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Disfrutar de los placeres de una vida que se ofrece sin máscara

viernes, 29 de julio de 2011

EL DÍA MÁS TRISTE DE TODOS


No son las horas del atardecer las más adecuadas para pensar en cosas tristes, ni siquiera teniendo como compañía a la melancolía de una ausencia, ¿Que pudo querer María decirle a su amante?, que no encontraba las palabras que definieran algo como “he dejado de amarte” Desde el verano no sentía esa llama que tanto tiempo existió, no quiso buscar demasiadas explicaciones a un desamor que llegó una noche, después de un beso sin la compañía de un silencio cómplice. No era fácil recordar en un segundo como se fue rompiendo la historia de amor más bella que jamás existió; Como se conocieron y como sus vidas acabaron tan enredadas la una con la otra, es tarea complicada de desgranar, cuando aún se están secando las huellas de un adiós callado. Ella no quiso conocerlo, y él llego después de un largo invierno perdido en sí mismo.
En una noche donde todos bailaban y se divertían, acompañados por la música y el alcohol; Sus miradas se cruzaron unas cuantas veces, ella no era muy lanzada en los caminos del enamoramiento, a él no le importaba dejarse arrastrar por una pasión, sin más compromiso que una despedida al día siguiente. Después de unas horas en el mismo lugar, acabaron sentándose el uno cerca del otro, ella fingía no tener mucho interés, y él, como ya dije, cualquier aventura le parecía una historia más, que anotar a tantas. Tras las miradas llegaron las palabras, sin demasiada convicción desgranaron una retahíla de anécdotas vestidas de risas. Casi sin darse cuenta, todo lo que les rodeaba, gentes, ruido, música...Dejo de tener una presencia en el hueco que crearon entre ellos dos.
Al principio las palabras que salían de sus bocas, eran lo más parecido a un cuento perfecto, donde no hay más desventura que una palabra sin demasiada trascendencia. Las copas y el ambiente pusieron el resto. Cuando la noche se iba convirtiendo en madrugada, decidieron salir del local a tomar el aire, y si les apetecía, pasear por una ciudad donde ya no hay más sonidos que el de los corazones acompasados por la espera de amores fugaces, o resacas cómplices. Las luces de la noche en la ciudad no iluminan, solo te recuerdan que ya es tarde para poder ver los ojos de alguien a quien puedes llegar a amar.

María aceptó salir con Sergio a dar una vuelta, no sabía muy bien por qué, pero algo había en él que le atraía mucho; Sus pasos en la calle, no sonaban, toda la ciudad perecía enmudecer cuando ellos hablaban. Sergio le contaba lo desolador que era intentar encontrar un amor en la noche, y solo tener respuesta de gentes que huyen del sentimiento,
atemorizados de saber si serán capaces o no de amar. María nunca creyó que el amor pasaría de largo junto a ella, sus sueños siempre eran los de quien espera que un amante le de todo. Recorrieron calles desiertas, solo algún coche de vez en cuando rompía ese silencio, también hubo algún que otro grupo de amigos dejándose llevar por ese aroma del alcohol asentado en sus cuerpos, unos cantaban, otros solo intentaban mantenerse en pie; Jaleando a cualquier grupo de chicas que también paseaban en la noche.
 Después de un rato andando, decidieron sentarse en un banco situado cerca de una avenida, vestida con luces tenues, y la arquitectura de unos edificios engalanados de romanticismo. El lugar donde decidieron sentarse a charlar, creo alrededor de ellos un paisaje donde todas las palabras que comenzaron a decirse sonaban a declaración de amor. Él hablaba de lo mucho que había estado buscando a esa mujer que supiese escucharlo, ella colocaba cada palabra en ese espacio vacío que tanto tiempo la acompañó, y que sentía que Sergio llenaba. En un fugaz silencio, donde se produjo un compás de espera, él la besó. María no dijo nada, dejó que sus labios acompañaran ese impulso.  Luego vinieron más besos, y sus manos se unieron, las miradas de ambos solo veían los ojos que tenían junto a su cara. Solo fue cuestión de tiempo y de oscuridad que acabasen abrazándose. No se percataron de que las horas habían pasado muy deprisa, aunque para ellos el tiempo era una pequeña barca, que mansamente los balancea sin lugar al que llegar.
Sergio le propuso ir a su casa a tomar una última copa, Ella accedió; No era una actitud muy propia de María, pero algo le decía que ese hombre era especial, y que quizás sería el momento de darle una oportunidad a quien le hablaba con las palabras que ella había estado esperando desde hacía mucho tiempo. Sus anteriores aventuras en el amor, solo habían querido de ella una compañía a la que tener al lado sin más. Caminaron un poco más hasta llegar a casa de Él, durante todo el trayecto, se cogieron de la mano como si se conociesen desde hace mucho tiempo, No sentían ninguno de los dos la inquietud de lo desconocido, sabían que eran algo más que dos extraños encontrándose en la noche. Al llegar al piso de Sergio, se acomodaron, él sirvió unas copas de champan, Puso una música tan suave que no tardó mucho en penetrar en sus cuerpos, provocando una vibración, que ralentizó sus movimientos, y hasta sus besos se transformaron en compases de una melodía sin notas altas, todo fue suave.
Al querer volver a decirse lo bien que lo estaban pasando, ya solo eran un cuerpo envuelto entre sabanas. Se amaran durante toda la noche, y solo los primeros rayos de sol interrumpieron esa melodía de sexo y pasión a la que se habían entregado.
Después de esa noche, hubieron muchas más, acompañados de sus días de risas y ganas de volver a la noche. María caminaba por la calle como si oyese constantemente una música en su cabeza, a Sergio cualquier lugar le recordaba que no era ese el sitio donde debía estar, si no con ella entre sus brazos amándola. Los días y las semanas pasan deprisa cuando estás junto a quien amas, y son despiadadamente lentos si no tienes esa mano a la que asirte.
Cuando quisieron darse cuenta de lo que habían construido, llego el momento de dejar paso a la mente, esa que todo lo analiza y te arranca poco a poco, del sueño del amor eterno.

