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Disfrutar de los placeres de una vida que se ofrece sin máscara

domingo, 15 de enero de 2012

SU CORAZON VOLVIÓ

No tuvo suerte en el amor, ni siquiera supo reconocerlo cuando lo tuvo delante. Desde mucho tiempo atrás, imagino que el día en que llegase a su vida lo tendría claro, sabría identificar todas las señales que le enviara la persona amada, tanto había esperado, que llego un momento en que cualquier gesto por pequeño que fuese, era una evidencia de su anhelo.

Con cada sonrisa o mirada que recibía construía su mundo donde los dos compartían el romance más bello. Los días existían solo para hacer más larga su felicidad. No pensó que las emociones se han de vivir sin tiempo ni medida, solo la experiencia marca si lo que existió, fue lo que uno esperaba, o quizás no; Querer crear una vida antes de dejarla que ella misma se desarrolle siempre acaba convirtiéndose en un fracaso. Las cosas que nos pasan, son las más importantes que han de pasarnos, lo que querríamos imaginar que sucediera, solo nos trae angustia y decepción. Se lanzó a la noche buscando un abrazo, y poco a poco se le lleno el cuerpo de arañazos. Una mañana se dirigió a la estación de trenes, tenía intención de pasar el día en la playa, sin más compañía que el mar, la gente que paseaba, y sentarse en una terraza a tomar una cerveza; El viaje en tren fue relajante, nada ni nadie perturbó sus pensamientos, la visión del mar desde la ventanilla del tren, siempre le hacía sentirse etéreo, como si nada ocupase su mente más allá de la serena quietud de un mar ajeno a sus ensoñaciones. Como única compañía llevaba su diario de tapas rojas, en su interior escrito, en unas hojas ya marchitas, vivía como ausente toda su vida.

Con cada vivencia deslizaba su lápiz lleno de una memoria ajena a sus sentimientos, un lápiz que en ocasiones describía despiadadamente toda su tortura; La misma que le recordaba la soledad de su corazón.

Solo de vez en cuando, el anuncio de una nueva estación interrumpía su calma. Anotaba palabras inconexas de pequeños detalles que llamaban su atención; Un perro solitario, una mujer cargando con un bolso enorme de vistosos colores, unos jóvenes compartiendo imágenes en un teléfono portátil, un anciano sumergido en una revista. Todo y nada eran notas para su mente ávida de historias que contar. Sus ojos se posaban en las olas que rompían serenamente contra unas rocas gastadas de esperar. En este viaje depositó muchas esperanzas, quería vaciarse de un largo tiempo de espera inútil y desconsolada, decidió dejar de esperar, acordó con su corazón que ya estaba bien de llenarse de penas; Si el amor no llegaba, saldría a buscarlo, derramaría todas las esencias que habitaban en su alma, para lograr que alguien las oliera y aspirase a compartir con él un trocito de un querer que ya estaba en estado de rehabilitación.

