno a ella, por pequeño que fuese el detalle, siempre tenía sabor
a quien tanto amó. El olvido como cualquier otro ejercicio físico, requiere de
un buen entrenamiento. Puedes acabar siendo un magnifico desmemoriado, eso sí,
los signos del olvido siempre formarán parte de tu rostro. Para él, lo mucho que quiso a esa mujer, jamás dejaría de ser
uno de los retazos más plenos de su vida. Resultaba imposible no verla en las
cosas más cotidianas del día, en el desayuno, mientras caminaba junto al mar,
zambulléndose en el agua de la playa, todo lo que le envolvía era parte de un
escenario donde un tiempo atrás caminaban dos corazones que, empezaban a
amarse; Ahora ese mismo escenario, era solo un monologo para un personaje que
perdió su guión.
Cuando notaba que esos
sentimientos resurgían de nuevo, como quien saca a pasear ese traje que usas de
tanto en cuanto; Traje al que llamas “fracaso” Cuando eso sucedía, Solía llenar
sus horas de tareas que distrajeran no solo a su mente, también a su corazón.
La tarde se adivinaba eterna. No veía nunca el momento de mirar al cielo en
busca de esa luna que afianzase aún más, si era posible, su deseo de lanzarse de pleno al placer de
recrearse en la compasión propia. Quiso buscar entretenimiento en la lectura, y
las palabras solo eran frases hechas para la pena; Era casi imposible no
encontrar retazos de su mirada, todo lo que le envolvía tenía su huella. Ella se perdía durante largo tiempo en todo lo
que excitaba sus sentidos. Aún recordaba aquel jueves que se empecinó en ir al
museo; Para ella los jueves era un día inventado para el arte, incluso
explicaba con un razonamiento a prueba de discusiones, que ningún día existía
por azar, todos eran producto de una época que ya no existía, tiempo en que las
palabras se inventaban para la satisfacción del hombre. En el museo; Se detenía
frente a cada cuadro durante el rato necesario, para acabar encontrando, lo que
nadie veía. En esos momentos, Él observaba la belleza del arte a través de sus
ojos.
Entre las escenas que
se agolpaban en su mente, se repetía como un tintineo, la facilidad que ella tenía
para encontrar cualquier excusa que la hiciera sentarse frente a una puesta de
sol, o al amanecer; Cuando los colores del cielo y la mar se intercambian para
ofrecer un regalo a los que sienten que son amados. Desde ese verano, su vida
transcurrió por los caminos que nos acaban convirtiendo en parte del grupo,
grupo que lentamente olvida que, no hay caminos si no se recorren con un
corazón lleno de amor. Jamás supo a ciencia cierta por qué se fue, por qué el
día trajo de golpe esas sombras, que ya siempre lo acompañarían por cualquiera
de los lugares que la vida le llevase.
No conseguía
despegarse del marco de aquella ventana que, tantas veces fue el rincón de sus
besos. No tenía muy claro por qué de repente las cosas pasan a ser tan
complicadas, por qué una vida llena de amor y alegrías se transforma en un
páramo, sin más sombra que la que da un corazón encerrado en un cuerpo que vive
por inercia.
El calor, dejaba una
pequeña rendija abierta a que su mente pensara, sin la presión de ese bochorno
que anula las reflexiones; Después de transcurrido tanto tiempo, aún dudaba de
si el fin de su relación se debió al infortunio, o quizás estaba escrito que
así debía ser.
Recordaba una mañana en la que ella se vistió
toda de verde, el vestido apenas le rozaba la piel, era como si lo llevase
flotando, como si levitara sobre su cuerpo. Sus andares dejaban entrever que la
danza siempre fue una de sus mejores cualidades; Ese día de julio, estrenaba
una pequeña pamela beige, el contraste de su vestido, de un verde semejante al
océano, la pamela, y la luz que su rostro irradiaba, hicieron que el corazón de
su amado latiese a un compás que aún hoy día, transcurrido tanto tiempo, le
producía la sensación que, el oxígeno desapareció de la tierra por unos
instantes, para que solo el aroma de su amada llenase sus pulmones.
Ella se acercó hacía
él, con una sonrisa que anunciaban palabras escondidas en lo más profundo de
sus sentimientos. No pudo ni imaginar que aquel encuentro, tan lleno de belleza
y candor, sería el que le dejaría tan
perdido e indefenso, el que evaporaría por mucho tiempo, las huellas que, dejan
las palabras de amor dichas después de una noche, donde dos, se convierten en
una misma alma, donde los cuerpos juegan al escondite con las estrellas, donde
una sábana es todo un castillo para bailar en los salones de su vientre. Nada. Era
una palabra que no existía en su vocabulario; Hasta ese día, en que se
convirtió en el contenido de su pasión.
Le resultaba muy fácil
intentar negar el latigazo de su recuerdo, para a continuación dejarse llevar
por su ausencia; Ausencia que era un universo donde viajar para estar de nuevo
junto a ella. Se mentía a sí mismo, se decía que el tiempo va cerrando las
heridas, que, nada es para siempre, que, solo el recuerdo perdura. Descubrió lo
fácil que podía ser mentirse una y otra vez.
Desde aquel día, las
cosas cotidianas dejaron de ser trocitos de pequeñas maravillas, para
convertirse solo en eso, en cosas rutinarias. Abandonó la costumbre de hablar
con los pescadores; Ya no se detenía a sonreírles a los niños que chapoteaban,
envueltos en arena y agua. Las mujeres que,
en otro tiempo, reafirmaban con sus miradas, lo bello que era verlos
juntos, paseando por la avenida que bordeaba la playa; Esas mujeres, solo veían
en él a un hombre solitario, y en algunas ocasiones, taciturno. La soledad
tiene un color neutro, nadie distingue qué llena a un corazón sin una mano que
lo acaricie. De vez en cuando se detenía justo en el punto de su adiós,
colocaba los pies pisando, o intentando pisar, los mismos centímetros donde
recibió ese beso de despedida, como un loco al que nadie atiende.
Su ansía por no dejar
escapar ni uno solo de los momentos en que compartieron una felicidad tan
hermosa, le hacían olvidar que, una realidad tozuda y cruel le estaba esperando
al final de sus sueños. Quien lo viese desde la calle reclinado en la ventana
durante tanto rato, acabaría creyendo que quizás no tenía muy claro si entraba
o salía de la casa. Volvió a situar su mente
en el instante en el que ella llegó, para decirle un adiós sin
posibilidades de dar marcha atrás. Él la
miraba expectante, deseaba abrazarla, y sentir su cuerpo bajo ese vestido verde
que, tan hermosa la hacía; ella se detuvo frente a Él, clavó su mirada en sus
ojos, para a continuación decirle esas palabras que, ya siempre formarían parte
de su vida, o tal vez, fueron el principio de “algo” parecido a una vida.
Sin demasiados
preámbulos le espetó-(se acaba el verano y he de volver a la ciudad, nuestro
tiempo se ha terminado, cuanto antes asumamos que es imposible seguir, menos
daño nos hará a los dos; Sabes que nunca olvidaré estos meses, pero hay una
vida que dejé, y he de volver a ella, tanto tú como yo sabemos que es imposible
tener “algo”, con la distancia que existe entre tu ciudad y la mía. Esto no
significa que no te haya amado, todo lo contrario, te he amado con la fuerza y
la pasión que da saber que, el tiempo nos separaría, pero no sería justo que
nos hiciésemos daño intentando hacer perdurar algo que, no puede ser. No quiero
alargar más este instante; Recuerda siempre que alguien te quiso, y que ese
amor será solo tuyo y mío. Por mucho tiempo que pase, tu nombre será una huella
en mi corazón-) Con estas palabras, lo besó en la boca y se disponía a irse
cuando él la agarró de la mano, le clavó sus ojos en los suyos y le dijo-(-Cómo
se puede acabar lo que es eterno, cómo puedes decirle adiós a tu corazón, qué
palabras has encontrado para este momento; No existe ningún lenguaje que
contenga un adiós a lo que sentimos el uno por el otro, ¿de qué nos servirá
estar separados? No habrá un día en el que al levantarnos por la mañana, no
busquemos con la mirada, la presencia del otro junto a la almohada. Te niegas
la felicidad, me apartas de una vida que ya no es tuya ni mía, ahora y siempre
será nuestra. Mis deseos solo son un espejo que refleja tu imagen sentada junto
a la mía, ayúdame a no ser nada sin ti, no me dejes en este principio que hemos
creado los dos, sabes que lo que han visto tantos amaneceres, no los borra una
noche de invierno frío. Cómo puedo dejar de amarte si hemos inventado la
palabra “amor”. De qué me servirá andar este camino que es la vida, si no estás
tú para enseñarme que las flores sonríen cuando nos ven pasear; Sé que la
distancia nos golpea en la mirada, que nuestros ojos pueden dejar de descubrirse
cada día como uno nuevo. No quiero seguir sin ti, porque sin ti no hay donde
seguir. Huyamos los dos de esta realidad que nos envuelve, tejamos un espacio
donde nunca habrá dolor, donde la palabra adiós sea desterrada, abriga mi
corazón, y déjame abrigar al tuyo. Solo eso te pido, solo quiero ser quien te
vea cerrar los ojos por última vez, y que seas tú quien me lleve flores al
eterno descanso. Ya no sé qué más puedo contarte, solo déjame amarte ahora y
por toda la eternidad.-En ese momento los dos se miraron con los ojos llenos de
un torrente a punto de estallar, ella era incapaz de articular una sola
palabra, él tenía escrito en el semblante la agonía, el miedo, la pena; Su
corazón latía tan fuerte, que ella fue incapaz de apaciguarlo, no tenía una
sola palabra que lograra hacerle ver a el que su marcha era irremediable. Ella
se dio la vuelta, soltando lentamente la mano de su amado; El quedo como
petrificado, durante todo el tiempo que ella se iba alejando, el lloraba desconsoladamente,
sin capacidad para moverse del lugar. Ella se perdió al doblar una esquina, y
ya nunca más volvió a verla. Desde ese día, regresa cada mes de julio,
coincidiendo con las fechas de su último encuentro, para seguir creyendo que
algún día volverá a ver a quien tanto amó.
LLEVABA
FLORES
El
olvido no se detuvo en su corazón, tantas imágenes acumuladas en su memoria
vaciaron de esperanza su vida. Habían pasado trece años desde que Claudia se
marchara, trece años sin una mano que agarrase sus miedos. La sensación de
vacío se adueñó de cada rincón de la casa, la risa no quiso acompañarlo cuando
más la necesitaba, los que siempre habían estado a su lado se transformaron en nombres
escritos en una agenda llena de polvo y matices grises, nadie supo responder a
su desesperanza, todo era nada; Su mirada se perdía en las cosas que ella había
tocado alguna vez. Un libro, una taza. Ese cojín que tantas veces abrazó en los
inviernos de lluvia y nieve. No sabía que preguntas hacerse para encontrar una
salida a su melancolía, su cuerpo no reaccionaba a las caricias de una soledad
vestida de siluetas desnudas. De vez en cuando releía las cartas que ella le
escribía, en ese juego que inventaron para no dejar de sentir que aún se amaban
como dos adolescentes. Recibirlas era para ellos una ventana abierta a nuevos
principios de su amor, un soplo de todas las primaveras en que se amaron en un
portal a escondidas de la gente. La risa seguía a cada lectura de esas cartas,
se decían:- somos dos locos que se aman en todos los tiempos, los que
existieron, los que existen, y la eternidad que aún nos queda-Inventaron un
lenguaje que solo ellos entendían, los gestos cargaban todos los “te quiero”
que sus bocas callaban. Eloy no dejaba que nada se escapara de esos momentos
que compartían, se preguntaban en voz alta-¿existe algún lugar donde se ame
como nos amamos nosotros?
Entre todas las cartas Eloy escogió una que
tenía dibujado en el sobre un pequeño pájaro azul. A su mente vinieron como un
torrente todos los pájaros que solían mirar juntos, les gustaba tanto
contemplar cada gesto que la naturaleza les regalaba como envuelto, en papel satinado.
No sabía qué espacio de la casa ocupar para que su memoria se sintiera
satisfecha; Después de tantos años inundando su ausencia con todo el ruido que
fuese capaz de soportar, un ruido que tamizaba su boca pidiéndole besos.
Claudia no dejó ni un solo día de sonreírle después de jugar con su boca, un
juego que acababa con sus labios fundidos, en un-“te quiero” dicho solo con la
mirada.
