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viernes, 18 de febrero de 2011

LOS REGALOS DE NAVIDAD

Mis padres me recordaron que a las diez y media debía ir a buscar los regalos de navidad de mis dos hermanos pequeños. Para que no pudieran verlos, se dejaron guardados en un pequeño trastero, que tenían alquilado a unas tres manzanas de nuestra casa; Como yo era el mayor de los tres y esa noche mí padre tenía guardia en el ferrocarril, me tocaba a mí recogerlos y traerlos a casa sin que los dos pequeños se enteraran de la maniobra. A mis catorce años, este tipo de responsabilidades me hacía sentirme algo mayor de lo que era, y siempre aprovechaba estas situaciones para recordarles a mis hermanos que yo era el mayor.

 Después de una cena copiosa, mi madre me indico que ya era hora de ir a por los regalos, y que debía hacerlo sin que mis hermanos se percataran; Les indique que saldría unos minutos a casa de mi amigo Pascual, a saludar a sus padres por navidad y que no tardaría mucho en volver. Hacía mucho frío esa noche, así que decidí ponerme, además del abrigo y la bufanda, el gorro de lana. En la calle, el helor de la noche cortaba la cara, las luces de las calles iluminaban muy poco, o en algún caso, las bombillas estaban rotas por alguna pedrada de los niños que jugaban a comprobar quien tenía más puntería; comencé a caminar lo más deprisa que pude, no solo por el frío, estar solo en la calle, a esas horas y sin nadie, me provocaba una cierta inquietud.
 Anduve calle arriba, hasta la esquina, donde coger la avenida más ancha que me llevaría al trastero. En el momento en que doble la esquina, me pareció ver a un hombre vestido de negro y con un sombrero blanco, creí verlo entrar en una de las calles por las que debía pasar antes de llegar a mi destino. Aumente la velocidad de mis pasos, sin saber muy bien porque la presencia de aquella figura me hizo sentir miedo. Seguí caminando, y a cada dos o tres pasos giraba la cabeza, creyendo que aquel hombre estaba detrás de mí. En una de las veces que gire la cabeza, volví a ver la figura, pero esta vez en la otra acera. La visión de esa sombra era casi imperceptible, daba la sensación que aparecía y desaparecía a placer. Al caminar escuchaba unos pasos que no eran los míos, cuanto más aceleraba mi caminar más fuerte notaba esos pasos, esta vez no vi ninguna figura, ni a ningún hombre vestido de negro, solo escuchaba sus pisadas en la soledad de la noche, en esas calles, apenas sin luz y con un frío que ya comenzaba a calarme en los huesos;
Aún me faltaban dos manzanas para llegar a mi destino, y cada vez más tenía la sensación de que la distancia era enorme. Por mucho que aumentaba mi velocidad, no notaba que la distancia se acortara, Mi respiración se aceleró, y el gorro de lana comenzaba a molestarme por el calor que me provocaba. En aquel silencio creí oír a alguien que me llamaba por mi nombre, sin dejar de caminar, mire a un lado y a otro de la calle y no adivinaba a ver a nadie; Las pisadas eran cada vez más fuertes, sentía que prácticamente estaban detrás de mí, y aún me faltaba una manzana para llegar al trastero; De un portal salió un gato dando un salto y un maullido, que me hizo encogerme y dar un pequeño alarido. En ese instante, y al mismo tiempo volví a oír una voz que decía mi nombre, llamándome con un alarido salido del mismísimo abismo; No podía correr, ni sabía si debía hacerlo, metí mis manos en los bolsillos del abrigo y caminé lo más deprisa que pude, mi corazón latía a mil por hora, la noche era cada vez más oscura, el frío trajo una pequeña niebla que me impedía ver a más de dos metros de distancia; Y en ese mismo momento, cuando no veía prácticamente la calle, y el sonido de las pisadas estaban justo a mi lado, escuche la voz de un hombre que me decía-no corras, ya casi hemos llegado- comencé a correr sin mirar atrás, ni saber  si tenía a alguien cerca o no. En ese punto, ya estaba justo en la puerta de la persiana del trastero; Busque las llaves en mis bolsillos y no las encontraba por ningún lado, en uno de ellos encontré un pequeño agujero, pensé que se debían haber caído mientras corría, y con los nervios no me di cuenta de donde ocurrió. Mis manos buscaban y buscaban, sin encontrar, hasta que metidas en una pequeña doblez del bolsillo estaban las malditas llaves. Las saque lo más rápido que pude, en ese momento me faltaba el aire, y el frío casi había desaparecido. Introduje las llaves en la cerradura, mientras lo hacía volví a escuchar las pisadas, esta vez después de unas cuantas, se pararon en seco; No quise mirar detrás de mí, porque algo me decía que aquel hombre estaba justo a mis espaldas. Levanté la persiana lo más fuerte y rápido que pude, se abrió haciendo un ruido ensordecedor a esas horas de la noche, donde solo mi angustiada respiración se percibía. Al abrir la persiana, se mostro el interior del trastero, estaba completamente oscuro, no había ni un solo resquicio de luz, busque el interruptor, en el lugar que siempre estaba, mi mano recorrió la pared a oscuras, palpando, intentando notar donde se encendía la luz. Lo encontré, lo active y la luz no se encendía. La bombilla debía estar rota, decidí dejarme llevar por mi conocimiento del local, y sin luz me acerque a donde creí que estaban los paquetes, de regalos. Deje la persiana levantada, intentando que por poco que fuera alguna brizna de luz podía entrar; En ese momento mi interés por el hombre de negro, y por el sonido de una voz llamándome o hablándome paso a un segundo plano. Solo quería encontrar los regalos, cogerlos y salir corriendo de aquella situación; Al fin aparecieron los paquetes, los cogí con fuerza, me acerque a la puerta del trastero, baje la persiana, cerré con llave y me dispuse a comenzar mi vuelta a casa, cuando oí de nuevo la voz que me decía-no me dejes aquí dentro-No quise comprobar si había alguien o no dentro, comencé a correr lo más deprisa que pude, dejando atrás aquella calle, la oscuridad ya no me importaba, y el frío parecía que había desaparecido. Los paquetes de regalos pesaban un poco, pero a mí, me parecían toneladas. Ya no escuchaba las pisadas, ni veía al hombre de negro, con sombrero blanco. Y la distancia hasta mi casa era cada vez más corta, ya solo me faltaban unos pocos metros para alcanzar la puerta de mi edificio, la niebla era muy intensa, te mojaba la cara; Justo a escasos metros de mi puerta, tropecé con una de las bolsas, que era casi más grande que yo, y caí al suelo de bruces; Me levante rápidamente, y proseguí mi marcha. Ya había alcanzado mi casa, cogí las llaves para abrir la portería, las introduje en la cerradura, gire la llave, Y en ese segundo, oí de nuevo la voz que me dijo-Volveremos a vernos, feliz navidad-Entré en mi casa, deje los regalos bajo el árbol, me acerqué a mi madre a darle un abrazo, que no entendió tanta efusividad de repente. Dije- buenas noches y me embutí bajo las mantas de mi cama, hasta la hora de recibir los regalos.

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