Llovía, llovía tanto
que la ciudad se desdibujó, quedó sumergida en un manto de memorias de las que
solo traen añoranzas y abatimiento, cada calle se cerraba a la llegada de
gentes que caminasen por sus aceras.
Todo era nada, nadie se
reconocía; Una mañana que pronto empezó a ser noche. Desde su ventana, Lara
observaba las gotas caer sobre todo lo que decoraba el paisaje; Coches,
edificios, gentes que deambulaban sin aparente dirección, nada lograba apartar
sus recuerdos de aquella mañana en la que su amor decidió vaciarle el corazón,
para llenarlo de esa soledad que impregna el alma hasta el fin de los días.
Habían pasado treinta años y aún sentía como su piel seguía conservando el olor
de ese último abrazo.
Los días en que la lluvia hacia acto de presencia,
las paredes de su casa se vestían de gris, las flores que adornaban los
jarrones, dejaban de oler. Los espejos
le negaban su reflejo, evitándole reconocerse sin esa parte del corazón que no nos
deja vivir sin más aire que un beso lanzado desde una calle en otoño. Así
transcurrían los días en que Lara viajaba a su deseo, eran instantes, solo
segundos, pero de una profundidad tan grande, que después de ellos necesitaba
agarrarse a cualquier detalle que la mantuviese en armonía con su entorno.
Sabía, solo de vez en
cuando que, aquel amor vivió en ella a los catorce años, pero esa edad nada le
importaba a su corazón. Construyó una existencia junto a otro hombre, tuvo
hijos, levantó su casa frente al parque donde aún daba sombra el roble que
tantas veces los cobijó, que tantas palabras de enamorado vistieron sus hojas.
En su corteza aún se podían distinguir las iniciales de sus nombres, Ella jamás
quiso dejar que una parte de sí misma, siguiera viviendo aunque solo fuese con
el deseo, en compañía de su joven amor. Seguía lloviendo y Lara seguía siendo
una viajera en el tiempo, ahora sus catorce años brotaban por cada poro de su
memoria.
De todas las emociones
que visitaban su vida, aquella era sin duda la que más la alejaba de sí misma,
o quizás, muy al contrario, la devolvía al lugar que jamás quiso abandonar. Su
vida estaba llena del amor de sus hijos y de la presencia de un marido que
ocupaba en su corazón, los huecos que la ayudaban a seguir creyendo que algún
día volvería a latir con el compás que da el amor sin mente. Sin saber por qué,
decidió buscar el antiguo diario que dejo de escribir el día que abandonó a la
niña que fue. Sabía que debía estar guardado junto a las demás cosas que nunca
queremos remover muy a menudo, si no es para dejar que una lágrima acompañe al
recuerdo de tantas vidas arrinconadas, que nos hace ser solo una imagen en cada
instante que ya pasó, ¿cómo traer del ayer esos silencios que construyeron
tantas esperanzas?; Encontró la caja donde tenía todas esas cosas que solo son
un elemento más que la vista recorre de vez en cuando, pero también un trozo del
corazón que almacenamos para no arrancar esa parte de nosotros que una vez nos
hizo tan felices, que quizás deseemos recuperar cuando las ausencias nos
golpean.
Sus manos se deslizaban lentamente por cada
objeto, por cada fotografía, las acariciaba con la pretensión de ser de nuevo
parte de aquellos días, olvidar por unos minutos su tiempo, y ser solo
sensaciones. Lara no quería abandonar esa edad que la hizo ser como es. Ahí
estaba su diario, con tapas de un color rojo intenso, y relieves con formas
abstractas, esas formas que tantas veces acarició dentro de su cama, cubierta
con una sabana que la aislaba de todo lo que no era ese amor que brotaba en
cada palabra escrita.
Se detuvo un instante
antes de abrir el diario, no estaba muy segura de si su corazón soportaría sentir
de nuevo a ese caballo que siempre cabalgó con la fuerza de una noche de amor.
Sus dedos caminaban sobre el viejo diario, sus ojos miraban a través de las
tapas, su boca sentía el dulce sabor de unos labios besados bajo ese árbol que
los resguardó del mundo exterior, allí eran solo ellos dos, nada ni nadie
existía.
Del exterior llegaba el
sonido acompasado de una lluvia convertida en música, sinfonía que despertaba
los más íntimos anhelos de sentirse abrazada de nuevo por quien tanto la amó.
Cómo nos va dejando desnudos, casi sin piel lo que tuvimos como único y al
final se convirtió en memoria de un tiempo al que nos agarrarnos cuando caemos
en el hueco de la rutina. Lara no dejaba de pensar si lo que sentía al tener
aquel diario entre las manos era real, o solo un espejismo. Quizá su mente la
estaba traicionando y solo era una extraña huida hacia un lugar en que quedó
atrapada, en esos años en los que se dejó abrazar a la luz de una luna
disfrazada de blanca inocencia.