Al
principio de su soledad, Eloy quiso dejarlo todo atrás, la casa, la ciudad,
cada objeto que le recordara a ella, lo intento durante los primeros años. Cada
día al levantarse se prometía que ese era el último día en que amanecería en
esa casa, llego incluso a preparar maletas, cajas, todo debía ser enviado a
algún trastero donde pasaría el resto del tiempo que duraran, hasta ser solo
polvo y olvido. No lograba separarse de los objetos que aún siendo materiales,
eran trozos de piel que aún guardaban el olor que ella impregnaba en todas las
cosas. Se preguntaba-¿Cómo era posible dejar de amar a quien le escribió la
palabra amor en el alma?- Eran tantas las sombras que ya por siempre vivirían
con él, tantos los sonidos que traían el eco de su voz; De nada servía, querer
ser otro si en su intento de despegarse de lo que fueron juntos lograba perder
todo lo que sabía de su corazón enamorado.
Se sentó en el sofá que tantas veces
compartían, la ventana permanecía abierta, daba igual que el frío le calara
cada centímetro de su piel, sus ojos no querían dejar de mirar por esa ventana,
con marcos de madera verde, vestida de cortinas blancas, gastadas de tanto
abrazarse junto a ellas en cada amanecer, y en cada atardecer, esperando que la
luz de la luna les invitara a amarse, y así despacio, continuar hasta su
habitación, donde dibujar en las sabanas que ,como lienzos se dejaban llenar de
tantos besos y caricias, hasta crear un cuadro sin nombre. Sus cuerpos eran la
pintura, y su deseo el color. Sabía que recordar le dolía, pero no quería ser
alguien que no supiese cuanto duele perder a quien tanto amó. Entre las manos
acariciaba la carta, se estremecía imaginando cuantas cosas bellas le diría en
ella, dudaba si esa era la carta que debería abrir así al azar, o quizá sería
otra la que escoger. Entendió que un camino sin amor, era un camino perdido.
Por
su mente se deslizaba como una serpiente, despacio, sin ruido. Casi sin dejarle
notar su presencia, El recuerdo de los días en que no había más remedio que
separarse de ella por unas horas, cada uno debía cumplir con sus compromisos.
Las obligaciones de la vida diaria les separaban durante unas horas, les
parecía una eternidad, todos los besos que no se daban en ese tiempo se
almacenaban en sus bocas, como quien guarda agua para cuando venga la sed,
poder saciarse. Eloy no quería dejar que su memoria se poblara por otro
recuerdo que no fuese el de Claudia; La carta entre sus dedos. Sentía un
extraño latido que recorría sus manos, su corazón vivió por unos instantes
entre sus manos y la carta. Debía abrirla, quería abrirla. Sentía que quizás
era una nueva forma de dejar que ella volviera a estar de nuevo junto a él,
aunque solo fuese por un segundo. Sus ojos miraban una y otra vez el pájaro
azul, su esperanza se cargaba de ansias por creer que en ella estarían escritas
las palabras más bellas de todas cuantas se escribieron. En el exterior la
calle enmudecía, como esperando oír qué palabras eran las que llenaron aquellas
hojas blancas. Hojas que viajaron de un tiempo en el que todo sucedía con el
solo deseo de hacerse cada día más felices; Eloy dejó por un momento de ser
presente, su mente, su corazón y todo su ser se instalaron en aquel día en el
que Claudia le dejó la carta sobre la cama, para que, cuando llegara de
trabajar se la encontrase, y así causarle una sorpresa que, de nuevo le invitara
a quererla, como quien ama a quien descubre por primera vez. Cuando solo son
los ojos los que hablan. En su alma sintió un crujido, también su memoria le
hizo recordar que aquella era la única carta que no llegó a abrir, porque ella
ya se había marchado. No quiso enfrentarse a la epístola de un olvido. Dudó.
Tuvo miedo, se preguntó-¿soy un cobarde?-son tantas las cosas que nos acompañan
en el transcurso de nuestra vida, tantas las que llevamos escondidas en ese
lugar al que solo nos asomamos para decirnos-¿valió la pena?-Eloy nunca tuvo
dudas de su amor por ella, ni la imagen del vacío que le producían sus propias dudas.
Seguía sin saber si debía o no abrir la carta, temía que quizás eran palabras
distintas a las que siempre sembraron su paraíso. Palabras llenas de arañazos,
de lágrimas, de un adiós que su boca no supo pronunciar. Revivió algunos
instantes donde la pasión dio paso a un extraño silencio, silencio que invadía
ese espacio que creaban cada vez que se amaban, eran minutos, quizá solo unos
segundos vestidos de eternidad. Dudaba de si aquella carta era la prueba de que
entre ambos pudo existir algún retazo de duda, alguna palabra que no se
ofreciera vestida de pasión. Eloy se trasladó a un pasado donde eran ellos, y
el resto era la nada. Quizás la carta estaba llena de besos pintados de rojo;
sus miedos, sus noches de tantas horas sin conciliar el sueño, sus viajes a la
última vez que se vieron, donde él sintió como la boca de Claudia le besaba en
la espalda desnuda, mientras bisbiseaba-“No olvides que te querré siempre,
aunque la lluvia de las lagrimas no te dejen ver mi cara”-En aquel instante no
supo entender que significaban aquellas palabras, nada hacía sospechar que su
espalda sería el lugar donde ella escribiría el testamento de un adiós, mojado
de amor.
Desde
que decidió que aquella sería la carta que marcaría su vida, no dejaba de
elucubrar. De donde sacaría las fuerzas necesarias para seguir viviendo. Si sus
palabras rompían todo ese tiempo construido a base de amor y deseo. Eloy no
controlaba el tiempo que tenía entre sus manos, iba y venía desde el ayer hasta
el hoy, sin detenerse ni un solo instante en cual era cada uno de ellos, solo
sentía a su corazón desdibujarse, mientras la silueta de Claudia se alejaba
rozándole los dedos, en una despedida callada, sin palabras, solo hecha de un
silencio mortal. Paseo a oscuras por la casa, abrió los ojos de par en par
queriendo encontrar alguna sombra de ella reflejada en las paredes. Sus ojos
eran presas cerradas a punto de reventar, y soltar todas las lágrimas que nunca
dejó caer. Ya no quedaba ningún rincón en la casa donde pararse unos minutos a
rememorar sus vidas juntas. No soltaba la carta ni siquiera para que sus dedos
entumecidos descansaran de ese miedo a perder sus últimas palabras antes de su marcha.
Le preguntaba a su dios. ¿Sobreviviré a la melancolía? No imaginaba que quizás
solo eran palabras de un-“hasta luego”- quizás se fue, pero al querer volver no
encontró el camino de vuelta, y llevaba años perdida, asustada, sin recordar
quién era, quizás su memoria la abandonó. El sentía que nada era imposible, que
se amaban tanto que aún sin estar el uno junto al otro, su amor seguiría
construyéndose en ese lugar al que solo llegan las almas que se amaron sin
tiempo ni dimensión. Eloy era un corazón que necesitaba la pasión de su amor
para seguir latiendo. La carta comenzaba a dejar rastros de la humedad de sus
manos, creyó que ya era el momento de abrirla y enfrentarse a esas letras que
salieron de la mano de su amada Claudia. Miró el sobre durante unos segundos,
deslizó sus dedos por la parte donde el sobre se cierra acompañado por la
saliva de la boca que tantas veces besó. Lentamente, casi como quien está a
punto de realizar una operación a corazón abierto, así empezó a abrir la carta.
Al abrirla creyó sentir de nuevo el perfume de Claudia; En su interior solo
había una hoja, grande, y de color blanco, un blanco convertido por el paso de
los años en un color casi amarillo. Ya tenía la hoja entre sus manos, ya podría
saber qué misterio guardaba aquella última epístola. Se dirigió de nuevo al
sillón donde tantas veces compartieron sus días y sobre todo sus noches. Una
vez se sentó, se detuvo unos instantes apoyando sus codos sobre las piernas,
con todo el cuerpo echado hacia adelante. Miraba al suelo, cerraba y abría los
ojos, mientras a su mente llegaban una y otra vez recuerdos de ella. Besos, risas, abrazos. Silencios transformados
en escenas de una pasión solo vivida por quienes como ellos supieron amarse.
Con las dos manos agarró la hoja, su mirada se clavó en las primeras letras
escritas, y comenzó a leer:
-Amado
mío, cuando tengas entre tus manos esta carta, ya no estaré junto a ti. No supe
durante mucho tiempo como contarte lo que era inevitable. La pena no me dejaba
soltar las palabras que debía escribirte, no saber cómo sería tu mirada frente
a esta carta me angustiaba, imaginarte llorando me dejaba el alma vacía, el
corazón convertido en un caudal de tristeza y agua salada. Sé que explicarte mi
adiós sin que nuestros ojos se hablen, es como besarse sin poner el alma, el
cuerpo, la vida entera.
No
dejaré de quererte nunca, no olvidaré todas las mañanas en que amanecí entre
tus brazos, nada es más hermoso que una sonrisa tuya tras la ventana. Debo
partir, sé que no entenderás mi partida, sé que quizás me odies por no haber
tenido el valor de hablarte a la cara. Nada de lo que pienses o sientas en este
momento en que tienes entre tus manos mi carta, hará que deje de amarte como
solo tú y yo supimos amarnos. No quise que nada ajeno a nosotros agrietara,
aunque solo fuese por un segundo, lo que con tanto amor construimos; Desde hace
unos meses supe que mi vida estaba llegando a su fin, una enfermedad
traicionera empezó a llevarse poco a poco mi vida. No sé vivir si no es siendo
parte de ti, no se sé mirar las cosas que la vida me da si no es tu mirada
quien me acompaña. Debería decirte que me han dado unas pocas semanas de vida. Que
estoy rota de dolor, que odio a esta vida que me da la espalda, no entiendo
cómo puede vaciarse el mundo de quienes solo lo llenamos de nuestro amor. Qué o
quién, maneja los hilos de esta existencia, me pregunto cómo puede dejarte sin
todo lo que soy capaz de sentir cuando somos dos.
Eloy,
jamás olvidaré, esté donde esté mi corazón, que eres tú quien me enseñó la
palabra amor. Me marcho porque no soy tan valiente como para ver nuestro amor
convertirse en una compasión. Nada podrá oscurecer toda la luz que pintamos con
nuestro deseo y nuestra pasión. Te dejo esta carta para que sepas que te llevo
conmigo, que a partir de este momento seremos una eternidad, que mi ausencia
solo es física, que sigo amaneciendo en ese hueco que me dejabas en el calor de
unas sabanas llenas de amor. No quiero nada, me lo llevo todo, te dejo escrito
en tu espalda mi eterno amor. Ese beso que pintó mis labios de tu sabor.
Recuérdame siempre, porque yo siempre estaré en ti.-
Eloy abrazó la carta contra su pecho y
comenzó a llorar, lloro tanto que su mente se inundo de pena, su corazón latía
sin sonido, sus manos agarraban con tanta fuerza la carta, como intentando
sacar más palabras de su amada Claudia, quería sentirla una vez más, gritarle
que nada era imposible, que el dolor o la enfermedad no podrían separarlos nunca,
que por qué lo dejaba solo con un amor tan grande, Gritó su nombre. ¡Claudia,
Claudia vuelve! Sus ojos se cegaron del
agua de su amargura, nadie contestó a su lamento. Quedó tirado en el suelo
hecho una bola, sus miedos le decían- Ya estás en soledad, ya vives la otra
cara de un amor tan grande- Eloy quedó en silencio, solo su mano sentía vida,
la mano que aún agarraba con toda las fuerzas de las que era capaz, la carta. Así
transcurrieron unas horas, nada ni nadie llegó para abrazarle, para decirle que
un amor así no muere nunca, que sigue viviendo allá donde el corazón siente que
es acariciado por los dedos de una mano amada. Eloy se durmió acompañado por el
dolor de su soledad, y la certeza de que ella sería siempre quien lo amó y lo
seguiría amando, sin darle ni una gota de dolor. Miró a un pequeño jarrón que
había sobre la mesa, en él estaban unas flores que ese día compró para
regalarle. Siempre recordó que, cuando Claudia se marchó, él le llevaba flores.
LLEGO
LA LLUVIA
Llovía, llovía tanto
que la ciudad se desdibujó, quedó sumergida en un manto de memorias de las que
solo traen añoranzas y abatimiento, cada calle se cerraba a la llegada de
gentes que caminasen por sus aceras.