La memoria se adentraba de vez en cuando en su esperanza, para golpearle las ilusiones que poco a poco construía para dejar atrás los fracasos de unos amores que se fueron con lágrimas y mucho silencio. Desde hacía tiempo quería iniciar un viaje, salir de esa rutina que día a día le apartaba de su deseo; Viajar en tren era para él lo más parecido a trasladarse de una situación emocional a otra, que pudiera descubrirse totalmente nueva. Repasaba las notas que había tomado, queriendo hallar algún punto de unión que le diera pie a construir una historia. Su mente estaba más pendiente de su corazón, que de una nueva ficción. El perro, la mujer, el anciano y los jóvenes, eran personajes de una vida en la que él tenía un papel protagonista, ninguno de ellos le era ajeno, tanto por lo vivido, como por la que esperaba vivir. En ese viaje hacía sí mismo, perdió la noción del tiempo, cuando el altavoz anunció la siguiente parada. Ya había llegado a su destino, curiosa palabra, destino; Se apeó del tren con la curiosidad de quién llega a un lugar extraño; Gentes de acá para allá, la mayoría con prisas, daba la sensación que aún quedaba un trecho para el lugar al que debían llegar, en estos tiempos nunca acabamos de sentirnos a gusto a donde llegamos, a veces existe la impresión que no hay paz para quienes caminan por sendas marcadas por personas que ya anduvieron antes por ellas. Nuestro hombre, sentía que caminaba a una velocidad distinta al resto, su observación de las cosas y gentes que le rodeaban, le otorgaban una serena quietud, que chocaba en ocasiones con el mundo que le rodeaba. Dentro de su mente vivían dos guerreros dispuestos para la lucha; Uno le decía, “déjalo todo y vuelve a casa”. El otro “lucha por lo que quieres” Eran una mezcla de pasado y futuro. Decidió oír a su presente.  El olor a sal del mar despertó sensaciones que ya tenía casi olvidadas. Caminó por el pueblo costero, se adentro por sus calles más estrechas, se dejo invadir por ese placer que da no tener prisa, ni necesidad de llegar a ninguna parte, porque nadie te está esperando. No podía evitar que una sonrisa dibujara su expresión, se sentía muy a gusto; caminando llegó a un paseo que recorría todo el borde de la playa, buscó una terraza donde sentarse y tomar algo. Se decidió por una pequeña taberna, con aire de bar de pescadores, las mesas y sillas que ocupaban la zona del paseo eran de un color marrón gastado, con unas almohadillas azules para sentarse y estar más cómodo. Se situó en la mesa más próxima al mar, eligió el lugar donde se oían las olas rompiendo con la orilla; Un camarero entrado en años, con bigote poblado y un gran lunar en la mejilla, se acercó a preguntarle que deseaba tomar. Pidió una cerveza y unas olivas. Durante unos minutos su mirada se perdió en la inmensidad del mar en calma, ningún sonido distraía su atención, hasta que volvió el camarero a servirle su bebida y sus olivas. Ahora sí que estaba solo, ahora sí que podía escucharse a sí mismo. Era inevitable trasladarse a otros momentos donde el mar fue testigo de sus romances, todos los rostros que alguna vez amó, desfilaron por su mente. Con la calma que da no esperar nada, abrió su diario, y comenzó a escribir como se sentía en su encuentro con el mar. Como ya era costumbre, solía escribir con lápiz, nunca utilizaba bolígrafo, usar un lápiz le daba la seguridad de poder borrar lo que no le gustaba después de haberlo escrito, era como tener el poder de eliminar con una goma todo sentimiento que removiera su alma.

En el bar tenían puesta una música que llegaba suavemente, sin perturbar la tranquilidad de los sonidos de la playa, era una especie de jazz, mezclado con ese tipo de ritmo llamado “chillout”. Lo primero que escribió fueron las palabras “quiero volver a amar” a continuación su mano se paseó por las hojas del diario como una danza donde dos amantes bailan despacio, sin más sonido que los latidos de sus corazones; Creó a su alrededor una burbuja que le hacía estar ausente de todo, y de todos. Desplegó todos sus sentimientos, dejó que salieran a respirar todas esas emociones entumecidas por el desuso, que volvieran a conocer que puede haber un camino para la esperanza de quién ha decidido volver a amar. Y ahí estaban, deseosas de impregnarse por todo lo que trae consigo dejar que sea el corazón quién tome las decisiones; No daban a basto sus dedos con todo lo que quería escribir, las palabras volaban libres, las hojas se abrían a sentir ese torrente de amor hecho palabra. De vez en cuando levantaba la vista para alimentar su mirada de ese mar azul, ese horizonte convertido en destino de sus anhelos, sentía que tras aquella línea, se acercaba navegando lentamente, un pequeño velero que traía a su amor. Cada frase escrita emanaba un aroma a versos de un poeta que no sabe vivir más que para cantar las alabanzas de su querer.