En la calle la lluvia
dio paso a una tormenta, truenos y relámpagos iluminaban la estancia donde se
encontraba, sus ojos no dejaban de mirar fijamente al diario; Comenzó a pasar
las páginas, en cada una de ellas se detuvo a evocar cada detalle por pequeño
que este fuera, las frases escritas en esas hojas, hojas de un color amarillo
gastado por el paso del tiempo, y las arrugas del verbo amar.
Cada palabra hablaba de
besos, caricias, abrazos, sonrisas ocultas en un salón compartido con otras
gentes además de Lara y su enamorado. Dibujos de corazones, rojos de esa pasión
que nos visita solo de vez en cuando en la vida, y que muy pocas veces viene
para quedarse; Flechas que señalaban la dirección de un corazón atrapado en mil
deseos de ser para siempre su único y verdadero amor. Aún resistía ese pétalo
de la flor más hermosa que le regaló, marrón, frágil, casi etéreo, como testigo
vivo de una época en la que se lanzaron palabras salidas de un nido hecho solo
de sueños. La tinta impregnó cada hoja, siendo fiel testigo de lo profundo de
aquel amor, casi parecía que estaban bordadas.
Ella volvió a ser aquella chiquilla que liaba
su pelo entre los dedos mientras pensaba en él. La tormenta quiso detenerse por
unos instantes, el cielo se alió con Lara para regalarle unos momentos de
silencio; Entonces empezó a oír hablar a su corazón, Como un susurro, como
quien oye el canto lejano de un pájaro que se aleja junto a su bandada. Creyó
que solo eran las palabras del final de su encuentro con la niña que fue,
sintió que algo crujía en su alma, no podía abandonar lo que estaba sintiendo
al revivir aquellos recuerdos. No quería regresar a su realidad, ahora no,
quizás más tarde. Sus manos notaron un extraño calor que recorría desde las
uñas hasta el puño, no era fuego,
Era solo el calor de
unas manos que se sienten agarradas por un amante. Poco a poco, muy despacio,
pasó todas y cada una de las páginas de aquel diario, hoy convertido en memoria
de su querer más profundo; La luz que llegaba del exterior iluminaba tenuemente
la habitación, Lara sintió como si todo su cuerpo se encogiese, no quería dejar
escapar ni un solo aliento de ese instante.
Sus ojos se posaron en
la página veintiuno, tenía desde pequeña la costumbre de enumerar las hojas de
su diario, su corazón comenzó a latir con más fuerza, en la calle un suave
viento comenzó a golpear contra las puertas de su ventana; La página veintiuna,
cómo quiso el azar, que fuese en esa página donde se detuviera a leer lo que en
ella estaba escrito desde el día en que dejó de ser una niña, para convertirse
en la mujer que ahora era. De sus ojos brotaron unas lagrimas, lagrimas que
inundaron todo lo que había a su alrededor, algo aprisionó su pecho, no podía
respirar; Inspiró con fuerza y se dispuso a leer en voz alta lo que allí había
escrito, como si haciéndolo así lograra que todos supieran por qué acabo su
vida bajo el roble, cuando se secaron las hojas, y qué la convirtió en un
corazón con grietas.
Se puso de pie, agarró
el diario entre las manos y leyó:-“Hoy mi gran amor me ha dicho que debe irse a
vivir a otra ciudad, me ha dado un beso, me ha regalado una flor, y me ha
escrito este poema –“Dulce corazón que abandono sin querer, vida que me
arrancas de mi amor, no me dejes olvidarla nunca, porque ella es mi vida y mi
sol”.-
Lara lloró con más
fuerza, las nubes volvieron a cubrir el cielo, la oscuridad se aposentó en su
ventana, las lágrimas brotaron con más fuerza, en un segundo recorrió su vida
hasta ese momento, sintió unas enormes ganas de salir corriendo y gritarle a la
gente que andaba por la calle-¡Sí, amé y fui amada, y aún guardo el aroma de su
boca! Abrazó con todas sus fuerzas el diario; En el exterior se oyeron algunos
truenos, y la lluvia comenzó tímidamente a caer, sus ojos húmedos viajaron al
encuentro de los más bellos momentos vividos. Ahora comprendió lo afortunada
que era, supo que cada una de las heridas que esculpieron su corazón la
hicieron entender que nada hay en la vida como amar y ser amada.
Lara abrazó con fuerza
el diario, ahora convertido en el mapa que señalaba donde debía buscar si
alguna vez la visitaba la soledad y la melancolía. Pensó casi sin querer, donde
dejamos tantas cosas y a tantas personas que nos llenaron tanto, y ahora solo
son palabras escritas en un diario y fotografías añejas; en la calle comenzó a
llover con más fuerza, el recuerdo de aquel amor la hizo sentirse de nueva
llena, ligera, su corazón sonreía como aquella adolescente, sus brazos rodeaban
el diario como quien abraza a un amor en la despedida. Se perdió su mirada en
la lluvia que golpeaba los cristales de la ventana. Lara volvió a sonreír, ya
nada la movería de quien siempre quiso ser, una mujer que camina en compañía de
un corazón enamorado, el suyo. Y en el exterior, llegó la lluvia.
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