Todo era nada, nadie se
reconocía; Una mañana que pronto empezó a ser noche. Desde su ventana, Lara
observaba las gotas caer sobre todo lo que decoraba el paisaje; Coches,
edificios, gentes que deambulaban sin aparente dirección, nada lograba apartar
sus recuerdos de aquella mañana en la que su amor decidió vaciarle el corazón,
para llenarlo de esa soledad que impregna el alma hasta el fin de los días.
Habían pasado treinta años y aún sentía como su piel seguía conservando el olor
de ese último abrazo.
Los días en que la lluvia hacia acto de
presencia, las paredes de su casa se vestían de gris, las flores que adornaban
los jarrones, dejaban de oler. Los
espejos le negaban su reflejo, evitándole reconocerse sin esa parte del corazón
que no nos deja vivir sin más aire que un beso lanzado desde una calle en otoño.
Así transcurrían los días en que Lara viajaba a su deseo, eran instantes, solo
segundos, pero de una profundidad tan grande, que después de ellos necesitaba
agarrarse a cualquier detalle que la mantuviese en armonía con su entorno.
Sabía, solo de vez en
cuando que, aquel amor vivió en ella a los catorce años, pero esa edad nada le
importaba a su corazón. Construyó una existencia junto a otro hombre, tuvo
hijos, levantó su casa frente al parque donde aún daba sombra el roble que
tantas veces los cobijó, que tantas palabras de enamorado vistieron sus hojas.
En su corteza aún se podían distinguir las iniciales de sus nombres, Ella jamás
quiso dejar que una parte de sí misma, siguiera viviendo aunque solo fuese con
el deseo, en compañía de su joven amor. Seguía lloviendo y Lara seguía siendo
una viajera en el tiempo, ahora sus catorce años brotaban por cada poro de su
memoria.
De todas las emociones
que visitaban su vida, aquella era sin duda la que más la alejaba de sí misma,
o quizás, muy al contrario, la devolvía al lugar que jamás quiso abandonar. Su
vida estaba llena del amor de sus hijos y de la presencia de un marido que
ocupaba en su corazón, los huecos que la ayudaban a seguir creyendo que algún
día volvería a latir con el compás que da el amor sin mente. Sin saber por qué,
decidió buscar el antiguo diario que dejo de escribir el día que abandonó a la
niña que fue. Sabía que debía estar guardado junto a las demás cosas que nunca
queremos remover muy a menudo, si no es para dejar que una lágrima acompañe al
recuerdo de tantas vidas arrinconadas, que nos hace ser solo una imagen en cada
instante que ya pasó, ¿cómo traer del ayer esos silencios que construyeron
tantas esperanzas?; Encontró la caja donde tenía todas esas cosas que solo son
un elemento más que la vista recorre de vez en cuando, pero también un trozo del
corazón que almacenamos para no arrancar esa parte de nosotros que una vez nos
hizo tan felices, que quizás deseemos recuperar cuando las ausencias nos
golpean.
Sus manos se deslizaban lentamente por cada
objeto, por cada fotografía, las acariciaba con la pretensión de ser de nuevo
parte de aquellos días, olvidar por unos minutos su tiempo, y ser solo
sensaciones. Lara no quería abandonar esa edad que la hizo ser como es. Ahí
estaba su diario, con tapas de un color rojo intenso, y relieves con formas
abstractas, esas formas que tantas veces acarició dentro de su cama, cubierta
con una sabana que la aislaba de todo lo que no era ese amor que brotaba en
cada palabra escrita.
Se detuvo un instante
antes de abrir el diario, no estaba muy segura de si su corazón soportaría sentir
de nuevo a ese caballo que siempre cabalgó con la fuerza de una noche de amor.
Sus dedos caminaban sobre el viejo diario, sus ojos miraban a través de las
tapas, su boca sentía el dulce sabor de unos labios besados bajo ese árbol que
los resguardó del mundo exterior, allí eran solo ellos dos, nada ni nadie
existía.
Del exterior llegaba el
sonido acompasado de una lluvia convertida en música, sinfonía que despertaba
los más íntimos anhelos de sentirse abrazada de nuevo por quien tanto la amó.
Cómo nos va dejando desnudos, casi sin piel lo que tuvimos como único y al
final se convirtió en memoria de un tiempo al que nos agarrarnos cuando caemos
en el hueco de la rutina. Lara no dejaba de pensar si lo que sentía al tener
aquel diario entre las manos era real, o solo un espejismo. Quizá su mente la
estaba traicionando y solo era una extraña huida hacia un lugar en que quedó
atrapada, en esos años en los que se dejó abrazar a la luz de una luna
disfrazada de blanca inocencia.
En la calle la lluvia
dio paso a una tormenta, truenos y relámpagos iluminaban la estancia donde se
encontraba, sus ojos no dejaban de mirar fijamente al diario; Comenzó a pasar
las páginas, en cada una de ellas se detuvo a evocar cada detalle por pequeño
que este fuera, las frases escritas en esas hojas, hojas de un color amarillo
gastado por el paso del tiempo, y las arrugas del verbo amar.
Cada palabra hablaba de
besos, caricias, abrazos, sonrisas ocultas en un salón compartido con otras
gentes además de Lara y su enamorado. Dibujos de corazones, rojos de esa pasión
que nos visita solo de vez en cuando en la vida, y que muy pocas veces viene
para quedarse; Flechas que señalaban la dirección de un corazón atrapado en mil
deseos de ser para siempre su único y verdadero amor. Aún resistía ese pétalo de
la flor más hermosa que le regaló, marrón, frágil, casi etéreo, como testigo
vivo de una época en la que se lanzaron palabras salidas de un nido hecho solo
de sueños. La tinta impregnó cada hoja, siendo fiel testigo de lo profundo de
aquel amor, casi parecía que estaban bordadas.
Ella volvió a ser aquella chiquilla que liaba
su pelo entre los dedos mientras pensaba en él. La tormenta quiso detenerse por
unos instantes, el cielo se alió con Lara para regalarle unos momentos de
silencio; Entonces empezó a oír hablar a su corazón, Como un susurro, como
quien oye el canto lejano de un pájaro que se aleja junto a su bandada. Creyó
que solo eran las palabras del final de su encuentro con la niña que fue,
sintió que algo crujía en su alma, no podía abandonar lo que estaba sintiendo
al revivir aquellos recuerdos. No quería regresar a su realidad, ahora no,
quizás más tarde. Sus manos notaron un extraño calor que recorría desde las
uñas hasta el puño, no era fuego,
Era solo el calor de
unas manos que se sienten agarradas por un amante. Poco a poco, muy despacio,
pasó todas y cada una de las páginas de aquel diario, hoy convertido en memoria
de su querer más profundo; La luz que llegaba del exterior iluminaba tenuemente
la habitación, Lara sintió como si todo su cuerpo se encogiese, no quería dejar
escapar ni un solo aliento de ese instante.
Sus ojos se posaron en
la página veintiuno, tenía desde pequeña la costumbre de enumerar las hojas de
su diario, su corazón comenzó a latir con más fuerza, en la calle un suave
viento comenzó a golpear contra las puertas de su ventana; La página veintiuna,
cómo quiso el azar, que fuese en esa página donde se detuviera a leer lo que en
ella estaba escrito desde el día en que dejó de ser una niña, para convertirse
en la mujer que ahora era. De sus ojos brotaron unas lagrimas, lagrimas que
inundaron todo lo que había a su alrededor, algo aprisionó su pecho, no podía
respirar; Inspiró con fuerza y se dispuso a leer en voz alta lo que allí había
escrito, como si haciéndolo así lograra que todos supieran por qué acabo su
vida bajo el roble, cuando se secaron las hojas, y qué la convirtió en un
corazón con grietas.
Se puso de pie, agarró
el diario entre las manos y leyó:-“Hoy mi gran amor me ha dicho que debe irse a
vivir a otra ciudad, me ha dado un beso, me ha regalado una flor, y me ha
escrito este poema –“Dulce corazón que abandono sin querer, vida que me
arrancas de mi amor, no me dejes olvidarla nunca, porque ella es mi vida y mi
sol”.-
Lara lloró con más
fuerza, las nubes volvieron a cubrir el cielo, la oscuridad se aposentó en su
ventana, las lágrimas brotaron con más fuerza, en un segundo recorrió su vida
hasta ese momento, sintió unas enormes ganas de salir corriendo y gritarle a la
gente que andaba por la calle-¡Sí, amé y fui amada, y aún guardo el aroma de su
boca! Abrazó con todas sus fuerzas el diario; En el exterior se oyeron algunos
truenos, y la lluvia comenzó tímidamente a caer, sus ojos húmedos viajaron al
encuentro de los más bellos momentos vividos. Ahora comprendió lo afortunada
que era, supo que cada una de las heridas que esculpieron su corazón la
hicieron entender que nada hay en la vida como amar y ser amada.
Lara abrazó con fuerza
el diario, ahora convertido en el mapa que señalaba donde debía buscar si
alguna vez la visitaba la soledad y la melancolía. Pensó casi sin querer, donde
dejamos tantas cosas y a tantas personas que nos llenaron tanto, y ahora solo
son palabras escritas en un diario y fotografías añejas; en la calle comenzó a
llover con más fuerza, el recuerdo de aquel amor la hizo sentirse de nueva
llena, ligera, su corazón sonreía como aquella adolescente, sus brazos rodeaban
el diario como quien abraza a un amor en la despedida. Se perdió su mirada en
la lluvia que golpeaba los cristales de la ventana. Lara volvió a sonreír, ya
nada la movería de quien siempre quiso ser, una mujer que camina en compañía de
un corazón enamorado, el suyo. Y en el exterior, llegó la lluvia.
ABRI EL CAJON DE MIS RECUERDOS
Abrí el cajón de mis recuerdos y te encontré sentada frente a mi memoria, quise saber donde estuvo el instante de esta despedida, como nos dijimos adiós casi sin pronunciar palabras. Te amaba y de repente deje de saber quién era el que te hablaba al oído palabras de amor. Olvidé que mi existencia era solo una parte de nuestro todo, te vi lejos, te vi partiendo; eras tan etérea casi volabas al partir de mi lado.
Abrí el cajón de mis recuerdos y todo tu olor empapó mi casa, estabas en cada gesto que mi cuerpo lanzaba, la risa, el abrazo, esos mordiscos que jugueteaban con mis labios, ese querer marchar sin mirarme a la cara, esa lágrima que no acababa de resbalar por tu mejilla; Siempre querías que fueran mis dedos los que recogieran tu salada alegría, abrí el cajón de mis recuerdos y te sentí caminar por la casa, corrí como un loco buscando en todos los rincones de cada habitación, aparte de las paredes los cuadros, removí las almohadas y los cojines, destapé cada tarro de esa cocina donde ayer nos amamos mientras el fuego calentaba nuestra cena. Olí con intensidad los libros que te gustaba leer, en todos estaban la huella de tus días sentada junto a mí.
Abrí el cajón de mis recuerdos y ya no pude volver a cerrarlo. Deje que de nuevo la melancolía adornara mi mirada; No puedo ni quiero olvidar como abandonaste tu tristeza para llenar mi vida de alegrías, me diste ese amor que define la vida, la única razón que me hace no dejar de ser quien soy.
De tantos momentos vividos, de tantos silencios compartidos, de mirarte mientras dormías. ¡Como deseaba saber si era yo el que te besaba en sueños! Te marchaste casi sin hablar, solo tus ojos me dijeron, --me voy, pero siempre viviré contigo- supe que tu adiós dejaba una brújula para que algún día volviera a encontrarte. Ahora sé que estás esperándome bailando, cantando, sonriendo a cada movimiento que la vida te regala, sé que habrás pintado un sol en la entrada de lo que será nuestro refugio, ese sol que siempre calentaba nuestros cuerpos desnudos. Mis recuerdos son un mundo colgado de todas las mañanas en las que te amé de nuevo; No dejes nunca de estar en mi memoria; ahora que ya no estás junto a mí, es cuando quiero volar hasta tu lado. Espérame, ya estoy llegando, siente como mi mano empieza a recoger tus lágrimas, caminaremos juntos por esa calle que solo se abre a los que han sentido un amor, y han dejado partir todo lo que les da la vida.
