El
olvido no se detuvo en su corazón, tantas imágenes acumuladas en su memoria
vaciaron de esperanza su vida. Habían pasado trece años desde que Claudia se
marchara, trece años sin una mano que agarrase sus miedos. La sensación de
vacío se adueñó de cada rincón de la casa, la risa no quiso acompañarlo cuando
más la necesitaba, los que siempre habían estado a su lado se transformaron en nombres
escritos en una agenda llena de polvo y matices grises, nadie supo responder a
su desesperanza, todo era nada; Su mirada se perdía en las cosas que ella había
tocado alguna vez. Un libro, una taza. Ese cojín que tantas veces abrazó en los
inviernos de lluvia y nieve. No sabía que preguntas hacerse para encontrar una
salida a su melancolía, su cuerpo no reaccionaba a las caricias de una soledad
vestida de siluetas desnudas. De vez en cuando releía las cartas que ella le
escribía, en ese juego que inventaron para no dejar de sentir que aún se amaban
como dos adolescentes. Recibirlas era para ellos una ventana abierta a nuevos
principios de su amor, un soplo de todas las primaveras en que se amaron en un
portal a escondidas de la gente. La risa seguía a cada lectura de esas cartas,
se decían:- somos dos locos que se aman en todos los tiempos, los que
existieron, los que existen, y la eternidad que aún nos queda-Inventaron un
lenguaje que solo ellos entendían, los gestos cargaban todos los “te quiero”
que sus bocas callaban. Eloy no dejaba que nada se escapara de esos momentos
que compartían, se preguntaban en voz alta-¿existe algún lugar donde se ame
como nos amamos nosotros?
Entre todas las cartas Eloy escogió una que
tenía dibujado en el sobre un pequeño pájaro azul. A su mente vinieron como un
torrente todos los pájaros que solían mirar juntos, les gustaba tanto
contemplar cada gesto que la naturaleza les regalaba como envuelto, en papel satinado.
No sabía qué espacio de la casa ocupar para que su memoria se sintiera
satisfecha; Después de tantos años inundando su ausencia con todo el ruido que
fuese capaz de soportar, un ruido que tamizaba su boca pidiéndole besos.
Claudia no dejó ni un solo día de sonreírle después de jugar con su boca, un
juego que acababa con sus labios fundidos, en un-“te quiero” dicho solo con la
mirada.
Al
principio de su soledad, Eloy quiso dejarlo todo atrás, la casa, la ciudad,
cada objeto que le recordara a ella, lo intento durante los primeros años. Cada
día al levantarse se prometía que ese era el último día en que amanecería en
esa casa, llego incluso a preparar maletas, cajas, todo debía ser enviado a
algún trastero donde pasaría el resto del tiempo que duraran, hasta ser solo
polvo y olvido. No lograba separarse de los objetos que aún siendo materiales,
eran trozos de piel que aún guardaban el olor que ella impregnaba en todas las
cosas. Se preguntaba-¿Cómo era posible dejar de amar a quien le escribió la
palabra amor en el alma?- Eran tantas las sombras que ya por siempre vivirían
con él, tantos los sonidos que traían el eco de su voz; De nada servía querer
ser otro, si en su intento de despegarse de lo que fueron juntos lograba perder
todo lo que sabía de su corazón enamorado.
Se sentó en el sofá que tantas veces
compartían, la ventana permanecía abierta, daba igual que el frío le calara
cada centímetro de su piel, sus ojos no querían dejar de mirar por esa ventana,
con marcos de madera verde, vestida de cortinas blancas, gastadas de tanto
abrazarse junto a ellas, en cada amanecer, y en cada atardecer, esperando que
la luz de la luna les invitara a amarse, y así despacio, continuar hasta su
habitación, donde dibujar en las sabanas que ,como lienzos se dejaban llenar de
tantos besos y caricias, hasta crear un cuadro sin nombre. Sus cuerpos eran la
pintura, y su deseo el color. Sabía que recordar le dolía, pero no quería ser alguien
que no supiese cuanto duele perder a quien tanto amó. Entre las manos
acariciaba la carta, se estremecía imaginando cuantas cosas bellas le diría en
ella, dudaba si esa era la carta que debería abrir así al azar, o quizá sería
otra la que escoger. Entendió que un camino sin amor, era un camino perdido.
Por
su mente se deslizaba como una serpiente, despacio, sin ruido, casi sin dejarle
notar su presencia, El recuerdo de los días en que no había más remedio que
separarse de ella por unas horas, cada uno debía cumplir con sus compromisos.
Las obligaciones de la vida diaria les separaban durante unas horas, les
parecía una eternidad, todos los besos que no se daban en ese tiempo se
almacenaban en sus bocas, como quien guarda agua para cuando venga la sed,
poder saciarse. Eloy no quería dejar que su memoria se poblara por otro
recuerdo que no fuese el de Claudia; La carta entre sus dedos, sentía un
extraño latido que recorría sus manos, su corazón vivió por unos instantes
entre sus manos y la carta. Debía abrirla, quería abrirla. Sentía que quizás
era una nueva forma de dejar que ella volviera a estar de nuevo junto a él,
aunque solo fuese por un segundo. Sus ojos miraban una y otra vez el pájaro
azul, su esperanza se cargaba de ansias por creer que en ella estarían escritas
las palabras más bellas de todas cuantas se escribieron. En el exterior la
calle enmudecía, como esperando oír qué palabras eran las que llenaron aquellas
hojas blancas. Hojas que viajaron de un tiempo en el que todo sucedía con el
solo deseo de hacerse cada día más felices; Eloy dejó por un momento de ser
presente, su mente, su corazón y todo su ser se instalaron en aquel día en el
que Claudia le dejó la carta sobre la cama, para que cuando llegara de trabajar
se la encontrase, y así causarle una sorpresa que, de nuevo le invitara a
quererla, como quien ama a quien descubre por primera vez. Cuando solo son los
ojos los que hablan. En su alma sintió un crujido, también su memoria le hizo
recordar que aquella era la única carta que no llegó a abrir, porque ella ya se
había marchado. No quiso enfrentarse a la epístola de un olvido. Dudó. Tuvo
miedo, se preguntó-¿soy un cobarde?-son tantas las cosas que nos acompañan en
el transcurso de nuestra vida, tantas las que llevamos escondidas en ese lugar
al que solo nos asomamos para decirnos-¿valió la pena?-Eloy nunca tuvo dudas de
su amor por ella, ni la imagen del vacío que le producían sus propias dudas.
Seguía sin saber si debía o no abrir la carta, temía que quizás eran palabras
distintas a las que siempre sembraron su paraíso. Palabras llenas de arañazos,
de lágrimas, de un adiós que su boca no supo pronunciar. Revivió algunos
instantes donde la pasión dio paso a un extraño silencio, silencio que invadía
ese espacio que creaban cada vez que se amaban, eran minutos, quizá solo unos
segundos vestidos de eternidad. Dudaba de si aquella carta era la prueba de que
entre ambos pudo existir
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