Los encuentros pasaron a convertirse en citas programadas, las palabras dichas al oído sin espacio para que el aire las disolviera, enviándolas a otro lugar que no fuese ese hueco creado entre ellos. Dejaron de ir de la mano de la música, llegaban a través de un mensaje escrito en un teléfono. Aún así, sabiendo que tras la pasión llega la compañía, y que el compromiso se viste de deber, hicieron lo posible por encontrar pedacitos de ilusiones nuevas, cosas que sirviesen para que una historia de amor tan hermosa no dejara paso a un recuerdo.
Ella se fue vaciando de él, y él no se daba cuenta que sus besos ya no la transportaban al silencio, ese silencio donde solo los sentidos viven entre los labios de los dos. María recordó que siempre había sido fiel a su corazón, y si este no latía de manera distinta cuando estaba junto a Sergio, significaba que volvían a ser dos en la cama, y las sabanas les hablaban del frío de un amor apagado.

Esa tarde ella se acercó a él, que leía sentado junto a la ventana, se sentó frente a sus ojos, lo miró y le dijo-Sergio he de marcharme, estoy aquí pero mi corazón hace tiempo que se fue en busca de otra pasión-Él la miro y sin que su mirada dejara de ver sin mirar le dijo-Lo sé, hace tiempo que siento que nuestros abrazos solo son carne, entiendo que quieras marcharte, pero quiero que sepas que siempre serás ese recuerdo que traerá a mi cara una sonrisa, por lo que juntos vivimos- María se levantó, se acercó a la puerta, y sin mirar hacia atrás se fue de su vida para siempre, al bajar las escaleras, recordó ese bar lleno de silencio entre ellos, sonrió y soltó una lagrima. Volvía a sentir.

domingo, 24 de julio de 2011

COMO QUIERO AL AIRE

Cuando sepas que ya he llegado
Sentirás que tu cortina se balancea sin parar
Cuando quieras decirme ¡hola!
Ya tendré tu boca entre mis labios
Solo eso será el empezar
Si me dices con cara de sí, que me vaya
Te cogeré las manos y te invitaré a bailar
Si siento que tus ojos no miran a los míos
Sabré que solo quieres mi mirada
Cuando te vas de mi abrazo
Me ahogo sin ti, como quiero al aire
Tú me haces respirar debajo del agua
Tú me das las alas de mi vuelo
Tú llenas de calor mi lengua
Como quiero al aire, te invento en mi nido del árbol naranja
Aunque te cubras la cara para no besarme
Soy los hilos de seda que rozan tu boca roja
Venga mi amor, no intentes dejar de verme
Estoy a tu alrededor, amándote, como quiero al aire.


ESTA ES LA ÚLTIMA CANCIÓN QUE OIRÁS DE MI BOCA

Esta es la última canción que oirás de mi boca
Solo queda un triste recuerdo
No podré mirarte a los ojos como loca
Has destrozado mi vida
No con lágrimas
Lo digo con amargura
No supe mirar donde estaban tus dudas
Ya no tengo letras que hablen de amor
Solo compongo sonetos de mi hastiado dolor
Eras ese hombre que caminó por mi senda
Ahora no queda nada de tu escondida leyenda
Sé que no sufres por mi silencio
Desde hace mucho dejaste de oír mis ruegos
Sigo siendo la palma de esa mano que te gustaba leer
Si alguna vez vuelves a tomarla
Solo verás un vacio donde reflejabas tu luz.
Quiero llenarla de nuevos surcos hechos de esperanza
Tu ya no estás, solo eres una arruga en mi memoria.

lunes, 18 de julio de 2011

LA FELICIDAD


Que mejor paseo por la vida que disfrutar de las pequeñas cosas que nos llenan de felicidad

Sentir ese sabor tan vivo en la parte de mi boca que está hecha para llenarse de alegrías

Compartir un deseo con el color rojo de la pasión

Dejar que en mi vida mande solo mi corazón
Amarte es mi razón

CUENTO PARA SARA

La tormenta no dejaba que los caballos pudieran cruzar el puente que llevaba a la casita que había entre aquellos arboles, llenos de hojas de color rojo.