LLEVABA FLORES
El
olvido no se detuvo en su corazón, tantas imágenes acumuladas en su memoria
vaciaron de esperanza su vida. Habían pasado trece años desde que Claudia se
marchara, trece años sin una mano que agarrase sus miedos. La sensación de
vacío se adueñó de cada rincón de la casa, la risa no quiso acompañarlo cuando
más la necesitaba, los que siempre habían estado a su lado se transformaron en nombres
escritos en una agenda llena de polvo y matices grises, nadie supo responder a
su desesperanza, todo era nada; Su mirada se perdía en las cosas que ella había
tocado alguna vez. Un libro, una taza. Ese cojín que tantas veces abrazó en los
inviernos de lluvia y nieve. No sabía que preguntas hacerse para encontrar una
salida a su melancolía, su cuerpo no reaccionaba a las caricias de una soledad
vestida de siluetas desnudas. De vez en cuando releía las cartas que ella le
escribía, en ese juego que inventaron para no dejar de sentir que aún se amaban
como dos adolescentes. Recibirlas era para ellos una ventana abierta a nuevos
principios de su amor, un soplo de todas las primaveras en que se amaron en un
portal a escondidas de la gente. La risa seguía a cada lectura de esas cartas,
se decían:- somos dos locos que se aman en todos los tiempos, los que
existieron, los que existen, y la eternidad que aún nos queda-Inventaron un
lenguaje que solo ellos entendían, los gestos cargaban todos los “te quiero”
que sus bocas callaban. Eloy no dejaba que nada se escapara de esos momentos
que compartían, se preguntaban en voz alta-¿existe algún lugar donde se ame
como nos amamos nosotros?
Entre todas las cartas Eloy escogió una que
tenía dibujado en el sobre un pequeño pájaro azul. A su mente vinieron como un
torrente todos los pájaros que solían mirar juntos, les gustaba tanto
contemplar cada gesto que la naturaleza les regalaba como envuelto, en papel satinado.
No sabía qué espacio de la casa ocupar para que su memoria se sintiera
satisfecha; Después de tantos años inundando su ausencia con todo el ruido que
fuese capaz de soportar, un ruido que tamizaba su boca pidiéndole besos.
Claudia no dejó ni un solo día de sonreírle después de jugar con su boca, un
juego que acababa con sus labios fundidos, en un-“te quiero” dicho solo con la
mirada.
Al
principio de su soledad, Eloy quiso dejarlo todo atrás, la casa, la ciudad,
cada objeto que le recordara a ella, lo intento durante los primeros años. Cada
día al levantarse se prometía que ese era el último día en que amanecería en
esa casa, llego incluso a preparar maletas, cajas, todo debía ser enviado a
algún trastero donde pasaría el resto del tiempo que duraran, hasta ser solo
polvo y olvido. No lograba separarse de los objetos que aún siendo materiales,
eran trozos de piel que aún guardaban el olor que ella impregnaba en todas las
cosas. Se preguntaba-¿Cómo era posible dejar de amar a quien le escribió la
palabra amor en el alma?- Eran tantas las sombras que ya por siempre vivirían
con él, tantos los sonidos que traían el eco de su voz; De nada servía, querer
ser otro si en su intento de despegarse de lo que fueron juntos lograba perder
todo lo que sabía de su corazón enamorado.
Se sentó en el sofá que tantas veces
compartían, la ventana permanecía abierta, daba igual que el frío le calara
cada centímetro de su piel, sus ojos no querían dejar de mirar por esa ventana,
con marcos de madera verde, vestida de cortinas blancas, gastadas de tanto
abrazarse junto a ellas en cada amanecer, y en cada atardecer, esperando que la
luz de la luna les invitara a amarse, y así despacio, continuar hasta su
habitación, donde dibujar en las sabanas que ,como lienzos se dejaban llenar de
tantos besos y caricias, hasta crear un cuadro sin nombre. Sus cuerpos eran la
pintura, y su deseo el color. Sabía que recordar le dolía, pero no quería ser
alguien que no supiese cuanto duele perder a quien tanto amó. Entre las manos
acariciaba la carta, se estremecía imaginando cuantas cosas bellas le diría en
ella, dudaba si esa era la carta que debería abrir así al azar, o quizá sería
otra la que escoger. Entendió que un camino sin amor, era un camino perdido.
Por
su mente se deslizaba como una serpiente, despacio, sin ruido. Casi sin dejarle
notar su presencia, El recuerdo de los días en que no había más remedio que
separarse de ella por unas horas, cada uno debía cumplir con sus compromisos.
Las obligaciones de la vida diaria les separaban durante unas horas, les
parecía una eternidad, todos los besos que no se daban en ese tiempo se
almacenaban en sus bocas, como quien guarda agua para cuando venga la sed,
poder saciarse. Eloy no quería dejar que su memoria se poblara por otro
recuerdo que no fuese el de Claudia; La carta entre sus dedos. Sentía un
extraño latido que recorría sus manos, su corazón vivió por unos instantes
entre sus manos y la carta. Debía abrirla, quería abrirla. Sentía que quizás
era una nueva forma de dejar que ella volviera a estar de nuevo junto a él,
aunque solo fuese por un segundo. Sus ojos miraban una y otra vez el pájaro
azul, su esperanza se cargaba de ansias por creer que en ella estarían escritas
las palabras más bellas de todas cuantas se escribieron. En el exterior la
calle enmudecía, como esperando oír qué palabras eran las que llenaron aquellas
hojas blancas. Hojas que viajaron de un tiempo en el que todo sucedía con el
solo deseo de hacerse cada día más felices; Eloy dejó por un momento de ser
presente, su mente, su corazón y todo su ser se instalaron en aquel día en el
que Claudia le dejó la carta sobre la cama, para que, cuando llegara de
trabajar se la encontrase, y así causarle una sorpresa que, de nuevo le invitara
a quererla, como quien ama a quien descubre por primera vez. Cuando solo son
los ojos los que hablan. En su alma sintió un crujido, también su memoria le
hizo recordar que aquella era la única carta que no llegó a abrir, porque ella
ya se había marchado. No quiso enfrentarse a la epístola de un olvido. Dudó.
Tuvo miedo, se preguntó-¿soy un cobarde?-son tantas las cosas que nos acompañan
en el transcurso de nuestra vida, tantas las que llevamos escondidas en ese
lugar al que solo nos asomamos para decirnos-¿valió la pena?-Eloy nunca tuvo
dudas de su amor por ella, ni la imagen del vacío que le producían sus propias dudas.
Seguía sin saber si debía o no abrir la carta, temía que quizás eran palabras
distintas a las que siempre sembraron su paraíso. Palabras llenas de arañazos,
de lágrimas, de un adiós que su boca no supo pronunciar. Revivió algunos
instantes donde la pasión dio paso a un extraño silencio, silencio que invadía
ese espacio que creaban cada vez que se amaban, eran minutos, quizá solo unos
segundos vestidos de eternidad. Dudaba de si aquella carta era la prueba de que
entre ambos pudo existir algún retazo de duda, alguna palabra que no se
ofreciera vestida de pasión. Eloy se trasladó a un pasado donde eran ellos, y
el resto era la nada. Quizás la carta estaba llena de besos pintados de rojo;
sus miedos, sus noches de tantas horas sin conciliar el sueño, sus viajes a la
última vez que se vieron, donde él sintió como la boca de Claudia le besaba en
la espalda desnuda, mientras bisbiseaba-“No olvides que te querré siempre,
aunque la lluvia de las lagrimas no te dejen ver mi cara”-En aquel instante no
supo entender que significaban aquellas palabras, nada hacía sospechar que su
espalda sería el lugar donde ella escribiría el testamento de un adiós, mojado
de amor.
Desde
que decidió que aquella sería la carta que marcaría su vida, no dejaba de
elucubrar. De donde sacaría las fuerzas necesarias para seguir viviendo. Si sus
palabras rompían todo ese tiempo construido a base de amor y deseo. Eloy no
controlaba el tiempo que tenía entre sus manos, iba y venía desde el ayer hasta
el hoy, sin detenerse ni un solo instante en cual era cada uno de ellos, solo
sentía a su corazón desdibujarse, mientras la silueta de Claudia se alejaba
rozándole los dedos, en una despedida callada, sin palabras, solo hecha de un
silencio mortal. Paseo a oscuras por la casa, abrió los ojos de par en par
queriendo encontrar alguna sombra de ella reflejada en las paredes. Sus ojos
eran presas cerradas a punto de reventar, y soltar todas las lágrimas que nunca
dejó caer. Ya no quedaba ningún rincón en la casa donde pararse unos minutos a
rememorar sus vidas juntas. No soltaba la carta ni siquiera para que sus dedos
entumecidos descansaran de ese miedo a perder sus últimas palabras antes de su marcha.
Le preguntaba a su dios. ¿Sobreviviré a la melancolía? No imaginaba que quizás
solo eran palabras de un-“hasta luego”- quizás se fue, pero al querer volver no
encontró el camino de vuelta, y llevaba años perdida, asustada, sin recordar
quién era, quizás su memoria la abandonó. El sentía que nada era imposible, que
se amaban tanto que aún sin estar el uno junto al otro, su amor seguiría
construyéndose en ese lugar al que solo llegan las almas que se amaron sin
tiempo ni dimensión. Eloy era un corazón que necesitaba la pasión de su amor
para seguir latiendo. La carta comenzaba a dejar rastros de la humedad de sus
manos, creyó que ya era el momento de abrirla y enfrentarse a esas letras que
salieron de la mano de su amada Claudia. Miró el sobre durante unos segundos,
deslizó sus dedos por la parte donde el sobre se cierra acompañado por la
saliva de la boca que tantas veces besó. Lentamente, casi como quien está a
punto de realizar una operación a corazón abierto, así empezó a abrir la carta.
Al abrirla creyó sentir de nuevo el perfume de Claudia; En su interior solo
había una hoja, grande, y de color blanco, un blanco convertido por el paso de
los años en un color casi amarillo. Ya tenía la hoja entre sus manos, ya podría
saber qué misterio guardaba aquella última epístola. Se dirigió de nuevo al
sillón donde tantas veces compartieron sus días y sobre todo sus noches. Una
vez se sentó, se detuvo unos instantes apoyando sus codos sobre las piernas,
con todo el cuerpo echado hacia adelante. Miraba al suelo, cerraba y abría los
ojos, mientras a su mente llegaban una y otra vez recuerdos de ella. Besos, risas, abrazos. Silencios transformados
en escenas de una pasión solo vivida por quienes como ellos supieron amarse.
Con las dos manos agarró la hoja, su mirada se clavó en las primeras letras
escritas, y comenzó a leer:
-Amado
mío, cuando tengas entre tus manos esta carta, ya no estaré junto a ti. No supe
durante mucho tiempo como contarte lo que era inevitable. La pena no me dejaba
soltar las palabras que debía escribirte, no saber cómo sería tu mirada frente
a esta carta me angustiaba, imaginarte llorando me dejaba el alma vacía, el
corazón convertido en un caudal de tristeza y agua salada. Sé que explicarte mi
adiós sin que nuestros ojos se hablen, es como besarse sin poner el alma, el
cuerpo, la vida entera.
No
dejaré de quererte nunca, no olvidaré todas las mañanas en que amanecí entre
tus brazos, nada es más hermoso que una sonrisa tuya tras la ventana. Debo
partir, sé que no entenderás mi partida, sé que quizás me odies por no haber
tenido el valor de hablarte a la cara. Nada de lo que pienses o sientas en este
momento en que tienes entre tus manos mi carta, hará que deje de amarte como
solo tú y yo supimos amarnos. No quise que nada ajeno a nosotros agrietara,
aunque solo fuese por un segundo, lo que con tanto amor construimos; Desde hace
unos meses supe que mi vida estaba llegando a su fin, una enfermedad
traicionera empezó a llevarse poco a poco mi vida. No sé vivir si no es siendo
parte de ti, no se sé mirar las cosas que la vida me da si no es tu mirada
quien me acompaña. Debería decirte que me han dado unas pocas semanas de vida. Que
estoy rota de dolor, que odio a esta vida que me da la espalda, no entiendo
cómo puede vaciarse el mundo de quienes solo lo llenamos de nuestro amor. Qué o
quién, maneja los hilos de esta existencia, me pregunto cómo puede dejarte sin
todo lo que soy capaz de sentir cuando somos dos.
Eloy,
jamás olvidaré, esté donde esté mi corazón, que eres tú quien me enseñó la
palabra amor. Me marcho porque no soy tan valiente como para ver nuestro amor
convertirse en una compasión. Nada podrá oscurecer toda la luz que pintamos con
nuestro deseo y nuestra pasión. Te dejo esta carta para que sepas que te llevo
conmigo, que a partir de este momento seremos una eternidad, que mi ausencia
solo es física, que sigo amaneciendo en ese hueco que me dejabas en el calor de
unas sabanas llenas de amor. No quiero nada, me lo llevo todo, te dejo escrito
en tu espalda mi eterno amor. Ese beso que pintó mis labios de tu sabor.
