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martes, 29 de julio de 2014

LLEVABA FLORES


El olvido no se detuvo en su corazón, tantas imágenes acumuladas en su memoria vaciaron de esperanza su vida. Habían pasado trece años desde que Claudia se marchara, trece años sin una mano que agarrase sus miedos. La sensación de vacío se adueñó de cada rincón de la casa, la risa no quiso acompañarlo cuando más la necesitaba, los que siempre habían estado a su lado se transformaron en nombres escritos en una agenda llena de polvo y matices grises, nadie supo responder a su desesperanza, todo era nada; Su mirada se perdía en las cosas que ella había tocado alguna vez. Un libro, una taza. Ese cojín que tantas veces abrazó en los inviernos de lluvia y nieve. No sabía que preguntas hacerse para encontrar una salida a su melancolía, su cuerpo no reaccionaba a las caricias de una soledad vestida de siluetas desnudas. De vez en cuando releía las cartas que ella le escribía, en ese juego que inventaron para no dejar de sentir que aún se amaban como dos adolescentes. Recibirlas era para ellos una ventana abierta a nuevos principios de su amor, un soplo de todas las primaveras en que se amaron en un portal a escondidas de la gente. La risa seguía a cada lectura de esas cartas, se decían:- somos dos locos que se aman en todos los tiempos, los que existieron, los que existen, y la eternidad que aún nos queda-Inventaron un lenguaje que solo ellos entendían, los gestos cargaban todos los “te quiero” que sus bocas callaban. Eloy no dejaba que nada se escapara de esos momentos que compartían, se preguntaban en voz alta-¿existe algún lugar donde se ame como nos amamos nosotros?

 Entre todas las cartas Eloy escogió una que tenía dibujado en el sobre un pequeño pájaro azul. A su mente vinieron como un torrente todos los pájaros que solían mirar juntos, les gustaba tanto contemplar cada gesto que la naturaleza les regalaba como envuelto, en papel satinado. No sabía qué espacio de la casa ocupar para que su memoria se sintiera satisfecha; Después de tantos años inundando su ausencia con todo el ruido que fuese capaz de soportar, un ruido que tamizaba su boca pidiéndole besos. Claudia no dejó ni un solo día de sonreírle después de jugar con su boca, un juego que acababa con sus labios fundidos, en un-“te quiero” dicho solo con la mirada.

Al principio de su soledad, Eloy quiso dejarlo todo atrás, la casa, la ciudad, cada objeto que le recordara a ella, lo intento durante los primeros años. Cada día al levantarse se prometía que ese era el último día en que amanecería en esa casa, llego incluso a preparar maletas, cajas, todo debía ser enviado a algún trastero donde pasaría el resto del tiempo que duraran, hasta ser solo polvo y olvido. No lograba separarse de los objetos que aún siendo materiales, eran trozos de piel que aún guardaban el olor que ella impregnaba en todas las cosas. Se preguntaba-¿Cómo era posible dejar de amar a quien le escribió la palabra amor en el alma?- Eran tantas las sombras que ya por siempre vivirían con él, tantos los sonidos que traían el eco de su voz; De nada servía querer ser otro, si en su intento de despegarse de lo que fueron juntos lograba perder todo lo que sabía de su corazón enamorado.

 Se sentó en el sofá que tantas veces compartían, la ventana permanecía abierta, daba igual que el frío le calara cada centímetro de su piel, sus ojos no querían dejar de mirar por esa ventana, con marcos de madera verde, vestida de cortinas blancas, gastadas de tanto abrazarse junto a ellas, en cada amanecer, y en cada atardecer, esperando que la luz de la luna les invitara a amarse, y así despacio, continuar hasta su habitación, donde dibujar en las sabanas que ,como lienzos se dejaban llenar de tantos besos y caricias, hasta crear un cuadro sin nombre. Sus cuerpos eran la pintura, y su deseo el color. Sabía que recordar le dolía, pero no quería ser alguien que no supiese cuanto duele perder a quien tanto amó. Entre las manos acariciaba la carta, se estremecía imaginando cuantas cosas bellas le diría en ella, dudaba si esa era la carta que debería abrir así al azar, o quizá sería otra la que escoger. Entendió que un camino sin amor, era un camino perdido.

Por su mente se deslizaba como una serpiente, despacio, sin ruido, casi sin dejarle notar su presencia, El recuerdo de los días en que no había más remedio que separarse de ella por unas horas, cada uno debía cumplir con sus compromisos. Las obligaciones de la vida diaria les separaban durante unas horas, les parecía una eternidad, todos los besos que no se daban en ese tiempo se almacenaban en sus bocas, como quien guarda agua para cuando venga la sed, poder saciarse. Eloy no quería dejar que su memoria se poblara por otro recuerdo que no fuese el de Claudia; La carta entre sus dedos, sentía un extraño latido que recorría sus manos, su corazón vivió por unos instantes entre sus manos y la carta. Debía abrirla, quería abrirla. Sentía que quizás era una nueva forma de dejar que ella volviera a estar de nuevo junto a él, aunque solo fuese por un segundo. Sus ojos miraban una y otra vez el pájaro azul, su esperanza se cargaba de ansias por creer que en ella estarían escritas las palabras más bellas de todas cuantas se escribieron. En el exterior la calle enmudecía, como esperando oír qué palabras eran las que llenaron aquellas hojas blancas. Hojas que viajaron de un tiempo en el que todo sucedía con el solo deseo de hacerse cada día más felices; Eloy dejó por un momento de ser presente, su mente, su corazón y todo su ser se instalaron en aquel día en el que Claudia le dejó la carta sobre la cama, para que cuando llegara de trabajar se la encontrase, y así causarle una sorpresa que, de nuevo le invitara a quererla, como quien ama a quien descubre por primera vez. Cuando solo son los ojos los que hablan. En su alma sintió un crujido, también su memoria le hizo recordar que aquella era la única carta que no llegó a abrir, porque ella ya se había marchado. No quiso enfrentarse a la epístola de un olvido. Dudó. Tuvo miedo, se preguntó-¿soy un cobarde?-son tantas las cosas que nos acompañan en el transcurso de nuestra vida, tantas las que llevamos escondidas en ese lugar al que solo nos asomamos para decirnos-¿valió la pena?-Eloy nunca tuvo dudas de su amor por ella, ni la imagen del vacío que le producían sus propias dudas. Seguía sin saber si debía o no abrir la carta, temía que quizás eran palabras distintas a las que siempre sembraron su paraíso. Palabras llenas de arañazos, de lágrimas, de un adiós que su boca no supo pronunciar. Revivió algunos instantes donde la pasión dio paso a un extraño silencio, silencio que invadía ese espacio que creaban cada vez que se amaban, eran minutos, quizá solo unos segundos vestidos de eternidad. Dudaba de si aquella carta era la prueba de que entre ambos pudo existir

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