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Disfrutar de los placeres de una vida que se ofrece sin máscara

viernes, 18 de febrero de 2011

¡AY MI ABUELA!

Caminaba siempre con las manos dentro del abrigo, su ropa negra, y sus zapatos grises hacían que su tamaño pareciese más pequeño; Su pelo entre blanco y grisáceo le confería una ternura parecida a la de una caja de galletas de latón, donde sabes que siempre te dará el sabor y el azúcar que esperas de ella. Sus ojos pequeños y claros, hundidos entre las arrugas de su frente y el olvido de sus pestañas ya marchitas, aún conservaban el brillo de una niña sorprendida por la alegría; Nunca tenía una palabra de desaliento, siempre sonreía con esa boca abandonada por los dientes, Su pelo recogido en un moño imposible, dejaba ver una cara redonda y llena de surcos arados por los años y una vida dura, pero donde la sonrisa siempre venía a socorrer a la pena. De sus orejas pendían dos pendientes, que hacían que sus lóbulos se alargaran, eran pendientes de oro viejo, casi sin la forma que tuvieron en un principio. Cuando te tocaba con sus manos, tardabas horas en perder el olor de su piel limpia y suave.
Todos los días me regalaba un pastelito de crema que ella misma había amasado, un vaso de leche, o un poco de chocolate para merendar. No faltaban unas palabras, sobre que debía ser bueno, también sabía regañarme si alguna travesura cometía; Toda mi niñez y mi adolescencia pasaron por su mirada.
Aún recuerdo aquel día de septiembre, cuando celebrábamos mi cumpleaños; Todos los niños del barrio vinieron a la fiesta que había organizado. No faltaron refrescos, aperitivos y algún que otro dulce. La abuela se ocupó de preparar la tarta que sería el colofón junto con las velas para soplar, de mi fiesta. Habían pasado unas cuantas horas, todos los niños nos divertíamos bailando, jugando; Cuando ella decidió retirarse a descansar, tanto niño y tanto ajetreo, la cansaron. Me beso en la mejilla, agarrándome la cara con las dos manos. Yo le pedí que se quedara un poco más, pero ella me contestó, que se encontraba algo cansada y quería echarse un rato sobre la cama a reposar. Sin decir nada más se retiró a su habitación; Pasaron las horas y la fiesta llegaba a su fin, la mayoría de los niños se fueron yendo acompañados por sus madres, que pasaban a recogerlos. La casa era el cuadro de una batalla, el suelo lleno de papeles y manchas de bebida seca. Busque a mi abuela para besarla y darle las gracias por una tarta tan buena y tan grande; No la encontré, me dijeron mis padres que estaba dormida en su habitación, no quise escucharlos, enfadado por su ausencia me dirigí a su cuarto, entré y allí estaba tumbada sobre la cama de colcha granate, de almohadas enormes, con una mesilla llena de fotos y santos. En el cabezal una cruz, tenía una lamparilla de mesita muy pequeña, con el pie de bronce y la pantalla amarillenta del paso de los años, las cortinas del color del café con leche, una pequeña alfombra en un lateral de la cama; Un butacón con ropa doblada y un armario ropero de un marrón intenso, con tiradores dorados y diminutos. El espejo del tocador era ovalado, y en sus lados adheridos al cristal fotos de la virgen del Carmen, y del sagrado corazón de Jesús.
Me acerque muy despacio a su lado, durante unos instantes la observe sin decir nada, Su respiración era fatigosa, sus ojos parpadeaban lentamente, de vez en cuando se pasaba la lengua por los labios resecos; En ese momento abrió los ojos y me vio, me sonrió despacio casi sin abrir la boca, solo sus ojos brillaron diciéndome-Hola niño-me acerque a su lado, me senté en la cama y le cogí la mano; Ella apretó la suya con la mía. Durante unos minutos no nos dijimos nada, yo solo la miraba y ella seguía con los ojos cerrados; le pregunté-¿Qué te pasa abuela?- ella me dijo casi entre susurros-creo que voy a dormir durante mucho tiempo, el señor quiere que me vaya con él a descansar, no tiene quien le haga pasteles y está muy triste-No quise aceptar esa decisión, casi refunfuñando le contesté-que no, que ya sabes que él tiene de todo, y yo solo tengo a una abuela-ella sonrió, y en su sonrisa voló una lagrima que lentamente resbaló por su mejilla, la seque con mis manos, y continué acariciando su cara, era tan tierna, casi te podrías perder en la suavidad de su moflete, sus dedos no tenían mucha fuerza para apretar los míos, sin decirle nada me hice un hueco a su lado en la cama, me acurruqué lo máximo que pude junto a ella, puse mi cabeza apoyada en su hombro; le dije-abuela llévame contigo, si tú te vas a ver a dios quien me querrá a mi.-no digas eso me contestó, tienes a tus padres que te quieren mucho, y a tus hermanos, y además yo siempre estaré mirándote desde arriba; sabré si eres bueno o no, y como te portes mal, volveré y te regañaré-sin pensarlo le contesté-pues a partir de ahora siempre me portaré mal, así tendrás que quedarte-ella volvió a sonreír, pero esta vez su mirada dejo de existir, ya solo había una mueca de una sonrisa sin la alegría de mi abuela, la abrace con fuerza, apreté mi cabeza junto a la suya y llore sin parar gritándolo-¡no te vayas, no me dejes, él no te espera, abuela por favor dime algo, mírame estoy aquí, llévame contigo-en ese momento entró mi madre y me apartó de ella muy despacio, abrazándome y llorando conmigo, solo me quedó mirarla por última vez y decirle-ahí mi abuela cuanto te quiero!-desde ese día cuando llega la fecha de mi cumpleaños, olvidó su ausencia y le llevo flores al cementerio, jamás me acariciaron con tanta ternura.

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