Recuérdame siempre, porque yo siempre estaré en ti.-
Eloy abrazó la carta contra su pecho y
comenzó a llorar, lloro tanto que su mente se inundo de pena, su corazón latía
sin sonido, sus manos agarraban con tanta fuerza la carta, como intentando
sacar más palabras de su amada Claudia, quería sentirla una vez más, gritarle
que nada era imposible, que el dolor o la enfermedad no podrían separarlos nunca,
que por qué lo dejaba solo con un amor tan grande, Gritó su nombre. ¡Claudia,
Claudia vuelve! Sus ojos se cegaron del
agua de su amargura, nadie contestó a su lamento. Quedó tirado en el suelo
hecho una bola, sus miedos le decían- Ya estás en soledad, ya vives la otra
cara de un amor tan grande- Eloy quedó en silencio, solo su mano sentía vida,
la mano que aún agarraba con toda las fuerzas de las que era capaz, la carta. Así
transcurrieron unas horas, nada ni nadie llegó para abrazarle, para decirle que
un amor así no muere nunca, que sigue viviendo allá donde el corazón siente que
es acariciado por los dedos de una mano amada. Eloy se durmió acompañado por el
dolor de su soledad, y la certeza de que ella sería siempre quien lo amó y lo
seguiría amando, sin darle ni una gota de dolor. Miró a un pequeño jarrón que
había sobre la mesa, en él estaban unas flores que ese día compró para
regalarle. Siempre recordó que, cuando Claudia se marchó, él le llevaba flores.
LLEGO
LA LLUVIA
Llovía, llovía tanto
que la ciudad se desdibujó, quedó sumergida en un manto de memorias de las que
solo traen añoranzas y abatimiento, cada calle se cerraba a la llegada de
gentes que caminasen por sus aceras.
Todo era nada, nadie se
reconocía; Una mañana que pronto empezó a ser noche. Desde su ventana, Lara
observaba las gotas caer sobre todo lo que decoraba el paisaje; Coches,
edificios, gentes que deambulaban sin aparente dirección, nada lograba apartar
sus recuerdos de aquella mañana en la que su amor decidió vaciarle el corazón,
para llenarlo de esa soledad que impregna el alma hasta el fin de los días.
Habían pasado treinta años y aún sentía como su piel seguía conservando el olor
de ese último abrazo.
Los días en que la lluvia hacia acto de presencia,
las paredes de su casa se vestían de gris, las flores que adornaban los
jarrones, dejaban de oler. Los espejos
le negaban su reflejo, evitándole reconocerse sin esa parte del corazón que no nos
deja vivir sin más aire que un beso lanzado desde una calle en otoño. Así
transcurrían los días en que Lara viajaba a su deseo, eran instantes, solo
segundos, pero de una profundidad tan grande, que después de ellos necesitaba
agarrarse a cualquier detalle que la mantuviese en armonía con su entorno.
Sabía, solo de vez en
cuando que, aquel amor vivió en ella a los catorce años, pero esa edad nada le
importaba a su corazón. Construyó una existencia junto a otro hombre, tuvo
hijos, levantó su casa frente al parque donde aún daba sombra el roble que
tantas veces los cobijó, que tantas palabras de enamorado vistieron sus hojas.
En su corteza aún se podían distinguir las iniciales de sus nombres, Ella jamás
quiso dejar que una parte de sí misma, siguiera viviendo aunque solo fuese con
el deseo, en compañía de su joven amor. Seguía lloviendo y Lara seguía siendo
una viajera en el tiempo, ahora sus catorce años brotaban por cada poro de su
memoria.
De todas las emociones
que visitaban su vida, aquella era sin duda la que más la alejaba de sí misma,
o quizás, muy al contrario, la devolvía al lugar que jamás quiso abandonar. Su
vida estaba llena del amor de sus hijos y de la presencia de un marido que
ocupaba en su corazón, los huecos que la ayudaban a seguir creyendo que algún
día volvería a latir con el compás que da el amor sin mente. Sin saber por qué,
decidió buscar el antiguo diario que dejo de escribir el día que abandonó a la
niña que fue. Sabía que debía estar guardado junto a las demás cosas que nunca
queremos remover muy a menudo, si no es para dejar que una lágrima acompañe al
recuerdo de tantas vidas arrinconadas, que nos hace ser solo una imagen en cada
instante que ya pasó, ¿cómo traer del ayer esos silencios que construyeron
tantas esperanzas?; Encontró la caja donde tenía todas esas cosas que solo son
un elemento más que la vista recorre de vez en cuando, pero también un trozo del
corazón que almacenamos para no arrancar esa parte de nosotros que una vez nos
hizo tan felices, que quizás deseemos recuperar cuando las ausencias nos
golpean.
Sus manos se deslizaban lentamente por cada
objeto, por cada fotografía, las acariciaba con la pretensión de ser de nuevo
parte de aquellos días, olvidar por unos minutos su tiempo, y ser solo
sensaciones. Lara no quería abandonar esa edad que la hizo ser como es. Ahí
estaba su diario, con tapas de un color rojo intenso, y relieves con formas
abstractas, esas formas que tantas veces acarició dentro de su cama, cubierta
con una sabana que la aislaba de todo lo que no era ese amor que brotaba en
cada palabra escrita.
Se detuvo un instante
antes de abrir el diario, no estaba muy segura de si su corazón soportaría sentir
de nuevo a ese caballo que siempre cabalgó con la fuerza de una noche de amor.
Sus dedos caminaban sobre el viejo diario, sus ojos miraban a través de las
tapas, su boca sentía el dulce sabor de unos labios besados bajo ese árbol que
los resguardó del mundo exterior, allí eran solo ellos dos, nada ni nadie
existía.
Del exterior llegaba el
sonido acompasado de una lluvia convertida en música, sinfonía que despertaba
los más íntimos anhelos de sentirse abrazada de nuevo por quien tanto la amó.
Cómo nos va dejando desnudos, casi sin piel lo que tuvimos como único y al
final se convirtió en memoria de un tiempo al que nos agarrarnos cuando caemos
en el hueco de la rutina. Lara no dejaba de pensar si lo que sentía al tener
aquel diario entre las manos era real, o solo un espejismo. Quizá su mente la
estaba traicionando y solo era una extraña huida hacia un lugar en que quedó
atrapada, en esos años en los que se dejó abrazar a la luz de una luna
disfrazada de blanca inocencia.
En la calle la lluvia
dio paso a una tormenta, truenos y relámpagos iluminaban la estancia donde se
encontraba, sus ojos no dejaban de mirar fijamente al diario; Comenzó a pasar
las páginas, en cada una de ellas se detuvo a evocar cada detalle por pequeño
que este fuera, las frases escritas en esas hojas, hojas de un color amarillo
gastado por el paso del tiempo, y las arrugas del verbo amar.
Cada palabra hablaba de
besos, caricias, abrazos, sonrisas ocultas en un salón compartido con otras
gentes además de Lara y su enamorado. Dibujos de corazones, rojos de esa pasión
que nos visita solo de vez en cuando en la vida, y que muy pocas veces viene
para quedarse; Flechas que señalaban la dirección de un corazón atrapado en mil
deseos de ser para siempre su único y verdadero amor. Aún resistía ese pétalo
de la flor más hermosa que le regaló, marrón, frágil, casi etéreo, como testigo
vivo de una época en la que se lanzaron palabras salidas de un nido hecho solo
de sueños. La tinta impregnó cada hoja, siendo fiel testigo de lo profundo de
aquel amor, casi parecía que estaban bordadas.
Ella volvió a ser aquella chiquilla que liaba
su pelo entre los dedos mientras pensaba en él. La tormenta quiso detenerse por
unos instantes, el cielo se alió con Lara para regalarle unos momentos de
silencio; Entonces empezó a oír hablar a su corazón, Como un susurro, como
quien oye el canto lejano de un pájaro que se aleja junto a su bandada. Creyó
que solo eran las palabras del final de su encuentro con la niña que fue,
sintió que algo crujía en su alma, no podía abandonar lo que estaba sintiendo
al revivir aquellos recuerdos. No quería regresar a su realidad, ahora no,
quizás más tarde. Sus manos notaron un extraño calor que recorría desde las
uñas hasta el puño, no era fuego,
Era solo el calor de
unas manos que se sienten agarradas por un amante. Poco a poco, muy despacio,
pasó todas y cada una de las páginas de aquel diario, hoy convertido en memoria
de su querer más profundo; La luz que llegaba del exterior iluminaba tenuemente
la habitación, Lara sintió como si todo su cuerpo se encogiese, no quería dejar
escapar ni un solo aliento de ese instante.
Sus ojos se posaron en
la página veintiuno, tenía desde pequeña la costumbre de enumerar las hojas de
su diario, su corazón comenzó a latir con más fuerza, en la calle un suave
viento comenzó a golpear contra las puertas de su ventana; La página veintiuna,
cómo quiso el azar, que fuese en esa página donde se detuviera a leer lo que en
ella estaba escrito desde el día en que dejó de ser una niña, para convertirse
en la mujer que ahora era. De sus ojos brotaron unas lagrimas, lagrimas que
inundaron todo lo que había a su alrededor, algo aprisionó su pecho, no podía
respirar; Inspiró con fuerza y se dispuso a leer en voz alta lo que allí había
escrito, como si haciéndolo así lograra que todos supieran por qué acabo su
vida bajo el roble, cuando se secaron las hojas, y qué la convirtió en un
corazón con grietas.
Se puso de pie, agarró
el diario entre las manos y leyó:-“Hoy mi gran amor me ha dicho que debe irse a
vivir a otra ciudad, me ha dado un beso, me ha regalado una flor, y me ha
escrito este poema –“Dulce corazón que abandono sin querer, vida que me
arrancas de mi amor, no me dejes olvidarla nunca, porque ella es mi vida y mi
sol”.-
Lara lloró con más
fuerza, las nubes volvieron a cubrir el cielo, la oscuridad se aposentó en su
ventana, las lágrimas brotaron con más fuerza, en un segundo recorrió su vida
hasta ese momento, sintió unas enormes ganas de salir corriendo y gritarle a la
gente que andaba por la calle-¡Sí, amé y fui amada, y aún guardo el aroma de su
boca! Abrazó con todas sus fuerzas el diario; En el exterior se oyeron algunos
truenos, y la lluvia comenzó tímidamente a caer, sus ojos húmedos viajaron al
encuentro de los más bellos momentos vividos. Ahora comprendió lo afortunada
que era, supo que cada una de las heridas que esculpieron su corazón la
hicieron entender que nada hay en la vida como amar y ser amada.
Lara abrazó con fuerza
el diario, ahora convertido en el mapa que señalaba donde debía buscar si
alguna vez la visitaba la soledad y la melancolía. Pensó casi sin querer, donde
dejamos tantas cosas y a tantas personas que nos llenaron tanto, y ahora solo
son palabras escritas en un diario y fotografías añejas; en la calle comenzó a
llover con más fuerza, el recuerdo de aquel amor la hizo sentirse de nueva
llena, ligera, su corazón sonreía como aquella adolescente, sus brazos rodeaban
el diario como quien abraza a un amor en la despedida. Se perdió su mirada en
la lluvia que golpeaba los cristales de la ventana. Lara volvió a sonreír, ya
nada la movería de quien siempre quiso ser, una mujer que camina en compañía de
un corazón enamorado, el suyo. Y en el exterior, llegó la lluvia.
SU CORAZÓN VOLVIÓ
No tuvo suerte en el amor, ni siquiera supo reconocerlo cuando lo tuvo delante. Desde mucho tiempo atrás, imagino que el día en que llegase a su vida lo tendría claro, sabría identificar todas las señales que le enviara la persona amada, tanto había esperado, que llego un momento en que cualquier gesto por pequeño que fuese, era una evidencia de su anhelo.
Con cada sonrisa o mirada que recibía construía su mundo donde los dos compartían el romance más bello. Los días existían solo para hacer más larga su felicidad. No pensó que las emociones se han de vivir sin tiempo ni medida, solo la experiencia marca si lo que existió, fue lo que uno esperaba, o quizás no; Querer crear una vida antes de dejarla que ella misma se desarrolle siempre acaba convirtiéndose en un fracaso. Las cosas que nos pasan, son las más importantes que han de pasarnos, lo que querríamos imaginar que sucediera, solo nos trae angustia y decepción. Se lanzó a la noche buscando un abrazo, y poco a poco se le lleno el cuerpo de arañazos. Una mañana se dirigió a la estación de trenes, tenía intención de pasar el día en la playa, sin más compañía que el mar, la gente que paseaba, y sentarse en una terraza a tomar una cerveza; El viaje en tren fue relajante, nada ni nadie perturbó sus pensamientos, la visión del mar desde la ventanilla del tren, siempre le hacía sentirse etéreo, como si nada ocupase su mente más allá de la serena quietud de un mar ajeno a sus ensoñaciones. Como única compañía llevaba su diario de tapas rojas, en su interior escrito, en unas hojas ya marchitas, vivía como ausente toda su vida.
