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Disfrutar de los placeres de una vida que se ofrece sin máscara

lunes, 21 de febrero de 2011

PAULA Y SU JARDIN

Vacio el agua de todos los floreros, tiro las flores marchitas, decidió que ya había llegado el momento de cambiar el color que decoraban sus jarrones; Solía esperar a que cayeran por si solas, pero esta vez su mirada se cansó de ver tanta tristeza, Paula estaba enamorada de todo lo que respiraba, la naturaleza le regalaba tantos momentos de plenitud, que se relacionaba mejor con las plantas que con las personas.
En su búsqueda de un amor eterno, perdió todos los amores fugaces; Se adentró en un mundo de plantas, ellas colmaban todas las expectativas que tenía de lo que para ella suponía esperar, a que algo le diera satisfacción. Las regaba con la lentitud de una bailarina en un paso de minueto, dejaba que el agua cayera gota a gota, sin asustar a las hojas; Si debía podar, lo hacía pidiendo perdón a la planta, porque creía firmemente que sentían dolor cuando se les cortaba alguna hoja. Buscaba el mejor lugar en su jardín para cada una de sus plantas, verlo era entrar en un paraíso de color. Toda su ternura quedaba reflejada en el hermoso vergel que rodeaba su casa. En un pequeño cobertizo guardaba todos los utensilios que usaba para trabajar; No importaba si al volver del trabajo se sentía cansada, para sus plantas siempre había un momento para decirles que alguien se ocupaba de ellas; su vida se fue alejando de la espera de un amor imposible, lo esperó durante mucho tiempo, pero él se olvido de su dirección, no encontró como volver al camino que lo llevaba hasta Paula.
En ese mismo instante ella disfrazó su corazón de maleza, nadie volvería a podar su amor. En sus encuentros con la soledad, se reía como una joven alocada, casi parecía que nunca nadie, escribió su nombre en un poema. Creyó, que todo el que se acercaba a ella para insinuar un comienzo de algo, no importaba el que, solo pretendía sin ni siquiera saberlo, romperle todas las flores que regó con las lágrimas de un amor que no pudo dar a nadie. Era muy difícil que estuviera dispuesta a conocer gente, perdió la cuenta del tiempo que hacía que ningún hombre la abrazaba; era joven y sus facciones la hacían atractiva a los demás, No se sentía defraudada con la vida, solo temía que otra vez alguien dejara de acompañarla a pasear en primavera.
Tenía organizado el jardín de tal manera, que cada conjunto de flores estaban unidas según su color y su aroma; Cuando paseaba entre ellas extendía las manos rozándolas con las yemas de los dedos, mientras les contaba alguna novedad del día, o simplemente tarareaba alguna canción. Solía vestirse con una bata de color verde, para no desentonar con el paisaje que formaban las flores siempre que andaba entre ellas. Su pelo rojo como un amanecer, se movía suelto, era como la continuación de los pétalos de sus rosas.
Se repetía en voz alta-¡que hermosas estáis!-sonreía con el descubrimiento de un nuevo brote, y lloraba si alguna hoja o flor caía abandonada por una naturaleza desmemoriada, que cada otoño olvidaba el gran amor que tuvo con todas ellas. Mientras estaba absorta en su jardín, no evocaba la soledad de su vida. Amó todo lo que una mujer puede amar, le dio la vida entera, se vació sin saber si volvería a llenarse; No supo darse a medias, le entrego cada palmo de su alma y de su cuerpo; Él no entendió que significaba ser ese alguien a quien esperas cada día para compartir un universo de amor y pasión, prefirió la frialdad de un trabajo bien remunerado. En cada segundo que pasaba junto a sus plantas, sentía como algo se renovaba en su interior; en un rincón las azucenas, con su color blanco, que la invitaban a pasear por las noches, para oler ese aroma tan intenso que desprenden. Cuantas noches se dejo llevar por el ansía de un romance lleno de aventuras, cuantos soñadores como ella saltaron la valla, para raptarla y embarcarse en un viaje en el que solo serían ellos dos y una pasión, solo descrita por los grandes poetas; Las azucenas, caprichosas flores de su anhelo.
En el otro rincón, separadas por pedacitos de yerba fresca, habitaban como las reinas del jardín, señoras altaneras y poco amigas de nada que no tuviese que ver con un sentimiento sincero; Las rosas, esas elegantes y estiradas, compañeras fieles si les das tu corazón. Paula las miraba, los olía, las acariciaba con tanto esmero y cuidado, que sus manos parecían rozar la piel de un niño dormido. En sus ojos brotaban tímidas lágrimas, temerosas de mostrar que algo se movía en su corazón, ellas fueron en muchas ocasiones las culpables de creer a un amor que le prometió flores y solo le dejo sus traidoras espinas. Eran la memoria de su fracaso en el amor. En ellas se entretenía poco tiempo, las cuidaba tan bien como a las demás, pero no soportaba durante mucho tiempo su arrogante presencia.
En otra parte, un hermoso naranjo, ¡que olor tan especial dejaba su flor de azahar! Como le gustaba sentarse bajo su sombra, mirar como el sol iluminaba su fruto, dándole ese color brillante que invitaba a morder la naranja; Era su pequeña pasión, saber que las podía coger, pero que algo le decía que aún no era el momento. Así fueron sus años de romances, siempre vio lo que tenía delante, pero nunca se atrevió a darle ese mordisco que la hubiese llevado a los confines del deseo compartido.
