Ella
no quiso vivir en el espacio vacío que dejó el adiós de a quien tanto amó, todo
a su alrededor olía a él, incluso a veces el olor era a ellos juntos mientras
se amaban. Cada paso que daba por la casa, era un eco agudo de las risas que
compartieron; sin haberlo imaginado ni una sola vez, su soledad dejó paso a una
melancolía que nublaba su visión. ¡Cómo pudo morir algo tan bello! ¡Qué maldito
invierno les heló el corazón! Una y otra vez se preguntaba dónde estaba la
grieta que acabó rompiendo las paredes de ese amor que se juraron eterno. Su
pequeño jardín, ayer, un cuadro de impresionismo habitado por todos los colores
que la luz es capaz de crear, se convirtió en una estepa, imagen de la desolación,
reflejo de tantas lagrimas derramadas por su ausencia.
Ella
no tuvo tiempo de acostumbrarse a su sombra. Una mañana despertó, y su cama era
tan grande como el mar, sus almohadas no conseguían abrazar su cuerpo, la
escarcha se quedó a vivir en su habitación. Después del dolor, llegó la rabia,
las preguntas de por qué la vida nos quita lo que nos da más felicidad, que
hemos de aprender de lo sucedido; No quería esa experiencia, no necesitaba ser
más completa, ya lo era junto a él. Las gentes le decían “ya verás como
conseguirás superarlo” “todo pasa en esta vida” y así un sinfín de frases
hechas, fruto de lo que otros aprendieron. Su caminar se volvió lento, no sabía
verse en el espejo sin la silueta que dejaba el abrazo que tantas veces él le
daba. No lo amaba como se aman los adultos, que viven un cariño construido con
la paciencia de los años, que son capaces de callar junto a una chimenea
mientras el fuego crepita. Su amor era de locos; locos que se descubren cada
mañana amándose, como si nunca hubiese noche para volverse a amar, un deseo de
adolescentes, cada beso traía un paraíso donde perderse por siempre. Navegaba
el uno junto al otro, en un mar hecho de agua derramada por sus cuerpos.
Cada
instante era el único que les quedaba para vivir, como si la vida les anunciara,
que no es posible quererse tanto, que la pasión es fruto de la locura; Y así se
querían, como dos locos. Ella araño cada espacio del lugar donde se besaron,
lamió todas las fotografías que junto a él guardaba, nada era tan grande como
el vacio que crecía en su corazón, nada tan triste como su llanto sin nadie que
le diera consuelo. Se preguntaba una y otra vez ¿por qué? No encontraba
respuesta a su nostalgia. Se rompió lo que tanto quisieron, quedo convertido en
añicos una tarde de invierno; Ella lo espero junto a la ventana que daba al
jardín, su mirada se perdía entre las flores que, ayer fueron testigo de tantas
horas de paseo juntos, y hoy eran ramas sin color ni olor. Él no volvió a pisar
su jardín jamás, una tormenta se lo llevó, por un camino lleno de lluvia y
oscuridad. Ahí se quedo, llevándose con él todo lo que eran los dos juntos; Un
amor sin tiempo ni espacio, un amor hecho de miradas y estrellas. Él partió
después de dejarla sentada en una silla pintada de azul. Ella lloraba, una
pequeña discusión absurda, y ella lloraba. Él no quiso herirla y se marchó para
olvidar esa estúpida discusión; Pero el destino no quiso darles otra
oportunidad. Y ya solo le quedo todo lo maravilloso que vivió junto a él.
Ahora
nada le devolvía su corazón, sabía que por siempre se marchó, y la dejó amando
lo que ya solo era un recuerdo grabado a fuego en su alma. Con el tiempo quiso
creer que se puede vivir con una herida de amor, pero su herida era mortal; Y
no existió un solo día en que no mirara cada tarde su jardín, esperando que las
flores nuevas anunciaran su regreso. Quiso vivir en su tristeza, y acabó muriendo
en la esperanza de volver a encontrarlo; Esperándola en el rincón que envolvía
las flores de su jardín. Nunca lo olvidó, y lo siguió buscando hasta después de
muerta, nadie se amó como ellos se amaron, nadie se amó sin tiempo ni espacio.
Jamás lo olvidó.
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