Con cada vivencia deslizaba su lápiz lleno de una memoria ajena a sus sentimientos, un lápiz que en ocasiones describía despiadadamente toda su tortura; La misma que le recordaba la soledad de su corazón.
Solo de vez en cuando, el anuncio de una nueva estación interrumpía su calma. Anotaba palabras inconexas de pequeños detalles que llamaban su atención; Un perro solitario, una mujer cargando con un bolso enorme de vistosos colores, unos jóvenes compartiendo imágenes en un teléfono portátil, un anciano sumergido en una revista. Todo y nada eran notas para su mente ávida de historias que contar. Sus ojos se posaban en las olas que rompían serenamente contra unas rocas gastadas de esperar. En este viaje depositó muchas esperanzas, quería vaciarse de un largo tiempo de espera inútil y desconsolada, decidió dejar de esperar, acordó con su corazón que ya estaba bien de llenarse de penas; Si el amor no llegaba, saldría a buscarlo, derramaría todas las esencias que habitaban en su alma, para lograr que alguien las oliera y aspirase a compartir con él un trocito de un querer que ya estaba en estado de rehabilitación.
La memoria se adentraba de vez en cuando en su esperanza, para golpearle las ilusiones que poco a poco construía para dejar atrás los fracasos de unos amores que se fueron con lágrimas y mucho silencio. Desde hacía tiempo quería iniciar un viaje, salir de esa rutina que día a día le apartaba de su deseo; Viajar en tren era para él lo más parecido a trasladarse de una situación emocional a otra, que pudiera descubrirse totalmente nueva. Repasaba las notas que había tomado, queriendo hallar algún punto de unión que le diera pie a construir una historia. Su mente estaba más pendiente de su corazón, que de una nueva ficción. El perro, la mujer, el anciano y los jóvenes, eran personajes de una vida en la que él tenía un papel protagonista, ninguno de ellos le era ajeno, tanto por lo vivido, como por la que esperaba vivir. En ese viaje hacía sí mismo, perdió la noción del tiempo, cuando el altavoz anunció la siguiente parada. Ya había llegado a su destino, curiosa palabra, destino; Se apeó del tren con la curiosidad de quién llega a un lugar extraño; Gentes de acá para allá, la mayoría con prisas, daba la sensación que aún quedaba un trecho para el lugar al que debían llegar, en estos tiempos nunca acabamos de sentirnos a gusto a donde llegamos, a veces existe la impresión que no hay paz para quienes caminan por sendas marcadas por personas que ya anduvieron antes por ellas. Nuestro hombre, sentía que caminaba a una velocidad distinta al resto, su observación de las cosas y gentes que le rodeaban, le otorgaban una serena quietud, que chocaba en ocasiones con el mundo que le rodeaba. Dentro de su mente vivían dos guerreros dispuestos para la lucha; Uno le decía, “déjalo todo y vuelve a casa”. El otro “lucha por lo que quieres” Eran una mezcla de pasado y futuro. Decidió oír a su presente. El olor a sal del mar despertó sensaciones que ya tenía casi olvidadas. Caminó por el pueblo costero, se adentro por sus calles más estrechas, se dejo invadir por ese placer que da no tener prisa, ni necesidad de llegar a ninguna parte, porque nadie te está esperando. No podía evitar que una sonrisa dibujara su expresión, se sentía muy a gusto; caminando llegó a un paseo que recorría todo el borde de la playa, buscó una terraza donde sentarse y tomar algo. Se decidió por una pequeña taberna, con aire de bar de pescadores, las mesas y sillas que ocupaban la zona del paseo eran de un color marrón gastado, con unas almohadillas azules para sentarse y estar más cómodo. Se situó en la mesa más próxima al mar, eligió el lugar donde se oían las olas rompiendo con la orilla; Un camarero entrado en años, con bigote poblado y un gran lunar en la mejilla, se acercó a preguntarle que deseaba tomar. Pidió una cerveza y unas olivas. Durante unos minutos su mirada se perdió en la inmensidad del mar en calma, ningún sonido distraía su atención, hasta que volvió el camarero a servirle su bebida y sus olivas. Ahora sí que estaba solo, ahora sí que podía escucharse a sí mismo. Era inevitable trasladarse a otros momentos donde el mar fue testigo de sus romances, todos los rostros que alguna vez amó, desfilaron por su mente. Con la calma que da no esperar nada, abrió su diario, y comenzó a escribir como se sentía en su encuentro con el mar. Como ya era costumbre, solía escribir con lápiz, nunca utilizaba bolígrafo, usar un lápiz le daba la seguridad de poder borrar lo que no le gustaba después de haberlo escrito, era como tener el poder de eliminar con una goma todo sentimiento que removiera su alma.
En el bar tenían puesta una música que llegaba suavemente, sin perturbar la tranquilidad de los sonidos de la playa, era una especie de jazz, mezclado con ese tipo de ritmo llamado “chillout”. Lo primero que escribió fueron las palabras “quiero volver a amar” a continuación su mano se paseó por las hojas del diario como una danza donde dos amantes bailan despacio, sin más sonido que los latidos de sus corazones; Creó a su alrededor una burbuja que le hacía estar ausente de todo, y de todos. Desplegó todos sus sentimientos, dejó que salieran a respirar todas esas emociones entumecidas por el desuso, que volvieran a conocer que puede haber un camino para la esperanza de quién ha decidido volver a amar. Y ahí estaban, deseosas de impregnarse por todo lo que trae consigo dejar que sea el corazón quién tome las decisiones; No daban a basto sus dedos con todo lo que quería escribir, las palabras volaban libres, las hojas se abrían a sentir ese torrente de amor hecho palabra. De vez en cuando levantaba la vista para alimentar su mirada de ese mar azul, ese horizonte convertido en destino de sus anhelos, sentía que tras aquella línea, se acercaba navegando lentamente, un pequeño velero que traía a su amor. Cada frase escrita emanaba un aroma a versos de un poeta que no sabe vivir más que para cantar las alabanzas de su querer.
Envuelto en su creación, dejó de mirar al mar y se concentró en su diario, apenas escuchaba a la gente que paseaba, ni siquiera se percató que unas nubes blancas y densas comenzaron a pintar el cielo azul; Todo lo escrito hasta ese momento describía como había sido su vida hasta ahora, quiso escribir esperanza, y solo le salía nostalgia. Levantó la vista unos minutos de su diario y dejo que de nuevo el entorno le inspirase. En ese instante su mirada se posó sobre una figura sentada en la arena, vestía un pantalón azul y una camisa blanca, tenía el pelo suelto, con el color del trigo antes de ser recolectado. Alzó el cuello intentando ver mejor como era aquella mujer, quería verle la cara, ella estaba sentada en la arena, de espaldas a la gente, su mirada se perdía en el horizonte, durante un buen rato no se movió de su postura, recostada sobre lo que parecía una toalla. Él no pudo resistir la tentación de levantarse de su silla, e intentar aproximarse más a aquella mujer para verle la cara. Dijo al camarero que le guardase el sitio y la bebida, que enseguida volvía, se acercó lo máximo que pudo, sin delatar su propósito. Al fin pude verle el rostro, ¡Dios mío! Pensó, que hermosa criatura, que reflejos de luz habitan en su rostro, que brillo emana de unos ojos del color de la miel, ojos que podrían señalar el camino a todos los navegantes, que como él, temían no poder llegar a puerto; Cuantas almas que se pierden en ese momento de la vida, donde la tristeza te empuja a no querer nada, solo sentirte triste para que sean tus lágrimas las que alivien esa sed que nace de un corazón sin memoria de lo que es amar y ser amado. Un corazón que te vuelve la espalda porque ya lo has lastimado demasiado, y no quiere darte otra oportunidad, le pides que no recuerde el dolor, que solo fueran errores de un amor novel. Quieres engañarlo, llenándolo de encuentros robados a la noche, esas mismas noches que acaban dejándote solo al amanecer. Al ver a aquella criatura tumbada sobre la playa, ausente de todo lo que la rodeaba, deseó ser arena y poder rozar su piel, se imaginó llegando en un barco de altas y blancas velas, y que esa mujer lo esperaba con cantos robados a las mismísimas sirenas, que en su día escuchase Ulises. No podía dejar pasar esa oportunidad, descendió hasta la arena, camino lentamente hasta llegar al lado de ella; Al tenerla frente a su cara, inspiró profundamente queriendo no perder ni una gota del aire que ella exhalaba, de pronto desapareció el olor a sal, solo era capaz de absorber la fragancia que desprendía aquella mujer. Cuando sus ojos al fin se encontraron, ella sonrió, él no sabía si todo lo que recorría su cuerpo era sangre, o eran chispazos de un corazón que volvía a sentirse vivo. Se acercó lo máximo que la prudencia de un encuentro entre desconocidos permite, viendo que ella no se movía de su postura, y que tampoco hacía nada por evitar el encuentro, se animó a hablarle. Casi balbuceando le dijo-hola me llamo Pablo-ella lo miró a los ojos y le contestó-¿Qué tal? Mi nombre es Marina-durante unos segundos se quedaron callados, solo hablaban sus ojos, hasta que Marina sin dejar esa sonrisa que hacía que su mirada aún fuese más hermosa le dijo-hace un rato que me he fijado en ti, te veía absorto escribiendo, y tuve curiosidad de saber que tema te podía tener tan ajeno a todo lo demás, no es que quiera ser indiscreta, pero es inevitable la curiosidad, debe ser algo muy interesante para quien escribe lograr que nada le distraiga, ni siquiera estando rodeado de gente y de un lugar tan bonito como este-Pablo no podía dejar de mirar aquellos ojos, y sin pensar demasiado en su respuesta le contestó-Estoy intentando escribir sobre lo que nos hace el corazón cuando no le damos solo amor-Marina sonrió con más fuerza, y lo invitó a sentarse junto a ella en la arena, pablo accedió de muy buena gana. Una vez sentados los dos juntos, ella se interesó más por lo que hasta ahora llevaba escrito, Él abrió su diario y poco a poco le fue dando detalles de sus pensamientos, no sabía por qué, pero tuvo la necesidad de abrir aquellas hojas y contarle pedacitos de sus sentimientos. Así estuvieron durante un largo rato, hasta que decidieron volver al bar a tomar alguna cosa, una vez sentados en la terraza, él hablaba y ella escuchaba, casi sin darse cuenta pablo esparció su alma a los pies de Marina. Así pasaron las horas, hasta que llegó el momento en que Marina debía marcharse a su casa, la esperaban para comer y no quería llegar tarde. Pablo le dijo-¿te gustaría que nos volviésemos a ver?- Ella sin dejar de mirarle a los ojos le contestó-hoy me senté en la playa, a esperar que la línea del horizonte dibujara un barco, que llegara con todo lo que mi alma anhela desde que decidí que era hora de volver a compartir mis manos, con tantos atardeceres solitarios, y has llegado tú, sí, claro que quiero volver a verte, para la tristeza y la soledad siempre hay tiempo-Pablo sintió que aquellas palabras llenaban el hueco que tanto tiempo quiso colmar. Se dijeron hasta luego, quedaron a una hora en la misma terraza; Él dejo partir a su tren de vuelta, cerró su diario y volvió a escuchar las olas del mar, la suave brisa acarició su cara. Una diminuta lágrima resbaló por su mejilla, reconoció a su corazón hablándolo otra vez de amor.
Al llegar al lugar donde las almas buscan el reposo de lo vivido, me pidieron que regresara de nuevo a terminar lo que había quedado sin la forma que quiere el Amor; Quise engañarlo disfrazándome de bufón de la mueca alegre y olvidadiza.
¡Otra vez no, pensé!
Quizás en otra vida sepa completar la tarea, no supe mirarle a los ojos sin que me delatara la historia de un sentimiento que se aloja en esa parte que no es mía, si no nuestra.
Este amor que todo lo sabe, que no deja esconderse al corazón, te recuerda que tu vida es solo sentir, que de nada sirve la piel si no se la acaricia.