 Su experiencia en el amor la volvió desconfiada, no era suficiente una herida de amor para esconderse de la posibilidad de volver a encontrarse con él; pero ella era tan sensible, que cualquier desaire la dañaba, como quien pierde ese objeto que guarda donde solo se mira de vez en cuando, para recordar que alguien nos amó. Su naranjo le hacía sentirse invadida por una pasión extraña y al mismo tiempo la reconfortaba, sabía que solo tenía que atreverse a exponer de nuevo su corazón; que prodigio tiene un corazón abrazado por unas manos enamoradas. En el contorno de sus plantas Vivian como agazapadas, hierbas de distintos colores, formas y tamaños. Eran esas criaturas que viven al cobijo de una buena tierra y alguien que las riegue; No necesitan mayor compromiso, les basta un poco de atención para seguir vivas. Paula no tenía bastante con eso, ella quería un amor entero y para siempre.
En otra parte del jardín, crecían las margaritas blancas, ¡cuantas de ellas sucumbieron a las dudas de Paula! A cada nuevo paso que daba en el amor, deshojaba una flor; No solo le preguntaba ¿me quiere, no me quiere?, algunas veces su consulta era más compleja, casi les interrogaba sobre las posibilidades de un amor difuso; ¿vendrá no vendrá?, ¿es sincero, me miente? Y así un sinfín de dudas. Las margaritas se convertían en su consejeras. Duró poco la relación, un día se marchitaron y tuvo que esperar a una nueva primavera, a que les dieran respuesta, mientras tanto optó por buscar respuestas en su corazón.
En medio de todo este jardín, que era su vida convertida en plantas, había una pequeña fuente, No era muy grande, ni tampoco tenía una forma muy especial, era hecha de piedra gris, con un surtidor en forma de calabaza, y una bandeja donde se recogía el agua que volvía una y otra vez a salir por el mismo lugar. Con el sonido del agua se entretenía horas, sin pensar en nada más.
En los momentos que pasaba en su jardín, la vida era solo una espera, cada estación le traía un nuevo impulso para no dejarse abatir por el ansia de querer compartir su vacio.
Acabado un invierno duro y frío, tomo renovadas fuerzas para que sus plantas y flores comenzasen a florecer en primavera, repitió todos los pasos que eran necesarios para que todas se sintieran queridas y cuidadas, agua, abono, tierra y mucho cariño. Una mañana se despertó con la idea de que algo nuevo debía plantar en su jardín, dudó entre distintas opciones de flores y plantas; al final se decidió por una enredadera. Son plantas que pueden servir para ocultar las partes del jardín que nos parezcan menos atractivas, Ella quiso ponerlas cerca de las rosas, no por que fuesen feas sus rosas, pero servirían para ocultar que su corazón tenía clavada la espina de un amor que no se acordó de volver a buscarla. Las enredaderas se han de asegurar muy bien para que con el paso de los años no se derrumben; Serían testigo de una soledad forjada por los años; Cada vez que la mirase recordaría que no quiso deshacerse de un recuerdo, que aunque doloroso, le traía a la memoria un amor que estuvo cerca de ella. Alguien la amo solo por un instante. Son plantas que has de colocar de manera que dirijas su crecimiento, de lo contrario se expande por todas partes del jardín. Sabiendo hacia donde crecen, tendría siempre un lugar al que dirigir sus ojos cuando la pena viniese a visitarla. Así pasaron unos años hasta que una amiga del trabajo le regalo una planta exótica traída de un país lejano, el nombre de la flor era casi impronunciable; pero sí sabía que su naturaleza era vivir muchos años, solo necesitaba luz, mucha agua y que se mantuviese lo más alejada de las demás plantas del jardín; sus raíces solían invadir las raíces de las otras plantas, hasta dejarlas secas. Paula tuvo dudas sobre si plantarla o no, pero al final decidió que no importaba ese riesgo. Si las demás querían seguir vivas, deberían espabilar y no dejarse amedrentar por quién podía dañarlas.
Se sintió identificada con esa flor, de poco le servía su belleza y sus ganas de amar, si no salía a enseñar que tenía un corazón dispuesto a que lo amaran de nuevo. Se mezclaría con los demás corazones. Prefirió que de nuevo alguien le pudiese dañar su amor, a quedarse sola en su vergel, que era como un reflejo de lo que había sido y era su vida. La planta exótica seria ella, aunque tuviese que exponerse a que alguien de nuevo podase su corazón, era preferible morir amando que vivir solo de un recuerdo que se fue. Plantó la flor extraña, la cuidó lo suficiente para que se sintiera querida, entre las demás; Todo lo que le rodeaba tomo un color diferente, las demás flores y plantas del jardín se volvieron más fuertes y resistentes, ante la amenaza de una flor extraña. Paula decidió no vivir más tiempo anclada en el recuerdo: Un día de verano Salió a pasear, con los primeros rayos del día, estaba preciosa, con una camisa blanca, y una falda azul. Su pelo recogido en una trenza, por la calle paseaba la gente, algunos hombres la miraban, otros le sonreían; Ella les devolvía la sonrisa. Sentía que algo se movía en su cuerpo; recordó a la flor exótica, extraña entre otras flores. Desde ese momento invadió el espacio que existe entre su deseo y su miedo al dolor de un fracaso. Anduvo libre y sin miedo; en esa mañana de verano alguien volvió a sonreírle, ella devolvió la sonrisa, y también la vida.

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