La casa era azul, y en sus ventanas colgaban enormes macetas llenas de flores amarillas, y en cada una de ellas se veían unas cortinas blancas;

Era un día muy especial,  por eso los caballos corrían tanto intentando no llegar tarde a la fiesta que se celebrara en casa de las tres hermanas princesas. Eran tan hermosas que todos los príncipes y damas  del mundo las querían conocer. Aprovecharon que una de ellas, la hermana segunda llamada” la bella Sara” celebraba su fiesta para llevarle muchos y muy bonitos regalos; En la casa también vivía la madre de las tres niñas la reina “Tina y el padre al que llamaban “el Vicentino” era un rey grande y fuerte que quería a sus tres princesas por encima de todas las cosas.

La casa que como os dije antes era toda de color azul, tenía una particularidad, sus paredes y su techo eran de cristal, y desde fuera se veía todo lo que ocurría dentro; En un día tan especial como ese, algún desconocido había robado el lindo vestido blanco que debía ponerse Sara para su fiesta.

Y todos en la ciudad buscaban desesperadamente al ladrón que se lo había llevado, pues faltaban pocas horas para el comienzo de la celebración y aún no sabían que malvado habría entrado en la casa por la noche mientras todos dormían, y se llevo por alguna de las ventanas que daban al jardín frente a un pequeño campanario, ese hermoso y blanco vestido de la princesa Sara.

Sus dos hermanas Miriam la grande y Marta la pequeña, abrazaban y le daban besos a Sara para que no se preocupase, pues sabían que pronto encontrarían su ropa.

El padre de las niñas el rey “Vicentino” decidió coger su caballo marrón y brillante y salir a la búsqueda del malvado, sabía que no andaría muy lejos, pues la tormenta no le habría permitido ir muy deprisa, debía estar cerca de los bosques donde se esconden los duendes, y las hadas buenas, seguro que todas esas maravillosas criaturas le ayudarían a detener al ladrón y poder llevar el vestido a su hija.

Desde las ventanas de la casa, las tres hermanas se asomaban esperando ver el regreso de su padre con el vestido; Todos los vecinos las veían, pues como ya os dije la casa era toda de cristal, algunos les llevaban flores de colores para que no estuvieran tristes, más de uno le regaló  canciones y caramelos para que su pena fuese algo más dulce. Mientras tanto el rey cabalgaba deprisa, preguntando a todas las criaturas del bosque si habían visto a algún hombre huir con alguna prenda de ropa entre las manos; Mirando de un lado a otro, algo llamo su atención en lo alto de un árbol, no distinguía muy bien que era aquello que brillaba sobre las ramas,  se acerco todo lo que pudo, para comprobar que era una pequeña y  presumida hada, vestida con el traje de la princesa Sara. El hada era toda brillante con unas alas pequeñitas que cuando las movía dejaba caer purpurina y trocitos de estrellas de colores.

El rey la miro fijamente a los ojos, descubriendo que eran de un color verde intenso, tan profundo que si te fijabas bien podías ver el mar, con sus olas y sus peces nadando. Dijo el rey:- Hermosa hada, ese vestido es de mi hija la princesa Sara, y has de devolvérmelo antes de que empiece su fiesta, ella está triste y toda la ciudad espera con aflicción que le traiga su traje blanco. Ella lo miro con una cierta sorpresa, sin saber por qué se lo pedía, aquel vestido desde que el hada se lo puso, su color era más blanco y más brillante, y en la cintura llevaba un pedacito de tela de color azul, que había bajado del cielo; -Amigo rey, dijo el hada-yo no he robado este vestido, solo lo he cogido prestado un día para llenarlo de todos colores que pueda llevar, para que sea el más precioso que jamás llevo una princesa tan bonita como tu hija Sara. Me fui a las montañas donde hay nieve y cogí un puñado de ella, ¡la más blanca!, después volé hasta lo más profundo del universo para que todas las estrellas me prestasen trocitos brillantes que coloqué sobre el vestido, y al final aparte unas nubes que cubrían el trozo de cielo más azul, y conseguí hacerle este cinturón. Cuando ya iba de vuelta a tu casa a llevar el vestido, un duende me detuvo y dijo:-¡¿Dónde vas hada?! Te falta el último detalle, abrió una cajita de color rojo y dentro estaban estos zapatos que son mágicos, cuando Sara se los ponga para su fiesta, no podrá dejar de sonreír y ser la niña más feliz en el día de su fiesta.