Son tantos los pasos que voy dando en la misma dirección, que a veces olvido si llegué, o ya me he ido. ¿Cómo se vive lo que ya no es?
En el sitio que me estaba reservado para contemplar la luz sin perder la vista, me dejaron en unas tinieblas fugaces; Que frágil es la ternura no correspondida.
Toda la experiencia acumulada, todo el sentimiento escrito en esa parte de mi carne, que solo se muestra con el roce de una mano llena de moléculas de amor, habitaba en mí de espaldas, no me dejaba ver que parte ocupaba en el alma, que ahora quería entregar a quien me la dio para vivir la pasión.
Les implore que me dejasen descansar en un asiento sin respaldo, para no olvidar la carga que mis espaldas soportan, quería tener por toda la eternidad el peso de quien ha comprendido que nada es, sin lo más profundo y bello que envuelve la esencia humana. Quise que grabaran en mi pecho una cicatriz con forma de puerta, para que siempre estuviera abierta al amor.
Y ahora regreso con la sonrisa de la inocencia. Vendré a escribir la historia de quien supo cómo se puede vivir con el recuerdo de lo amado. No borrarán de mi la huella del que ha sabido que en su mirada van todos los “te quiero” que nunca me dijo; Vuelvo con la retina nueva, sin la espesura de la confusión que da no tener quien apuntale los versos que mi voz extraña eleva al espacio. Vuelvo para que mi libro tenga un final, y un nombre a quien escribir mi dedicatoria.
Ahora sé quién es, el que se mira en el espejo cada día, se quién tiene la labor de recuperar los sentimientos perdidos, en el intento de no ser el que ama; ¡como pude decir adiós a quien me da la vida! Tuve que aprender a morir, para saber que aunque sea en la distancia, mis versos solo tienen un alma, y esa alma es la princesa de mi castillo de cristal.
Cada vida que vivo es un refugio donde me escondo del cuerpo que me hace ser solo de ella; En mis pasos voy dejando gajos de noches sin sueño, vigilias que el amor me roba para dárselos al aire, que sin prisa llegan a susurrarle mis poemas de amante en soledad. ¿Qué pregunta no me hice? Para saber que la respuesta solo es decir ¡ábrete corazón y deja que la pasión mezcle tu sangre! Ya no me esconderé de mí, sacare a pasear mis emociones, y las gritare al viento para que lleguen envueltas en aire cálido. Con la partida hacia el lugar del que ahora vuelvo, en donde me señalaron que vivir es amar, deje sin escribir todas las poesías que hablan de lo tuyo, y de lo mío. Lo nuestro; En este instante y hasta que mi alma se evapore para volver a donde reposan los que solo son balada, tendrás cada amanecer un retazo de mis quejidos, los que en la noche lanzo a la luna para llorar mi ausencia sin un amor a quien decir- ven y miremos juntos como la mañana nos invita a seguir amándonos-.
He puesto una jaula en mi ventana, no tiene ningún pájaro, está vacía; Solo espera alguna canción que tu boca haya cantado para guardarla siempre y que todas las mañanas sea tu canto quien me despierte.
Empiezo a recordar el motivo de mi existencia, no es nada que pueda tocar, solo sé que está en un lugar escondido entre mi alegría y mi olvido.
Quisiera que mis palabras tuviesen la sencillez de un niño que juega a descubrir sus manos; Pero amarte es todo un universo y no puedo describir un sol si no tengo todas las estrellas.
En el mensaje que me dio quien no quiso retenerme en la casa de las almas, estaba la palabra “renuncia”. Pero he decidido construir mi casa desde la tierra y para eso necesito saber que soy un corazón de viaje hacia donde el amor me abrace, para no dejarme escapar jamás.
Poco a poco iré dando forma al lugar que será mi refugio y el que recibirá una mañana de abril, a esa silueta traída por el aroma de mis ansias por amarte, estés donde estés.
Cada gesto del resto de mi vida será una forma de loar tu llegada, cada mirada que lance a través de mi ventana tendrán un lugar donde posarse, será ese camino que aún no has andado, pero que ya tiene tu olor.
Déjame vaciar todo el caudal de pasión que guardo en mi creación de nuestro bosque de amor y que cada gota de roció sea agua para bañar tus manos que me acariciaran.
Soy un alma abierta a romperse por lo que será nuestro.
He barrido todo el recuerdo de mí, sin tu presencia. No quiero que ninguna señal
me haga pensar que pude ser de otra manera, alguien distinto a quien ahora empieza a entender que nunca sepa amar, hasta que te ame.
Qué fácil es perderse en la aventura de negar al amor. Ahora mi salón empieza a tener todos los muebles que decoran lo que será la estancia de nuestras horas de no decirnos nada, y sentirlo todo. No faltara la chimenea donde en las noches de invierno, el reflejo de las llamas iluminen tus ojos, ¿qué alfombra será la que rozara tu cuerpo desnudo? Como soportar que algo distinto a mis manos te acaricie.
En la pared, estarán colgados solo tres cuadros, y en cada uno de ellos, escrita una palabra que te recordara quien los colgó, “Te” en el más lejano a tu asiento, “quiero” en el que veas casi sin mirar, y “mucho” será el cuadro que cada día miraras cuando tengas alguna duda de cuanto siento por ti. La mesa será redonda, no quiero esquinas que puedan hacer más difícil mi encuentro contigo. Los demás muebles que completarán el salón, tendrán el color que confundan tus ojos cuando nos miremos, para decirnos “soy yo quien te ama”.
La cocina tendrá todos los olores que trasmina tu cuerpo, en cada tarro guardaremos la esencia que nos hace enloquecer de pasión; el resto serán condimentos que iremos creando con el sudor de nuestro cariño. Donde esté la puerta, será más pequeño por dentro, y grande por fuera, así nada escapará de nuestros encuentros, pero dejaremos entrar las alegrías, sin mirar qué las trae. Esa puerta la pintare de rojo por dentro para que sepas que es mi corazón, y será verde por fuera porque la alegría como la esperanza nace de un brote. Quiero ser toda mi vida quien cuide de esa flor tan hermosa que es nuestro amor.
Cuando el reloj marque la hora en que tengamos que subir a nuestra habitación, después de pasar esos momentos en el salón compartiendo cada segundo. Que pequeña se hará la estancia cuando la llenes con tu cuerpo, tumbada sobre el sillón, apoyando tu cabeza en mi regazo.
Acariciaré tu pelo, mientras me cuentas las historias de antiguas damas rescatadas por caballeros valientes; Cuyo único sentido de vida, es hacer felices a sus princesas deseosas de un amor eterno. Te invitaré a terminar el día unidos, mirando desde nuestra habitación ese manto de estrellas, que nos iniciará en el amor. Antes de llegar, subiremos las escaleras que peldaño a peldaño, serán un teclado de piano donde sonará una música suave, melodía sin más instrumentos que tus pies y mis ganas de besarte. Los colores de cada escalón, no serán negros o blancos, tendrán todo el matiz del arco iris; Así quiero que sea el encuentro.
Poco a poco deslizaremos nuestras manos por el resto de nuestros cuerpos. Con un salón arraigado en la tierra, lleno de tanto amor que ningún viento por fuerte que sople lo derribará, con unas escaleras que serán el camino que cada noche recorreremos, para unir el siguiente trocito de la casa que iré construyendo; Que es todo el abecedario que inventaré, para que la palabra amor tenga un significado solo para ti.
Esta es la morada que Día a día quiero, para poder vivir en un lugar que con solo mirarlo digamos- ¡hay vive el amor! Hoy descansaré, pero mañana seguiré con la construcción de este espacio, que son sentimientos de un corazón, deseoso de vivir mirando por la ventana tu llegada vida mía.
Ya hemos dejado atrás el último escalón que nos lleva a la que será nuestra habitación, El pasillo que restará por caminar hasta estar dentro, lo pintaré del color de las flores que descansan sobre un rio, suaves flotan, casi sin saber la enorme belleza de la que son portadoras. Así será el lugar donde nos iremos besando, para llenar nuestros cuerpos del deseo de ser solo uno; Tú querrás jugar a no dejarme abrazarte, mientras mis manos intentan robarte una caricia, poco a poco llegaremos a la puerta de la habitación, estará siempre abierta. El amor no necesita que lo encierren, es libre y contagioso como la risa de un niño. Al entrar por el umbral de la puerta sentiremos un calor que recorrerá nuestros cuerpos, es la pasión que ya está queriendo participar con nosotros de nuestro amor.
¡Qué maravilla será tenerte junto a mí! Al ver nuestra cama, no podremos seguir hablando, ya solo hablarán tu cuerpo y el mío, ni las sabanas, ni la almohada dejaran de envolvernos, no querrán ausentarse de vivir tanto amor. El resto de lo que viviremos y sentiremos, no es posible contártelo, hay sentimientos que solo se entienden si se viven. Seremos la palabra amor hecha carne.
Al verte junto a mí en nuestra cama, sentiré que soy un ángel que abandono su cielo para vivir cerca de lo que significa el amor, no existirá mayor gloria que abrazarte en silencio. ¿Cómo alguien puede ser feliz sin amarte?, que piel forjaron los dioses, que toda tú eres tan etérea; Sabré darte lo que aún no me has pedido, tendré siempre preparado un camino por si quieres pasear. Solo habrá oscuridad en el tejado de nuestra habitación, porque sin luz veremos las estrellas alumbrar nuestras caricias. Cada despertar tendremos un nuevo amor al que decir “te quiero”, seremos siempre tu y yo. Que loca sonrisa robaré a tu boca, que solo vivirá para besarme. No entiendo la mañana sin saberte desnuda, en la esquina de las sabanas, cansadas de amarnos; todo el alba será una luz de placer y entrega, donde los dos nos diremos sin hablar ¡Cuánto nos queda por derrochar de este amor!”
Tú tendrás prisa por vestirte, yo estaré esperando por verte ¡tan hermosa! Sé que al abrir los ojos tendré un paraíso para perderme, será tu rostro. Escapare del tiempo que no sea estar contigo, pediré al sol que adelante la noche, para volver a amarte, en ese rincón del lecho que aún no tiene tu olor.
Así construiré nuestra habitación, hecha de lo que a ti y a mí, a nosotros, nos acompañará durante el resto de lo que nos quede por amarnos. Cuando nuestra habitación esté terminada, será donde vivan todos los duendes que recojan cada gota de sudor del amor que empapará las paredes.
CARTAS PARA EVA
Quienes tuvimos en el encuentro de los años la nostalgia de pensar que dejamos deslizarse a esos amores que ya no volverán, porque fueron más un deseo del propio amor que una respuesta al imaginario de alguien; En estas cartas dirigidas a Eva, ese nombre que engloba a todos los nombres, quiero enviar un recuerdo a tantas mujeres que fueron amadas sin saberlo, por tantos hombres que cambiaron la ficción de un encuentro por la realidad de sus vidas.
Que sigan siendo esos románticos, que abandonaron en una carretera llena de gente que sigue más la supervivencia, que a sus propios corazones.
En estas cartas pretendo poner letra a lo que solo el deseo o el pensamiento, acompañarán durante toda una vida a quien dejó, o a quienes dejaron sin respuesta un amor que nunca supo que lo fue.
Carta a Eva
Querida mía, te escribo desde un lugar donde estamos los que no fuimos correspondidos en el amor. No es grande ni pequeño, solo hace algo de frío y las paredes cambian su color según como estés de ánimo ese día; Llevo mucho tiempo escribiéndote cartas de amor, pero no respondes a ninguna de ellas.
Los olvidos y lo cotidiano estarán guardados en el cajón de color verde, donde guardo todo lo que nunca verás;
Nueva carta a Eva
Amada mía, sigo esperando asomado a mi ventana, es muy pequeña apenas deja pasar un rayo de sol. Cada tarde describo con mis dedos, la forma de las nubes que caprichosamente dibujan las siluetas en que te digo lo mucho que te amo, pasan deprisa sin dejarme tiempo de construir una frase entera, la pared de mi cuarto está toda empapelada con las cartas que nunca me escribiste.
A veces en la oscuridad de la noche imagino tu risa, y toda la estancia se ilumina, no hay flores ni jarrones donde colocarlas, por eso siempre intento tener las manos abiertas para que sirvan de maceta, por si algún día en primavera llega por el aire alguna flor que hayas olido; Sabré que estuvo en tus manos porque su aroma será el de todas las flores que siempre soñé que acariciabas.