Envuelto en su creación, dejó de mirar al mar y se concentró en su diario, apenas escuchaba a la gente que paseaba, ni siquiera se percató que unas nubes blancas y densas comenzaron a pintar el cielo azul; Todo lo escrito hasta ese momento describía como había sido su vida hasta ahora, quiso escribir esperanza, y solo le salía nostalgia. Levantó la vista unos minutos de su diario y dejo que de nuevo el entorno le inspirase. En ese instante su mirada se posó sobre una figura sentada en la arena, vestía un pantalón azul y una camisa blanca, tenía el pelo suelto, con el color del trigo antes de ser recolectado. Alzó el cuello intentando ver mejor como era aquella mujer, quería verle la cara, ella estaba sentada en la arena, de espaldas a la gente, su mirada se perdía en el horizonte, durante un buen rato no se movió de su postura, recostada sobre lo que parecía una toalla. Él no pudo resistir la tentación de levantarse de su silla, e intentar aproximarse más a aquella mujer para verle la cara. Dijo al camarero que le guardase el sitio y la bebida, que enseguida volvía, se acercó lo máximo que pudo, sin delatar su propósito. Al fin pude verle el rostro, ¡Dios mío! Pensó, que hermosa criatura, que reflejos de luz habitan en su rostro, que brillo emana de unos ojos del color de la miel, ojos que podrían señalar el camino a todos los navegantes, que como él, temían no poder llegar a puerto; Cuantas almas que se pierden en ese momento de la vida, donde la tristeza te empuja a no querer nada, solo sentirte triste para que sean tus lágrimas las que alivien esa sed que nace de un corazón sin memoria de lo que es amar y ser amado. Un corazón que te vuelve la espalda porque ya lo has lastimado demasiado, y no quiere darte otra oportunidad, le pides que no recuerde el dolor, que solo fueran errores de un amor novel. Quieres engañarlo, llenándolo de encuentros robados a la noche, esas mismas noches que acaban dejándote solo al amanecer. Al ver a aquella criatura tumbada sobre la playa, ausente de todo lo que la rodeaba, deseó ser arena y poder rozar su piel, se imaginó llegando en un barco de altas y blancas velas, y que esa mujer lo esperaba con cantos robados a las mismísimas sirenas, que en su día escuchase Ulises. No podía dejar pasar esa oportunidad, descendió hasta la arena, camino lentamente hasta llegar al lado de ella; Al tenerla frente a su cara, inspiró profundamente queriendo no perder ni una gota del aire que ella exhalaba, de pronto desapareció el olor a sal, solo era capaz de absorber la fragancia que desprendía aquella mujer. Cuando sus ojos al fin se encontraron, ella sonrió, él no sabía si todo lo que recorría su cuerpo era sangre, o eran chispazos de un corazón que volvía a sentirse vivo. Se acercó lo máximo que la prudencia de un encuentro entre desconocidos permite, viendo que ella no se movía de su postura, y que tampoco hacía nada por evitar el encuentro, se animó a hablarle. Casi balbuceando le dijo-hola me llamo Pablo-ella lo miró a los ojos y le contestó-¿Qué tal? Mi nombre es Marina-durante unos segundos se quedaron callados, solo hablaban sus ojos, hasta que Marina sin dejar esa sonrisa que hacía que su mirada aún fuese más hermosa le dijo-hace un rato que me he fijado en ti, te veía absorto escribiendo, y tuve curiosidad de saber que tema te podía tener tan ajeno a todo lo demás, no es que quiera ser indiscreta, pero es inevitable la curiosidad, debe ser algo muy interesante para quien escribe lograr que nada le distraiga, ni siquiera estando rodeado de gente y de un lugar tan bonito como este-Pablo no podía dejar de mirar aquellos ojos, y sin pensar demasiado en su respuesta le contestó-Estoy intentando escribir sobre lo que nos hace el corazón cuando no le damos solo amor-Marina sonrió con más fuerza, y lo invitó a sentarse junto a ella en la arena, pablo accedió de muy buena gana. Una vez sentados los dos juntos, ella se interesó más por lo que hasta ahora llevaba escrito, Él abrió su diario y poco a poco le fue dando detalles de sus pensamientos, no sabía por qué, pero tuvo la necesidad de abrir aquellas hojas y contarle pedacitos de sus sentimientos. Así estuvieron durante un largo rato, hasta que decidieron volver al bar a tomar alguna cosa, una vez sentados en la terraza, él hablaba y ella escuchaba, casi sin darse cuenta pablo esparció su alma a los pies de Marina. Así pasaron las horas, hasta que llegó el momento en que Marina debía marcharse a su casa, la esperaban para comer y no quería llegar tarde. Pablo le dijo-¿te gustaría que nos volviésemos a ver?- Ella sin dejar de mirarle a los ojos le contestó-hoy me senté en la playa, a esperar que la línea del horizonte dibujara un barco, que llegara con todo lo que mi alma anhela desde que decidí que era hora de volver a compartir mis manos, con tantos atardeceres solitarios, y has llegado tú, sí, claro que quiero volver a verte, para la tristeza y la soledad siempre hay tiempo-Pablo sintió que aquellas palabras llenaban el hueco que tanto tiempo quiso colmar. Se dijeron hasta luego, quedaron a una hora en la misma terraza; Él dejo partir a su tren de vuelta, cerró su diario y volvió a escuchar las olas del mar, la suave brisa acarició su cara. Una diminuta lágrima resbaló por su mejilla, reconoció a su corazón hablándolo otra vez de amor.

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