En un pedazo de la pared que hay sobre mi cama he guardado un espacio vacío, será el lugar donde pondré tu carta, el día que llegue, porque sé que llegara. Mientras tanto mi espera se transforma en ilusión de saber lo mucho que algún día me querrás; Para ese día tengo preparada la fiesta más hermosa que jamás hayan visto en todos los universos conocidos, estarán invitados todos los poemas de amor que se escribieron pensando en ti, sonaran las canciones más bellas, y no habrá ningún sonido que no diga tu nombre salido de mi boca enamorada.
Te sigo esperando, y ya no me siento, siempre estoy de pie por si al llegar tú o tu carta queréis bailar conmigo la danza de los que solo saben vivir si es amando. Escríbeme aunque solo sea para decirme que tu corazón ya ama. No te preocupes si notas algo de humedad en mi carta, no son lágrimas de tristeza, solo son gotas de roció de las mañanas en que te sueño junto a mí y no quiero despertar. Te sigo esperando con la memoria de tu rostro en mis ojos, por si algún día olvido a quien espero.
Hoy escuché a lo lejos el sonido de un tren llegando, supe que venía, no que marchaba porque su luz ilumino toda mi espera. Sentí que en su interior viajabas tú, desgajé la sabana de mi cama para hacerte una alfombra, y que tus pies pisaran la parte de mis noches en que te lloro.
Ya no sé cómo imaginarte, tengo miedo a despertar y que desaparezcas de mi deseo; A veces creo que la vida se me va de entre las manos, y corro como un loco por mi cuarto, volviendo siempre al principio de donde partí en tu busca, las palabras de amor me han abandonado.
A partir de ahora solo recibirás cartas en las que te contaré lo dichoso que soy esperando en esta sala sin reloj.
Dibujaré tu figura en mi pared para hablarte y recitarte esos poemas que tanto te gustan. Aprenderé a cantar las melodías que escuchas cuando paseas por el campo, seré viento solo para rozar tu cuerpo, mezclaré mis lágrimas con la lluvia para besar tu mejilla.
Ya no pronunciaré tu nombre para no compartirlo con el aire y que alguien lo escuche.
Te llamaré en silencio sin palabras; Siempre sabrás que soy yo, porque oirás que en ti laten dos corazones.
Hoy me siento feliz amada Eva, hace un instante pasee por la ciudad donde añoro caminar contigo de la mano, me maravilló comprobar que era igual que yo la soñé; En sus calles no habían esquinas, todas sus travesías eran como una sola, únicamente las separaban un pequeño jardín con árboles, y un banco para que los dos nos sentáramos a conversar.
Sin esquinas siempre puedo seguir viendo tu figura, y ningún recodo me hará perder de vista tu cuerpo mientras andas. No soportaría perderte de vista ni un segundo, la luna siempre sería luna llena, para que en la noche viera tu hermoso rostro; no pienses que mis palabras son escritas con tinta, sus trazos están sacados de lo más profundo de mi alma fundida por la espera de tu voz.
Hoy me siento dichoso, sé lo hermoso que es vivir en la quimera de buscarte siempre, porque mientras el aire quiera llenar mis pulmones, ahí estarás tú amada mía; Te espero en el sueño que te haga despertar con la sonrisa de saberte amada.
Hoy amaneció el día gris y lluvioso, no era mi intención escribirte, pero mi adicción a tu recuerdo no me deja ser libre; Quizás en otra vida pueda abandonarme a recibir otros deseos que no seas tú.
Me pregunto si sabré vivir sin esta esclavitud que me amarra a esperarte, si pudieses ver las cicatrices que me infrinjo para que solo yo sufra, y no llegue a ti ni una gota de dolor en esta pendiente en la que se desliza mi realidad. En tu atalaya de indiferencia sigues ansiando ese amor que un día soñaste, sin mirar hacia abajo donde yo me hallo; Sé que ya no me quedan hojas en blanco donde dejar que cabalguen las palabras que guardo en mis sentimientos.
La última hoja que me queda para ti, la llenare de una sola palabra, que repetiré como una letanía; Ya esparcí todo lo que quedaba de mi corazón, ahora tienes un vestido hecho con las astillas de sus restos. Solo me falta decirte hasta pronto, te escribiré una carta más para contarte que empiezo a ver la luz al final de este túnel que ha sido amarte.
No sé muy bien si a partir de ti, sabré encontrarme, pero debo intentar sanar las llagas de mi alma; Te deseo los más bellos sueños, y que yo no esté en ninguno de ellos, porque si me sueñas alguna vez, sabré que aún puedo construir otro corazón solo para volver a amarte.
Un adiós sin despedida para Eva
Hola Eva, Esta es mi última página de un cuento que solo existió en mi corazón; Ahora ya sé cómo vivir sin la espera del amor imaginario, desde lo más profundo de lo que anidé en tu ausencia, he aprendido a soltar las sogas que me ataban a lo que nunca fue si no mi locura.
Adiós y hasta siempre. Mi billete solo tiene dirección de ida, y hacia ese lugar parto sin más equipaje que mi alma reconstruida. Solo me queda repetir las palabras “que seas feliz eternamente”, estas son las palabras que repetiré por siempre, y con ellas relleno el resto de mi carta.
EL DIA MAS TRISTE DE TODOS
No son las horas del atardecer las más adecuadas para pensar en cosas tristes, ni siquiera teniendo como compañía a la melancolía de una ausencia, ¿Que pudo querer María decirle a su amante?, que no encontraba las palabras que definieran algo como “he dejado de amarte” Desde el verano no sentía esa llama que tanto tiempo existió, no quiso buscar demasiadas explicaciones a un desamor que llegó una noche, después de un beso sin la compañía de un silencio cómplice. No era fácil recordar en un segundo como se fue rompiendo la historia de amor más bella que jamás existió; Como se conocieron y como sus vidas acabaron tan enredadas la una con la otra, es tarea complicada de desgranar, cuando aún se están secando las huellas de un adiós callado. Ella no quiso conocerlo, y él llego después de un largo invierno perdido en sí mismo.
En una noche donde todos bailaban y se divertían, acompañados por la música y el alcohol; Sus miradas se cruzaron unas cuantas veces, ella no era muy lanzada en los caminos del enamoramiento, a él no le importaba dejarse arrastrar por una pasión, sin más compromiso que una despedida al día siguiente. Después de unas horas en el mismo lugar, acabaron sentándose el uno cerca del otro, ella fingía no tener mucho interés, y él, como ya dije, cualquier aventura le parecía una historia más, que anotar a tantas. Tras las miradas llegaron las palabras, sin demasiada convicción desgranaron una retahíla de anécdotas vestidas de risas. Casi sin darse cuenta, todo lo que les rodeaba, gentes, ruido, música...Dejo de tener una presencia en el hueco que crearon entre ellos dos.
Al principio las palabras que salían de sus bocas, eran lo más parecido a un cuento perfecto, donde no hay más desventura que una palabra sin demasiada trascendencia. Las copas y el ambiente pusieron el resto. Cuando la noche se iba convirtiendo en madrugada, decidieron salir del local a tomar el aire, y si les apetecía, pasear por una ciudad donde ya no hay más sonidos que el de los corazones acompasados por la espera de amores fugaces, o resacas cómplices. Las luces de la noche en la ciudad no iluminan, solo te recuerdan que ya es tarde para poder ver los ojos de alguien a quien puedes llegar a amar.
María aceptó salir con Sergio a dar una vuelta, no sabía muy bien por qué, pero algo había en él que le atraía mucho; Sus pasos en la calle, no sonaban, toda la ciudad perecía enmudecer cuando ellos hablaban. Sergio le contaba lo desolador que era intentar encontrar un amor en la noche, y solo tener respuesta de gentes que huyen del sentimiento,
atemorizados de saber si serán capaces o no de amar. María nunca creyó que el amor pasaría de largo junto a ella, sus sueños siempre eran los de quien espera que un amante le de todo. Recorrieron calles desiertas, solo algún coche de vez en cuando rompía ese silencio, también hubo algún que otro grupo de amigos dejándose llevar por ese aroma del alcohol asentado en sus cuerpos, unos cantaban, otros solo intentaban mantenerse en pie; Jaleando a cualquier grupo de chicas que también paseaban en la noche.
Después de un rato andando, decidieron sentarse en un banco situado cerca de una avenida, vestida con luces tenues, y la arquitectura de unos edificios engalanados de romanticismo. El lugar donde decidieron sentarse a charlar, creo alrededor de ellos un paisaje donde todas las palabras que comenzaron a decirse sonaban a declaración de amor. Él hablaba de lo mucho que había estado buscando a esa mujer que supiese escucharlo, ella colocaba cada palabra en ese espacio vacío que tanto tiempo la acompañó, y que sentía que Sergio llenaba. En un fugaz silencio, donde se produjo un compás de espera, él la besó. María no dijo nada, dejó que sus labios acompañaran ese impulso. Luego vinieron más besos, y sus manos se unieron, las miradas de ambos solo veían los ojos que tenían junto a su cara. Solo fue cuestión de tiempo y de oscuridad que acabasen abrazándose. No se percataron de que las horas habían pasado muy deprisa, aunque para ellos el tiempo era una pequeña barca, que mansamente los balancea sin lugar al que llegar.
Sergio le propuso ir a su casa a tomar una última copa, Ella accedió; No era una actitud muy propia de María, pero algo le decía que ese hombre era especial, y que quizás sería el momento de darle una oportunidad a quien le hablaba con las palabras que ella había estado esperando desde hacía mucho tiempo. Sus anteriores aventuras en el amor, solo habían querido de ella una compañía a la que tener al lado sin más. Caminaron un poco más hasta llegar a casa de Él, durante todo el trayecto, se cogieron de la mano como si se conociesen desde hace mucho tiempo, No sentían ninguno de los dos la inquietud de lo desconocido, sabían que eran algo más que dos extraños encontrándose en la noche. Al llegar al piso de Sergio, se acomodaron, él sirvió unas copas de champan, Puso una música tan suave que no tardó mucho en penetrar en sus cuerpos, provocando una vibración, que ralentizó sus movimientos, y hasta sus besos se transformaron en compases de una melodía sin notas altas, todo fue suave.
Al querer volver a decirse lo bien que lo estaban pasando, ya solo eran un cuerpo envuelto entre sabanas. Se amaran durante toda la noche, y solo los primeros rayos de sol interrumpieron esa melodía de sexo y pasión a la que se habían entregado.
Después de esa noche, hubieron muchas más, acompañados de sus días de risas y ganas de volver a la noche. María caminaba por la calle como si oyese constantemente una música en su cabeza, a Sergio cualquier lugar le recordaba que no era ese el sitio donde debía estar, si no con ella entre sus brazos amándola. Los días y las semanas pasan deprisa cuando estás junto a quien amas, y son despiadadamente lentos si no tienes esa mano a la que asirte.
Cuando quisieron darse cuenta de lo que habían construido, llego el momento de dejar paso a la mente, esa que todo lo analiza y te arranca poco a poco, del sueño del amor eterno.
Los encuentros pasaron a convertirse en citas programadas, las palabras dichas al oído sin espacio para que el aire las disolviera, enviándolas a otro lugar que no fuese ese hueco creado entre ellos. Dejaron de ir de la mano de la música, llegaban a través de un mensaje escrito en un teléfono. Aún así, sabiendo que tras la pasión llega la compañía, y que el compromiso se viste de deber, hicieron lo posible por encontrar pedacitos de ilusiones nuevas, cosas que sirviesen para que una historia de amor tan hermosa no dejara paso a un recuerdo.
Ella se fue vaciando de él, y él no se daba cuenta que sus besos ya no la transportaban al silencio, ese silencio donde solo los sentidos viven entre los labios de los dos. María recordó que siempre había sido fiel a su corazón, y si este no latía de manera distinta cuando estaba junto a Sergio, significaba que volvían a ser dos en la cama, y las sabanas les hablaban del frío de un amor apagado.
Esa tarde ella se acercó a él, que leía sentado junto a la ventana, se sentó frente a sus ojos, lo miró y le dijo-Sergio he de marcharme, estoy aquí pero mi corazón hace tiempo que se fue en busca de otra pasión-Él la miro y sin que su mirada dejara de ver sin mirar le dijo-Lo sé, hace tiempo que siento que nuestros abrazos solo son carne, entiendo que quieras marcharte, pero quiero que sepas que siempre serás ese recuerdo que traerá a mi cara una sonrisa, por lo que juntos vivimos- María se levantó, se acercó a la puerta, y sin mirar hacia atrás se fue de su vida para siempre, al bajar las escaleras, recordó ese bar lleno de silencio entre ellos, sonrió y soltó una lagrima. Volvía a sentir.